lunes, 1 de diciembre de 2008
Partido al medio
Por Nicolás Barrasa
El clima en Baradero era inconmensurable, se jugaba el clásico: Spotivo Vs. Atlético. El partido iba a desarrollarse en el estadio Municipal, como es costumbre debido a la magnitud del acontecimiento.
Las cuatro de la tarde auguraban un match fantástico. En el cielo no había ni una nube; el sol asomaba con ganas de meterse a la cancha, ovalado, casi como una número cinco. El pasto estaba más verde que nunca.
No faltaba nadie: el tano Fassutti estaba en la tribuna, desaforado, con la úlcera a flor de piel; el nene del “petiso” en la cara opuesta del estadio estaba vestido de pies a cabeza con los colores de Atlético; una parejita, sentada en la platea comía un choripán bajas calorías.
Llegó la hora. Los equipos salen a la cancha. Mientras tanto, los gemelos del zurdito Ersa se relamen, buscando algún tobillo.
Se abre paso el árbitro demostrando un aire de superioridad. El marco no le importaba en absoluto. Esa tarde quería ser el protagonista principal y estaba dispuesto a cualquier artilugio para lograrlo.
El primer tiempo fue impecable. Lo que en otras oportunidades había sido un 0-0 apático, esa tarde era un 3-3 vibrante. Las hinchadas se salían de la vaina, eufóricamente, pero sin ningún vestigio de violencia.
Las oportunidades de gol estaban a la orden del día, especialmente la jugada con caño incluido del “chulo” Goira. Encaró por el ala derecha, eludió a dos, le metió un caño a un tercero y tiró centro, cabeceó Neira y el travesaño la mandó al corner.
El término del primer tiempo llegó inesperadamente. Los primeros 45 habían tenido tal emotividad que parecieron 5.
Sin embargo, la tarde no iba a terminar de la mejor forma.
El árbitro estaba asombrado con la lealtad que se estaban comportando los jugadores. A excepción de algunas faltas tácticas no habían aparecido las “murras” de otras épocas. Ni una sola tarjeta, ni un solo penal, una hecatombe arbitral. El estado de las cosas lo había extirpado a un plano intrascendente. Con la excusa de ir al baño, hizo un llamado por celular mediante el cual logró que una persona no identificada, se robara uno de los banderines del corner. El estadio estaba al rojo vivo de algarabía, por lo cual nadie notó el hurto furtivo.
Pasado el entretiempo, ya con los equipos en el campo, uno de los asistentes le hace saber al árbitro que falta uno de los banderines del corner. En una decisión autoritaria, desproporcionada y egoísta, la sentencia del árbitro fue contundente: EL PARTIDO QUEDA SUSPENDIDO.
Cuando se comunicó la decisión, el estadio quedó enmudecido. Al tano Fassutti la úlcera le rompió los vasos sanguíneos del pecho. Luego del silencio no se hicieron esperar los insultos.
Indignado, el hijo de Escudero tiró una lata vacía de duraznos en almíbar (nunca se supo de dónde la sacó) y le dio directamente en la nuca al árbitro, que cayó al piso como si le hubieran tirado con una M-16.
La catástrofe terminó con el árbitro siendo llevado al hospital local en el Falcon de la policía, como una víctima.
El partido quedó suspendido, con el resultado final 3-3.
Juan Simoneto el árbitro, fue tapa de todos los diarios locales. Sin embargo, el tristemente célebre, unos meses más tarde tuvo que exiliarse discretamente a San Pedro. Nunca más se lo vio por Baradero.
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