martes, 20 de septiembre de 2011

Cuando Pascual compró a "Alfio" (por Diego Díaz Bonilla)

Por Diego Díaz Bonilla


Funcionaba a la perfección. O al menos era lo que yo pensaba. Mi primera venta, que terminó siendo la última, fue a un equipo de futbol de veteranos.
Laburaban todos en la misma empresa y por cuestiones de fuerza mayor, debieron ausentarse de la final interempresaria.
Sólo quedó Pascual, que era malísimo. Pero tenía a su favor, un entrevero afectivo con la minita de la casa de deportes de enfrente, que les proveía la pilcha deportiva. Con él me vinculé como siempre sucede en estos casos, en forma casual.
Fue durante un absurdo concurso de la cooperativa del colegio de los chicos, que consistía en sostener por más tiempo una escoba haciendo equilibrio en la propia pera. Pascual, que en seguida detectó en mí ciertas habilidades, me contó su dilema. Yo más rápido que inmediatamente le conté de mi invento. Se trataba de “Alfio”, un detector de talentos futbolísticos. Vibraba ante la presencia de una persona, cuyas características físicas y técnicas, se ajustara a los estándares internacionales requeridos para cada puesto. Los detalles de la venta, lo negocié con el tesorero de la empresa.
Pascual estaba como loco. Salió presto con “Alfio” a la búsqueda de los diez jugadores restantes para la final. Nomás en el subte vibró en su bolsillo, localizando al guarda, con altura suficiente, manos grandes y dedos generosos. Era inequívoco que había que convocarlo. No debía haber en el mundo alguien que reuniera un aspecto físico más adecuado para bloquear el ingreso de la pelota en el arco. Pronto lo convenció. Pascual jugaría de dos. Que en las escasas ocasiones que acertaba de un puntapié a la pelota, solía hacerla llegar al área contraria. El cuatro lo ubicó en la verdulería. Petiso y con barba que parecía crecerle por minuto, mientras Pascual lo convencía. El tres, longilíneo, vibró ante el mismísimo dueño de la “cochería”. Prometió jugar “aunque el sábado tenga diez servicios”, aseguró. Claro que era improbable. La gente no suele morirse un sábado de primavera. “Alfio” funcionaba a la perfección. Pascual no podía ocultar la alegría ante tamaño hallazgo. Claro que la escasez de tiempo conspiraba. Del jueves al sábado ya no se podía siquiera hacer una práctica con pelota, que, por otra parte, era lo que “Alfio” aconsejaba. Así, se fue completando la geografía del equipo. El seis y el ocho eran los mellizos Zárate. El optimismo de Pascual a esa altura, era inocultable. Se imaginaba alzando la copa. Los “mellis” corrían juntos cotidianamente. El viejo, había llegado a jugar un partido en la primera de Defensa y Justicia. Dicen que con una performance paupérrima. Pero detentaban un apellido futbolero por excelencia. En la mitad de la cancha, con el cinco en la espalda, “Alfio” advirtió al cura de la parroquia. Alemán el tipo. Durísimo con las penitencias a la hora de la confesión. Claro, además el sábado no oficiaba misa. Lo del siete fue increíble. Alfio lo enganchó en un after hour. Medio doblado del pedo que tenía y chamuyando a la dueña del bar el jueves de madrugada. Un burlón desenfadado. Como los siete de antes, que te pintaban la cara y tiraba el centro. El diez, zurdo, juntaba monedas en una gorra deshilachada haciendo jueguito con una pelota en el subte. Manejaba la izquierda como “el Diego”. El tiro libre de derecha a izquierda sería medio gol. Con la responsabilidad sobre sus espaldas, Pascual fue obedeciendo meticulosamente cada vibración de “Alfio”. Al once ya ni sé por qué lo convocó. Pero el nueve…el nueve fue una revelación. Las instrucciones casi de GPS de “Alfio”, condujeron a Pascual al concejo deliberante de la Ciudad. Se necesitaba un político. Avaro y personalista. De los que leen el gráfico y se sientan arriba del diario para no prestártelo. Alto, rubio y atlético. Ese fin de semana, como el resto de los días de su vida, el concejal estaba al pedo. Sabía que éste vínculo, aunque menor, algún votito más en la interna le podría aportar.
El sábado, llegó puntualmente a la cancha el colectivo escolar, contratado por la empresa. Un grupo de porristas, dirigidas por “la minita de la casa de deportes de enfrente”, desembarcaron con su bullicio multicolor.
Marco espectacular. Césped verde bien cortado. Arcos con redes. Arbitro y jueces de línea uniformados. Así entonces, tres en punto de la tarde, se escuchó la pitada inicial.
Pero a veces, los planetas están desalineados. Les clavaron cinco: inapelable.
Y yo, ahora, recuperándome en el Pirovano. Mis allegados piensan que fue Pascual. Yo no lo podría asegurar. Pero el lunes y por la espalda, alguien cobardemente me arrojó a “Alfio” por la cabeza, acertándome de lleno en el occipital. Otra vez, las adversas circunstancias de la vida, echaban por tierra mi frustrada profesión de inventor.

martes, 13 de septiembre de 2011

Repudio del pase atrás (por Javier Aguirre)

Por Javier Aguirre


Hace algunas semanas, aquel blooper de Nico Cambiasso ante Quilmes me dejó pensando sobre una jugada que resulta más común que lo que debería: el pase atrás. Es que justo antes del yerro del arquero albo, Hugo Barrientos le había dado la pelota desde el campo rival, en un retroceso de más 40 metros que bien podría ser un (nefasto) récord mundial si es que el Libro Guinness, en lugar de medir pavadas como la medialuna más oblonga del mundo, mensurara cuestiones clave para la humanidad, como por ejemplo, el pase atrás en el fútbol.

El yerro –conceptual– de Hugo, abrió la puerta al yerro –técnico– de Nico.

El pase atrás –una jugada obligatoria en el rugby, prohibida en el básquet y discutible en el fútbol– suele ser defendido con dos argumentos: uno, mantener la pelota en poder del equipo cuando no hay mejor opción de pase; y el otro, dejar que el reloj se consuma, para defender el resultado privando al rival de la posesión de la pelota.

Sin embargo, el pase atrás implica, necesariamente, aceptar ciertos perjuicios inevitables y conceptuales para el equipo.

El primer perjuicio inevitable y conceptual es el más obvio: la pérdida de metros.

Es cierto que “en la vida, para ganar, primero hay que invertir”, como decía Aníbal, el personaje de Juan Carlos Calabró (un saludo a los hinchas de Villa Dálmine, Atlético Campana, o como carajos se llame hoy el club violeta). Dicho en términos futbolísticos; perder metros en una jugada puntual, podría redundar en beneficios mayores en la jugada siguiente. Pero aquí el problema es el verbo en potencial: lo único seguro es que el pase atrás lleva el peligro más cerca del arco propio, que del arco del rival.

El segundo perjuicio inevitable y conceptual es más antipático: el traspaso del problema a un compañero que suele ser menos hábil que el jugador que da el pase.

Esto es delicado, ya que si un “10 talentoso que la lleva atada” de pronto se encuentra asfixiado por la marca rival, y decide darle un pase atrás a un “5 que tiene tres pulmones”, resulta evidente que, después del pase, la pelota estará en manos (bueno, en pies) menos confiables que antes del pase. Si ese mismo “5 que tiene tres pulmones”, a su vez, ensaya otro pase atrás para dársela a un “2 aguerrido pero tosco”, el riesgo de perder esa pelota es todavía vez mayor. Ni hablar si ese “2 aguerrido pero tosco” ahora hace otro pase atrás, pero para entregar la bocha al “1 que con las manos sí, pero con los pies no tanto”...

Que no se enojen Nico, prócer del Álbum Blanco, ni tampoco el warrior Barrientos, cuya saña feroz a la hora de defender el mediocampo del Albo a lo largo de todo el torneo no puedo sino agradecer. Que no se enoje ningún arquero, ni ningún 2, ni ningún 5; pero si el equipo logró que la pelota llegue hasta nuestro 10, lo ideal sería terminar la jugada con un tiro al arco. Al arco rival, claro.


Le agradecemos a Javier por dejarnos publicar textos de su muy buen blog “Album Blanco, diario de un hincha de All Boys”
Link a la publicación original: http://albumblancodiariodeunhinchadeallboys.blogspot.com/2010/12/repudio-del-pase-atras.html

martes, 30 de agosto de 2011

Los mejores partidos que ví en mi vida (por Esteban Silva)


Por Esteban Silva

Mirá si me apurás así de una, no te puedo decir uno solo. Porque la verdad Pepe que no creo que haya habido un solo “ Partido de mi vida” sino varios.
Para comenzar yo arranqué tarde yendo a la cancha, como sabés mis viejos eran cero fútbol. Por eso que yo recuerde mis primeros partidos fueron por los años ochenta más o menos. Tenía once años, ya a esa altura a mí me veían la cara solo para el almuerzo te digo. Para entonces había un pibe que la descocía… Sí, Pelusa quien otro. Era tal el desparpajo del pibe que los noticieros ya le hacían nota como el “ fenómeno” de entonces…
Y que querés que te diga, a mí me picó el “ Bichito” viste, porque a pesar de ser bostero, para entonces nada nos unía a Argentinos Juniors.. La cuestión Pepe, que alertado por la magnitud del fenómeno resolví ir al verlo al pibe, así de camufleti , como un veedor que le chupa un huevo el resultado digamos…Día de semana en cancha de Atlanta, el partido Argentinos Juniors vs Independiente Rivadavia de Mendoza. El Diego estaba intratable, pases de rabona, bicicletas, amasadas, lo que se te ocurra. Vos podés creer que mete dos goles de tiro libre y uno de jugada… Ahí pensé, ¡como me gustaría verlo en Boca!.
Y a la temporada siguiente, para mi deseo, el Diego estaba firmando para Boca ¡yo no lo podía creer!, parecía un deseo concretado. Por eso cuando en cancha de Boca , dejó desparramado al Pato juntando monedas, después hizo un amague y se la metió al conejo que hacía de “ arquero”, no te puedo contar lo que sentí.
Le ganábamos a la gallina en nuestra propia casa 3-0, con un verdadero golazo de antología. Después como sabrás ganamos ese campeonato, pidiendo la hora claro, y rogando que Racing no se comiese un gol contra Ferro.. Ese mismo año José vi un 2 a 2 con los cuervos en Mar del Plata, que era uno de los últimos partidos del Diego que había firmado con el Barcelona. En el último minuto tiro un pelotazo de mitad de cancha, como hacen los jugadores de básquet ¿viste?, para no desperdiciar la jugada; la pelota pega en el travesaño y se va afuera, fin del partido.
Como no acordarme también cuando vacunamos a la gallina 5 a 1 en su propia cancha…Habíamos ido con el “Chino” Marchi, ¿te acordás de él no?, con su viejo y sus primos, todos tanos bosteros. A los cinco minutos se escapa un juvenil de ellos,- porque a decir verdad eran todos juveniles, no sé qué quilombo tenían las gallinas que no presentaban el equipo oficial-,y nos mete una pepa.. Y que querés que te diga, un poco de zogaca me agarró, no te lo voy a negar. Pero decí que después lo pasamos por arriba, y la verdad, ¡es que me importó tres carajos que fuesen juveniles!.¿Quién mierda se acuerda de eso ahora Pepe? Qué pensará el pibe de River ahora, con ocho o diez años , que le pica el bichito de las estadísticas, como para tener un poco de argumento viste, y revisa en su compu los “ grandes resultados”, cuando ve ése, así, limpito de circunstancias atenuables pensará:
¡ Mierda, que peludo que nos comimos ese día!. Porque la verdad Pepe, es que para nosotros los argentinos funciona así. Cuando te hacés hincha de un club, te hacés cargo de su pasado. Salís a refrendar todas sus glorias como si vos mismos hubieses asistido a esos campeonatos…
Sí sí, los del 30´ los del 40´, todos, no importa. ¿Que no había nacido?, ¡ Y eso que mierda tiene que ver! Como si cuando vas a Brasil los negros no te enrostraran el “ pentacampeonato”, y me querés decir un tipo de nuestra edad ¿cuántas veces vio salir campeón a la verde amárela?
Sí Pepe ¡ dos nomás! ¡Y una la ganaron por penales los culorotos!, de qué te vas a jactar me podés decir…
Por eso, es muy importante tener memoria, como para taparle la boca a cuanto boludo se plante entendés.
Una vuelta por ejemplo vi un 7 a 1 a favor nuestro en cancha de Huracán. El partido, un encuentro choto con un equipo de interior. Esos que tienen destino apenas suben, de una temporada viste. Y eso que en aquella época no había promedios… La casualidad Pepe, podés creer, era Independiente Rivadavia de Mendoza…Mouzo ex zaguero de Boca se despedía en ese club. Como para robar una temporada más sabés, la cuestión es que el viejo pudo patear un penal y así tener un poco de revancha. Porque si hay una ley que se cumple en el fútbol José es la del jugador “ despechado”. Primer partido de un ex jugador contra su ex equipo y te la manda a guardar, es así de simple.
Otro partido inolvidable que vi, fue la vuelta de Maradona a Boca, con el narigón , el Cani, el negro Tchami..
no es que fuese un partido excepcional, ¡la emoción!, de verlos juntos, sabés…
Pero si me pedís que te diga, cual fue el más emocionante, el más caliente que ví en mi vida no lo vás a encontrar en la “ A “, no, querido , los partidos que queman están en la “ B”.
Ahí, donde el odio es visceral. Dónde para llegar a la cancha visitante, la única manera es ir con el micro del club, si querés llegar sano.. Dónde la cana hace la vista gorda cuando vas de visitante, para dejar cagarte a piedrazos “a piaccere”, por la hinchada local.
Pero escuchá, el partido que te hablo era en cancha neutral. Final del ascenso Atlanta-Temperley del 82´.
El primer partido ( ida –vuelta ), lo ganan los celestes agónicamente 2 a 1 con gol de Ricardo Dabrowski, si , si el técnico actual de Temperley. La revancha cancha de Huracán a la otra semana.
Yo me había mandado hacer un trapo de unos 6 metros de largo..La mitad era azul-amarillo-azul, la otra mitad lo contrario, amarilla –azul- amarilla, je, así mataba dos pájaros de un tiro. Total quién se iba a enterar, que yo era de Boca y de Atlanta…
La cuestión Pepe que ese día, ¡cayeron soretes de punta!, parecía que había sacado a pasear el cubrecamas “ pallette” por el peso. No te miento pero pesaría unos veinticinco kilos te juro…
Eso, no es nada la cuestión es que en el desarrollo del partido, nos habían echado tres jugadores. La cancha super embarrada, y los minutos que se iban…
Los celestes estaban con diez, pero regulaban el partido, tranqui. Dejando pasar el tiempo se coronaban en la reclasificación. Pero faltando cinco minutos, el milagro se hizo posible.
Penal para Atlanta.
El encargado, Porté, su número histórico. Un cañonero de los de antes, de los que no perdonan.
Y no perdonó nomás. 1 a 0, y a cobrar, suplementario.
La cuestión ahora era aguantar José, porque una cosa es que de pedo vos le saqués un resultado a último minuto a un club, sin posibilidad de revancha, y otra es que le toqués el culo así, y queden dos tiempos suplementarios para desquitarse…Porque si una cosa iba a pasar Pepe, es que no se iban a quedar con ese toquecito intrascendente del segundo tiempo, que tan poco resultado le dio. ¡Iban a salir como leones seguro!
Y ¿querés saber lo que paso?. Nada. Pasaron los treinta minutos como si nada…
A esta altura, no te miento, entre un corte de luz en el estadio y ocho cuartos, ya irían como tres horas.
El arco designado fue el de la hinchada de Atlanta, hecha sopa y pegada al alambrado.
Al pedo lo puteaban a Cassé, ( arquero de Temperley ), si era mudo el pobre..
Te la hago corta, patean todos, sí todos, 12 a 12, turno de Atlanta. Va Hrabina, nuestro número 3, un picapiedras con más entusiasmo que técnica. No importa pensé, la asegura, le mete un sablazo y a la ¡concha de su madre!
Le mete un sablazo, pero el conchudo del mudo, se tira a su izquierda y la desvía de un manotazo…
Perdimos 13 a 12 en un memorable encuentro que duró cuatro horas.
Lo bueno del fútbol Pepe, es que siempre da revancha. Por ahí no es hoy, ni mañana, pero siempre llega..ponéle la firma.
Diecisiete de mayo del 2005, fecha 34ª del campeonato Nacional “ B “,estadio de Ferro, Temperley local, con solo empatar salían campeones relegando a Platense al 2ª lugar. Mauro Dobler ( Temperley ) le saca un penal a Guillermo Cejas ( Atlanta ), y la historia parecía volver a repetirse..
Pero un segundo tiempo espectacular de los “ bohemios “ agrandan la cuenta a tres contra uno de los “celestes” dejándolos fuera de toda chance.
Te juro Pepe, que la expresión de ese tercer gol, es indescriptible…
¡Cinco mil personas agarrándose los huevos al unísono con ambas manos!
La hinchada cantando: - ¡Ahora, ahora, nos chupan bien las bolas!-
- ¡ Y ya lo vé, y ya lo vé, es para Chaca que lo mira por TV!-
No sé, que querés que te diga, sentí un alivio…
Má que copa del mundo, me hablás.
¡Dejáme de joder..! querés.

martes, 23 de agosto de 2011

Fragmento de "Buba" (por Roberto Bolaño)


Por Roberto Bolaño

La ciudad de la sensatez. La ciudad del sentido común. Así llamaban a Barcelona sus habitantes. A mí me gustaba. Era una ciudad bonita y yo creo que me acostumbré a ella desde el segundo día (decir el primer día sería una exageración), pero los resultados no acompañaban al club y la gente como que te empezaba a mirar raro, eso siempre pasa, hablo por experiencia, al principio los aficionados te piden autógrafos, te esperan en las puertas del hotel para saludarte, no te dejan en paz de tan cariñosos que son, pero luego enhebras una racha de mala suerte con otra y ahí mismo te empiezan a torcer el gesto, que si eres un flojo, que si te pasas las noches en las discotecas, que si te vas de putas, ustedes ya me entienden, la gente empieza a interesarse por lo que cobras, se especula, se sacan cuentas, y nunca falta el gracioso que públicamente te llama ladrón o algo mil veces peor. En fin, estas cosas pasan en todas partes, a mí personalmente ya me había sucedido algo parecido, pero entonces mi condición era la de nacional, jugador de la casa, y ahora mi condición era la de extranjero, y la prensa y los aficionados siempre esperan un plus extra de los extranjeros, para eso los han traído, ¿no?

Yo, por ejemplo, como todo el mundo sabe, soy extremo izquierdo. Cuando jugaba en Latinoamérica (en Chile y después en Argentina) marcaba una media de diez goles cada temporada. Aquí por el contrario, mi debut fue asqueroso, al tecer partido me lesionaron, tuvieron que operarme de ligamentos y mi recuperación, que en teoría tenía que ser rápida, fue lenta y trabajosa, para qué les voy a contar. De golpe volví a sentirme más solo que la una. Ésa es la verdad. Gastaba una fortuna en llamadas a Santiago y lo único que conseguía era preocupar a mi mamá y a mi papá, que no entendían nada. Así que un día decidí irme de putas. No lo voy a negar. Ésa es la verdad. En realidad lo único que hice fue seguir el consejo que un día me dio Cerrone, el arquero argentino. Cerrone me dijo: chico, si no tienes nada mejor que hacer y los problemas te están matando, consulta a las putas. Qué buena persona era Cerrone. Por aquella época yo debía de tener diecinueve años a lo más y acababa de llegar al Gimnasia y Esgrima. Cerrone ya andaba por los treintaicinco o por los cuarenta, su edad era un misterio, y entre los veteranos era el único que todavía estaba soltero. Algunos decían que Cerrone era raro. Eso me retrajo al principio en mi trato con él. Yo era un muchacho más bien tirado a tímido y pensaba que si conocía a un homosexual éste iba a querer acostarse conmigo al tiro. En fin, puede que lo fuera, puede que no lo fuera, lo único cierto es que una tarde en que yo estaba más deprimido que nunca, me cogió aparte, era la primera vez que hablábamos, podría decirse, y me dijo que esa noche me iba a llevar a conocer algunas muchachas de Buenos Aires. Nunca me olvidaré de esa salida. El departamento estaba en el centro y mientras Cerrone se quedaba en el living tomando unas copas y viendo un programa nocturno en la tele, yo me acosté por primera vez con una argentina y la depresión comenzó a amainar. A la mañana siguiente, mientras volvía a mi casa, supe que todo mejoraría y que mi carrera en el fútbol argentino aún me iba a deparar muchas tardes de gloria. Las depresiones eran inevitables, me dije, pero Cerrone me había dado el remedio para atenuarlas.

Y eso fue lo que hice en mi primer club europeo: salí de putas y así fui capeando la lesión, el periodo de recuperación, la soledad. ¿Que si me acostumbré? Puede que sí, puede que no, no soy quién para emitir un juicio tan rotundo. Allí las putas son unos verdaderos bombones, las putas de categoría, quiero decir, además de ser en líneas generales unas chicas bastantes inteligentes y preparadas, así que aficionarse a ellas, lo que se dice aficionarse, pues tampoco es tan difícil.

En resumen, que me dio por salir de noche, incluso los domingos, cuando había partido y lo que se esperaba de nosostros, los lesionados, era que estuviéramos allí, en las gradas, convertidos en hinchas de lujo. Pero así uno no se cura de las lesiones y yo prefería pasarme las tardes de los domingos en alguna sala de masaje, con mi whisky y una o dos amigas a cada lado, hablando de cosas más serias. Al principio, por supuesto, nadie se dio cuenta. No era yo el único que estaba lesionado, debíamos de ser unos seis o siete los que estábamos en el dique seco, la mala racha parecía cebarse con nuestro club. Pero luego, claro, nunca falta el periodista culiado que te ve salir de una discoteca a las cuatro de la mañana y ahí se acabó el asunto. En Barcelona, que parece tan grande y tan civilizada, las noticias vuelan. Quiero decir: las noticias futbolísticas.

Una mañana me llamó el entrenador y me dijo que se había enterado de que estaba llevando un ritmo de vida impropio de un deportista y que eso se tenía que acabar. Yo, por supuesto, le dije que sí, que sólo había sido una canita al aire, y seguí con mis asuntos, porque, a ver, ¿qué otra cosa podía hacer mientras duraba la lesión y el equipo bajaba en la tabla que daba pena abrir el periódico los lunes para repasar las clasificaciones? Además, como es lógico, yo pensaba que lo que me había servido en Argentina me tenía por fuerza que servir en España, y lo peor era que tenía razón: me servía. Pero entonces entraron los burócratas del club y me dijeron: oiga, Acevedo, esto tiene que acabar, usted está resultando un mal ejemplo para la juventud y una pésima inversión de nuestra sociedad, en donde sólo trabajan hombres serios, así que a partir de ahora se acabaron las salidas nocturnas, usted verá. Y luego, sin decir agua va, me encontré de golpe con una multa que podía pagar, claro, pero que puestos a perder dinero hubiera preferido enviarlo a Chile, no sé, a mi tío Julio, por ejemplo, para que se lo gastara arreglando su casa.

Pero estas cosas pasan y hay que aguantarse. Así que me aguanté y me hice el firme propósito de salir menos, digamos una vez cada quince días, pero entonces llegó Buba y los del club decidieron que lo mejor para mí era que dejara el hotel y que compartiera el departamento que habían puesto a disposición de Buba, un departamento bastante coqueto, con dos habitaciones y una terraza pequeñita pero con una buena vista, justo al lado de nuestros campos de entrenamiento. Y eso fue lo que tuve que hacer. Así que cogí mis maletas y me fui con un administrativo del club al departamento y como no estaba Buba, pues escogí yo mismo el dormitorio que quería para mí y saqué mis cosas y las metí en el closet y entonces el administrativo me dio mis llaves y se marchó y yo me puse a dormir la siesta.

Eran las cinco de la tarde, aproximadamente, y antes me había echado entre pecho y espalda una fideuà, un plato típico de Barcelona que ya había probado y que me encanta, aunque no es un plato fácil de digerir, y cuando me dejé caer en mi nueva cama me entró un sopor tan grande que sólo tuve fuerzas para sacarme los zapatos y ya estaba dormido. Tuve entonces un sueño rarísimo. Soñé que estaba en Santiago otra vez, en mi barrio de La Cisterna, y que estaba recorriendo con mi padre la plaza esa en donde estuvo la estatua del Che, la primera estatua del Che que hubo en América, exceptuando Cuba, y eso era lo que me iba contando mi padre en medio del sueño, la historia de la estatua y de todos los atentados que sufrió la estatua hasta que llegaron los milicos y la volaron definitivamente, y mientras caminábamos yo miraba hacia todas partes y era como si camináramos por en medio de la selva, y mi padre decía por aquí debe estar la estatua, pero no se veía nada, las hierbas eran altas y los árboles apenas dejaban pasar unos rayitos de sol, suficientes para ver, para darnos cuenta de que era de día, y nosotros íbamos por un sendero de tierra y de piedras, pero a los lados hasta lianas había, y no se veía nada, sólo sombras, hasta que de pronto llegábamos como a una especie de claro, un claro rodeado de selva, y mi padre entonces se detenía y me ponía una mano en el hombro y con la otra señalaba algo que se levantaba en medio del claro, un pedestal de cemento de color gris clarito, y sobre el pedestal no había nada, ni rastros de la estatua del Che, pero eso mi padre y yo lo sabíamos y lo esperábamos, al Che lo habían quitado de allí hacía mucho tiempo, eso no nos sorprendía, lo importante era que estábamos juntos mi viejo y yo y que habíamos encontrado el lugar exacto en donde antes se levantaba la estatua, pero mientras contemplábamos el claro sin movernos, como embebidos en nuestro hallazgo, yo me fijé en que bajo el pedestal, al otro lado, había algo, una cosa oscura que se movía, y me solté de la mano de mi padre (me tenía cogido de la mano) y empecé a rodear lentamente el pedestal.


Este fragmento pertenece al texto "Buba", publicado en la antología de cuentos Putas Asesinas, Anagrama, 2001.

martes, 9 de agosto de 2011

El mismo cielo, la misma pasión (por Sonia Figueras)

Por Sonia Figueras


El mismo cielo. En los extremos aguas tumultuosas, límpidas, únicas y la urbe en contínuo movimiento. Tal los extremos de este país maravilloso.
Se conocieron por ser hijos de amigas. Ellas se escribían y la misionera bajaba todos los años a Buenos Aires para visitarla y de paso hacer algunas compras. Por ese medio, en un comienzo supieron uno del otro. Los unía el futbol, el fanatismo por Boca.
Ya de chiquitos los dos pateaban la redonda en la canchita improvisada de la Facultad enfrente de su casa uno y en la del pueblo, el otro. Allí poca letra llegaba y el porteño, Marcelo, en cuanto pudo escribir legible lo anoticiaba. Los dos amigos tenían la misma edad de su ídolo, Diego. ¿ hace falta decir Maradona?
Se carteaban seguido. En marzo del 69, apresurado el porteño le contó con orgullo y admiración que el pibito Diego había empezado a entrenar en Argentinos Juniors, en Las Malvinas, a cuatro cuadras de su casa, allá por Agronomía en los tiempos de los Cebollitas, del “Goyo” Carrizo, el que lo llevó a Argentinos.
Marcelo, en una de las cartas le contó que de casualidad, andando en bicicleta, vio cómo un grupo de chicos, allí nomás, en Llerena y Gamarra se fotografiaban en un rastrojero naranja, que supo más tarde que Dieguito iba sentado adelante del padre.
Los dos amigos distantes seguían la trayectoria del pibe de Villa Fiorito, que era el motivo por el cual intercambiaban correspondencia.
Como dice el antiguo refrán “de tal palo tal astilla”, el padre de Marcelo era boquense y para el año 70 lo llevó a Vélez a ver Argentinos y Boca. Corearon con todo el estadio”...que se quede...que se quede...”¿a quién coreaban? al futuro hombre magia, que en el entretiempo hacía viajar la pelota de la cabeza a un muslo, luego al otro, a la zurda, a la derecha y los dos, padre e hijo volvieron a su casa exultantes a contar que habían visto a un chico que manejaba la pelota como nunca se viera.






Para octubre del 76, tiempos nefastos en nuestra Patria, el chico mago, motivo y razón de amistad de otros dos purretes como él, reemplazó a Giacobetti y Marcelo envió una rápida carta extra. Siendo un seguidor de este juego prodigioso y apasionante como es el futbol, que no permite la interrupción de un ruido, que no se saque la mirada de la pantalla ni el oído de la radio, presintió que era el comienzo de todas las maravillas y éxitos de un único.
Y era así. Este pequeño hechicero con su pose desafiante en un cuerpo retacón, fibroso, con un corazón de oro, estaba preestinado.
Esteban y Marcelo crecieron a la par del admirado cebollita. Mientras el dotado de la parada con el pecho y la vista en el justo lugar del pase ascendía meteóricamente, Marcelo se quedó para terminar su carrera en la Facultad y Esteban viajó a Italia por trabajo y en Nápoles presenció la presentación del 10 en el estadio San Paolo, un jueves glorioso, inolvidable, un 5 de julio, ante 80.000 personas que vitoreaban al campeón.
A Esteban no le cabía el corazon en su pecho azul oro. Todo lo contado por el porteño era poco. Diego, hizo justamente 16 jueguitos, pasaditas, vestido con jogging celeste, una bufanda del Nápoli alrededor de su cuello que mandó a la tribuna. De locura.
Se cambiaronn los papeles, el provinciano informaba al porteño. La historia de estos dos amigos que se vieron, según contaron sus madres una sola vez en Buenos Aires estaba paralelada a la del astro.
El porteño fue a España por un master, el amigo, transferido a Londres. Parecería que nunca podrían mediante un café conversar sobre lo que más les gustaba, el futbol y Diego.
Hoy Marcelo vive en Canadá, Esteban retornó a Argentina. Siguen escribiéndose de sus vidas y especialmente del recuerdo de ese pibe, nene, joven, hombre, el campeón que le dio tantas satisfacciones al futbol argentino. El 10 que puso sus pies de oro y su garra al servicio de la camiseta celeste y blanca.
Los hijos de los amigos, Diego Esteban y Marcelo Diego ya comenzaron a escribirse. Hijos’e tigres.

viernes, 29 de julio de 2011

Independiente, mi viejo y yo (por Eduardo Sacheri)

Por Eduardo Sacheri


«Mirá que esta noche es el partido», me dijo él. Hizo bien porque uno, a los cinco años, no tiene una conciencia cabal de la periodización del tiempo. Como mucho distingue el sábado y el domingo, porque esos días no hay que ir al jardín, y papá se queda en casa a jugar con uno. Pero con los otros días y las otras noches, la cosa se complica. Por eso sin la advertencia de papá, hecha con el beso de recién llegado del atardecer, yo habría pasado por alto la infinita importancia de esa noche.
Los preparativos fueron los de siempre. Mientras él encendía el Stromberg–Carlson con suficiente antelación para darle tiempo a las válvulas, yo le pedí a mamá la ropa apropiada para el evento. Primero se negó a lo del pantaloncito corto, aduciendo que era invierno y que hacía mucho frío. Yo argüí hasta el cansancio que los jugadores juegan con pantalones cortos, y al aire libre. Una salomónica intervención de papá desempantanó por fin el pleito: con pantalón corto, pero sentado cerca de la estufa de kerosene del comedor. Después me puse la camiseta roja con el cuellito blanco, con el once de cuero cosido en la espalda, igualito que Daniel Bertoni. Papá, mientras tanto, iba trayendo la colección de trapos rojos que colgábamos a modo de banderas. Había pañuelos, una frazada, un pulóver, un par de camisas chillonas. La lámpara de pie, el timón de barco que adornaba la pared, varias de las sillas, todos terminaron ocultos en nuestro rito ornamental y futbolero. Cuando llegué, rigurosamente ataviado con los colores reglamentarios, me llené los ojos de banderas rojas. Lo único que nos faltaba era el viento para que flamearan, como en la cancha.
Papá se negaba, pese a mis acaloradas argumentaciones, a vestir también el atuendo correspondiente. Nada de camiseta. Y mucho menos de pantalones cortos. A mí me parecía un desperdicio, con tanto trapo rojo disponible y tan a mano. Pero él prefería verlo con su bata de siempre, calzado con sus chinelas ruidosas, con el paquete de Kent y el cenicero, pobrecito, para fumarse los nervios uno por uno.
Mientras daban las últimas propagandas, y antes del aviso de «minuto cero del primer tiempo, es tiempo para una ginebra Bols» (o cosa por el estilo) que marcaba la hora señalada, papá se sintió en la obligación de preservarme de desilusiones demasiado abruptas. Me miró como me miraba siempre que tenía algo importante que decirme, con una mezcla de solemnidad y de ternura, con un bosquejo de sonrisa iluminándole los ojos. «Mira, tipito – empezó, porque él me llamaba de esa manera cuando teníamos que aclarar cosas importantes–, que la cosa viene difícil.» Y volvió a enumerarme todas las dificultades que nos esperaban en esa noche de invierno. Que ellos habían ganado en Brasil, que nos habían pegado un peludo bárbaro, que no sólo teníamos que ganar, sino que debíamos hacerlo por no se qué diferencia de gol. Pero para mí sus argumentos sonaban confusos. ¿Acaso él mismo no me había dicho que Independiente era el rey de copas, que la copa, la copa se mira y no se toca, que los brasileños nos tenían un miedo descomunal, y que en Avellaneda y de noche se morían de frío, y no podían ni levantar las patas del pasto? El trató de convencerme de que, pese a la absoluta veracidad de lo dicho en otras ocasiones, esta noche las cosas iban a ser muy difíciles y peliagudas.
De todos modos, nos entonamos cantando un par de veces el «sí, sí señores, yo soy del Rojo», y algún otro estribillo para ir matando el tiempo. Cuando finalmente se acabaron las propagandas, papá encendió la radio Phillips, con su estuche de cuero, que debía ser la primera portátil de Sudamérica (y la teníamos en casa). Le bajó el volumen a la tele: ambos sabíamos que los relatores de radio son mejores que los otros. Cada uno ocupó su sitio de siempre. El en la cabecera de la mesa, y yo sobre el arcón de mirar la tele. Acercó la estufa de kerosene de ese lado para cumplir lo pactado en cuanto a temperatura corporal con la madre del win izquierdo de bolsillo.
Pero la carne es débil. No importa cuánta preocupación ocupe nuestro pensamiento, ni cuánta angustia agobie nuestro espíritu. Uno siempre termina teniendo hambre, o teniendo sueño, y sucumbiendo a esas necesidades poco altruistas. Empecé a cabecear apenas empezado ese partido inolvidable. Mamá me dijo varias veces que me fuera a la cama. Pero yo seguía ahí, impertérrito, sentado en el arcón, con las patas colgando y pateando en el aire como si estuviese en plena cancha en los escasos momentos de lucidez que tenía en medio de mi mar de sueño.
Papá esperó un rato y después me dijo que me fuera, que me quedara tranquilo. Yo protesté que de ninguna manera, que teníamos que seguir ahí los dos, haciendo fuerza con los canutos y las banderas. El me dijo con aire confiado que no hacía falta, que igual sin mí íbamos a salir campeones, que me quedara tranquilo, que los teníamos de hijos. Ante semejante desparramo de confianza le hice caso y me dormí.
A la mañana siguiente mamá me despertó para ir al jardín. Embotado de sueño me dejé vestir, abrigar y conducir a la cocina a tomar la leche. Después ella me sentó en el sillón del living para atarme los cordones, como hacía siempre mientras esperábamos que pasara el micro. Apenas me despabilé un poco recordé la noche de la víspera, y me desesperé preguntándole el resultado del partido. A la luz del día, y después de un sueño reparador, mi deserción de la noche me parecía imperdonable. Ella me miró y dijo no saberlo. Le pregunté por papá, y respondió que aún no se había levantado.
Han pasado veinticinco años, pero aunque pasen sesenta voy a recordarlo como si hubiese sucedido hoy. La casa estaba iluminada por uno de esos soles oblicuos y tibios del invierno. Yo tenía el guardapolvo cuadrillé lila y blanco, y la bolsita en el regazo, bien agarrada en la diestra, para no olvidármela (otras veces me había pasado, y me había quedado sin el Jorgito de dulce de leche y sin la taza de plástico para el mate cocido; así que ahora la cuidaba más que a mi vida). De repente oí abrirse la puerta del dormitorio. Y enseguida escuché el clásico arrastrar de las chinelas en el parquet del pasillo. El corazón me dio un vuelco. Lo llamé a los gritos. Entró a las carcajadas, preguntándome el motivo de mi ansiedad. Yo lo interrogué por el resultado, ya totalmente despierto, ya absolutamente pendiente de lo que dijeran sus labios, ya indiferente a mamá terminando de atarme los cordones.
El se acercó, se inclinó, me dio un beso de buenos días, y se me quedó mirando con expresión jubilosa. Recién cuando volví a preguntarle me dijo que sí, que claro, que habíamos salido campeones de nuevo, y que no me olvidara en el jardín de decirle a todo el mundo que Independiente había vuelto a salir campeón de América. Yo, aún en medio de mi alegría, me hice el tiempo de preguntarle cómo habíamos hecho, si él me había dicho que era muy difícil, que en Brasil nos habían dado un baile bárbaro, que teníamos que hacerles como tres goles, que en el campeonato de acá andábamos como la mona. El me miró risueño, y sembró una semilla más en el fértil potrero de mis sueños de pibe.
«Pero, tipito –empezó, como enunciando una verdad ya reiterada hasta el cansancio–, ¿no te dije que los brasileños ven la camiseta del Rojo y se asustan tanto que no pueden ni mover las patas? ¿No te dije que, con el frío, se quieren volver a su casa a comer bananas para entrar en calor? Por eso te dejé dormir. Porque era tan fácil que nos las rebuscarnos sin tu aliento.» Y en medio de mi maravilla impávida, terminó: «Menos mal que te dormiste. Imagínate si te quedas despierto y gritas conmigo: les hacemos veinte goles y no quieren venir a jugar nunca más, y nos quedamos sin nadie a quien ganarle la copa». Después me levantó en brazos y cantamos «la copa, la copa, se mira y no se toca», y dimos la vuelta olímpica a los saltos, por toda la casa. Vino el micro y me fui al jardín de infantes.
Supongo que ésos son los recuerdos que se le meten a uno en los recovecos del corazón, y echan cría y se nutren de su propio néctar, y nos marcan para toda la vida. Por lo menos así ocurrió conmigo. Y no me avergüenza reconocer que ahora, ya grande, cuando tengo un problema que me agobia, o cuando me toca sufrir por radio y por televisión un partido de Independiente y me como los codos por la ansiedad y la angustia (la vida me enseñó lo inconveniente que puede resultar fumarse los nervios), siento un impulso difícil de dominar, una tentación casi irresistible que me invita a irme a dormir, a abrigarme en la certeza de que mientras yo sueño, mi papá e Independiente, como duendes laboriosos, van a arreglarme el mundo para que yo lo encuentre refulgente en la mañana.
Y queda en mí el mandato inexorable que dictan las fidelidades eternas. Cuando Independiente gana un campeonato –al fin y al cabo, Dios y sus milagros evidentemente existen– lo primero que hago, en la cancha o en mi casa, es levantar los brazos y los ojos hacia el cielo, abrazándolo a mi viejo a través de todos los rigores del destino, y por encima de todas las traiciones de la muerte. Lo que pasa es que tratándose del Rojo, de mi viejo y de mí, hay veces que la muerte es una señora que nos tiene un miedo bárbaro. Una vieja podrida a la que, de locales en Avellaneda, le tiramos la camiseta y podemos, de vez en cuando, llenarle la canasta.
Todavía me acuerdo de ese número once de cuero blanco, cosido en la camiseta como el de Bertoni. Pero ahora también veo, cuando me fijo con suficiente atención, que mi viejo también lleva lo suyo. Lo tiene ahí, en la espalda, justo a la altura del nacimiento de las alas: un diez de cuero blanco, igualito igualito al de Bochini.


Este texto fue extraído del excelentísimo libro "Esperandolo a Tito" de Eduardo Sacheri

martes, 5 de julio de 2011

Fútbol Ciencia II, homenaje al Negro (por Esteban Silva)

Por Esteban Silva

Aunque te cueste creerlo es así. El fútbol argentino está viciado de malas costumbres, solo una acción como esa pudo sacudirlos un poco. Porque no me digas , que a esta altura es común lo que pasaba en las canchas argentinas… El jugador argentino es muy pillo, si le dás rienda libre ¡te pinta la cara!. De nada sirve un montón de normas, si a la hora de ejecutarlas te tiembla la mano. Porque en eso hay que reconocerle a Castrilli, que el viejo muere en la de él. Que por otra parte es la pura ley, de todas formas…
¿Que echó más jugadores en su vida, que el resto de sus contemporáneos juntos?.Puede ser, no te lo niego.
¿Ahora no me vas a decir que la mayoría no estaban bien expulsados?. Que la media del arbitraje tolera circunstancias de juego,que bajo la aplicación estricta de la norma tendrían instancias tempranas de ducha…
Porque los argentinos, te digo, las tenemos todas eh..,simulación, exageración, avivadas, faltas arteras, relevo en las faltas, faltas estratégicas ( salir a quebrar ), hacer tiempo ( cuando se va ganando ), instruir a los alcanzapelotas para demorar los laterales en los contra-ataques, apalabrar al árbrito para modificar o condicionar sus fallos, osea completitos somos..
Por eso Juan, escuchame, si tomaron una medida de esas ¡no fue al pedo!, lo hicieron por algo, para sentar un precedente digamos, para abrirle los ojos a unos cuantos, que así no se podía seguir..
Al principio cuando lo anunciaron me dije: ¡ no va a andar, una cosa así!. Porque una cosa es que te cambien el color de la pelota, que te pinten las faltas en el piso con ese aerosol blanco o una huevada de esas, que ojo, ¡ayudan eh..!, no, pero meter dieciséis modificaciones radicales de una, en un partido de primera división ¡me pareció mucho!. Sí, ya sé, era un partido prototipo , experimental , lo que vos quieras, pero tantas modificaciones en una sola escala, es una locura.
Te cuento algunas que leí en el OLE: La pelota tendrá en su interior un rastreador Gps en contacto directo con los organizadores del evento, y actuará conjuntamente en sintonía con los otros elementos, provistos por la asociación a saber, 1. Unos guantes de malla en la totalidad de los brazos de los jugadores, con sensores digitales en contacto permanente con un ordenador central.
2. Cuatro escaners de banda en cada uno de los lados del perímetro del campo, para evitar las confusiones en laterales, off-side, y puntos de recomienzo del juego en las faltas.
3. Sensores infrarojos en los tres palos del arco, que miden con exactitud el ingreso o no del balón en las jugadas dudosas.
4. Sensores infrarojos holográficos proyectados directamente en el campo de juego para el ordenamiento de la barrera en un tiro libre. ( al menor contacto con ellos, se advierte la falta y se amonesta al jugador correspondiente).
5. Micrófono de aire incorporado en el “ guante de brazo digital “, para acompañar los entredichos y saldar toda “discusión semántica” de un altercado.
6. Cámara incorporada junto al dispositivo, para discernir toda intencionalidad en las faltas, y para de paso mostrar diferentes alternativas del juego.
Eso como medidas principales, después había otras que ni me acuerdo. Lo que sé, es que el encuentro no lo dirigía el árbitro. No , lo ¡podés creer!, lo dirigía ¡ la máquina viejo!, sí ese cartel choto de arriba de la tribuna, acondicionado claro..El referí acompañaba la jugada, y solo intervendría si su albedrío lo exigiese..!mirá que bien Che!, un veedor el juez ahora…
¿Quién carajo lo iba a putear ahora?, nadie, si quien tomaba las decisiones era una computadora y un programa creado a tal efecto.
Por eso Juan, para Castrilli, este invento era un fenómeno. Había pedido innovaciones de este tipo por años el exárbitro. ¡Estaba como puto con dos culos el viejo!, más cuando lo invitaron para “ arbitrar “ el partido inaugural. Te lo cuento a vos Juan, porque acabas de llegar, y sé que en ese país choto que estuviste laburando, ni se habrán enterado de esto. Porque ¡ojo!, acá en Latinoamérica se re-cagaron de la risa, fuimos el hazmereir de cuanto programa deportivo y noticiero hubo.. Los brazucas se hicieron una panzada, y los culo-rotos de los yorugüas ¡ni te cuento!.
En realidad para ser sinceros, todo comenzó en aquella tarde del noventa y seis. En la fecha trece para ser exactos, cuando Vélez recibió a Boca en el Amalfitani.. Me acuerdo patente, Juan, porque en la semana le hacíamos el quince a la nena..
Los bosteros venían bien, el Diego estaba afilado, el Narigón era un violín, bien lo que se dice bien, digamos.
Vélez no se quedaba atrás eh, campeón de la Libertadores, campeón en Japón, primero en la tabla..Aparte tenía al paraguayo ese, ¡agrandado como sorete en balde..!
Pero lo podés creer vos, a los cinco minutos los bosteros ¡ya iban ganando!. Cosas del fúbol, sabés, esos goles de vestuarios que le dicen, salís medio dormido, no estás enchufado del todo y te vacunan…
Pero los de Vélez ni se inmutaron che, a los diez minutos Camps marcaba un gol ( que no había pasado la raya) y Castrilli a instancias del Lineman lo convalidaba.
Ahí, no sabés ¡como se pusieron los bosteros!, les rajaron a tres: El Diego, El Colorado y al Mono.
El Paragüa le clavó un tiro libre, y al final se comieron cinco los bosteros…
La cuestión es, que después en televisión se vió bien clarito Juan, la pelota no había entrado ¡ni ahí!.
El viejo, lo reconoció, dijo que estas cosas pasaban por no aplicar los recursos de la tecnología al campo de juego. Y fue mas lejos, dijo que ese error inicial, condujo a un espiral de acontecimientos que vicio todo el encuentro.Pero que los expulsados, estuvieron bien expulsados.
Por eso, la re-edición del clásico era como una revancha para “ el sheriff”. Ahora dieciséis años después gracias a los avances de la técnica, el viejo iba a resarcirse de la cagada que se había mandado.
Porque la verdad Juancito, es que a cuanto programa fuese, y te digo que yo soy de mirarlos todos, Castrilli se ponía re-mal cuando le citaban el encuentro. Se le ponían los ojos vidriosos, ¡te juro!, y se le quebraba la voz al duro del arbitraje. Medio como que tenían que ir a tanda sabés..
No sé a qué cráneo se le ocurrió, lo cierto che es que eligieron la misma sede para re-editar el partido.
Esa tarde, a la misma hora que antes, cincuenta y cinco mil almas se reunieron en las tribunas del Amalfitani.
En las plateas, uno de cada lado, estaban los otrora íconos de Boca y Vélez, el paragüas Chilavert, y el Diego Maradona. Te digo que si no estaban uno de cada lado de la platea no los diferenciabas a los gordos che..
!Andarían por los cuatroscientos kilos juntos!, Creo que el Diego tenía el pelo un poco más enrulado..
Te cuento esto Juan, porque yo estaba en la cancha. Si, vos te preguntarás ¿ qué carajos hace un hincha de Chicago en un Boca-Velez?.
No viejo, ¡yo no hincho por ninguno de esos muertos!, ni en contra de Vélez te digo.., a mí, lo que se dice a mí, el resultado me ¡chupa un huevo!.
Yo fui por el fútbol viejo, por la redonda, por ver los cambios propuestos en primera fila. No me iba a perder ese partido por ¡nada del mundo!, aunque fuese en “ El fortín” che.
En la tribuna visitante habían instalado otra pantalla gigante, que unida a la de Juan B Justo, harían de “ jueces digitales”, marcando a vista de todos, las faltas y determinaciones durante el partido.
Castrilli, estaba un muñequito…Vestía la ropa habitual de árbitro, con una máscara a la altura de su rostro que le cubría un solo ojo. Como la mira de los pilotos de combate ¿viste?.
Lo que no me gustó, te voy a aclarar, es esa propaganda en la espalda “ Castrilli Gobernador 2011”, me pareció ridícula che..Pero sabés lo que pasa Juan, no le daban mucha cámara por entonces al viejo…
El pitazo inicial, fue como quien dice alegórico…, para continuar con la costumbre. Porque lo que se dice el arbitraje, la aplicación de las normas lo hacía la computadora, y lo anunciaba al instante por los parlantes.
Creo que habían contratado al uruguayo Victor Hugo, para hacer las grabaciones, mira lo que te digo, porque a decir verdad, tendrán toda esa tecnología pero los parlantes y los baños en esa cancha siempre fueron una reverenda mierda que me acuerde..
Movió Boca, pase aquí, allá lo común del comienzo, más en un amistoso. Córner para Boca, lo va a patear Mouche desde la punta izquierda, - ¡PIiiiiiT- suena el autotrol
!Penal para Boca!
Desde la pantalla se observaba en la repetición a Fabián Cubero perseguir en la marca a Martín Palermo, sin siquiera tocarlo en lo más mínimo.
Hubo un silencio generalizado, la “ Máquina” en su primer fallo, estaba dando un penal inexistente, y vaya a saber en qué decisión se apoyaba para tomar tal medida..
Acto seguido, una reproducción de video focalizada en un plano corto de los labios del defensor, dejaba oír claramente la amplificada voz de “pito” del número cinco de Liniers.
- Puto, Cornudo- Le dijo.
Castrilli, con una sonrisa en su rostro, marcó con su índice el punto del Penal.
Desde ambos tableros, se anunciaba en un rojo vívido: 2: 05 minutos del Primer tiempo, Fabián Cubero ( 5 ) Vélez Sarsfield, Argentina OUT, tarjeta roja.
El sheriff, en un gesto demorado, como diciendo “ vieron lo que yo les decía”, sacó su tarjeta de plástico roja, y anotó en una libretita, al pedo Juan…, el jugador sancionado.
Como siempre el que se paró para ejecutar el penal fue “ el loco”.
A él le gustaban esas paradas difíciles. Porque si algo hay que reconocerle a Palermo, es que nunca se escondió. Siempre se puso el equipo al hombro, en las peores circunstancias..
La hinchada de Boca, hizo un silencio abismal…Medio que le tenía miedo también, por lo de aquella vez contra Colombia viste, ¡ a quién se le olvida!...
La cuestión es que acomodó la pelota, le dio tres o cuatro vueltas con la mano, como queriendo encontrar el pasto ideal que sirviese de apoyo al esférico y la puso en el punto de cal, como quién pone una bomba de nitroglicerina, así de despacito mirá..
Pito del árbitro toma carrera Palermo, unos poco habituales veinticinco metros te diría, por la actitud, te digo, lo iba a fusilar al pibe Barovero..
Viene corriendo de a trancos, como contando los pasos exactos que median entre la carrera y el impacto del balón. Se acelera, a tres metros de la pelota se da cuenta que el impulso de su carrera y sus pasos largos no iban a coincidir con el impacto de su pie derecho..
¿ Y sabés lo que hace Juancito?, No lo vas a creer escuchá.
Se tira de palomita por encima de la pelota, como para pasar por encima de ella, a media altura y con la punta de su botín la engancha, como quien la quiere picar por encima del arquero ¿sabés?. Solo que en la maniobra el balón sale picado de debajo de él, que en un intento desesperado trata de despegar la trayectoria de la pelota haciendo a un lado su cara.
Esta le pega en la punta de parietal izquierdo y se clava al ángulo del arco de Vélez.
La máquina automáticamente marcaba: ¡GOL gol GOOOL!, Velez 0, Boca Juniors 1.
Castrilli apuntaba el círculo central.
Los indios Juan, estaban que se mataban. La puteada más chica, es irreproducible mirá..
Los bosteros , se cagaban de la risa, no entendían, o sí entendían, como el paladín de la justicia, caía bajo los efectos de la tecnología en un fallo tan polémico…
Pero que iba a hacer el viejo, me querés decir, iba a contradecir a la “ máquina “ en la primera decisión.
!Sería como escupirse el asado uno mismo!
La cuestión Juan, es que el partido ¿ Sabés como terminó?.
Ganaron los Bosteros ¡Dieciocho a dieciséis!.
Creélo Juan.
El partido se suspendió a los cinco minutos del segundo tiempo, cuando por aplicación del reglamento solo quedaban once jugadores en el campo de juego, haciendo imposible su desarrollo.
Los goles todos de penal, treinta y cuatro..
Consultado Castrilli a la salida del espectáculo, ¿sabés que dijo ante la inquisitoria de la prensa el atorrante?
- Javier, ¿Cómo calificaría la implementación del sistema asistido?-
- ¡ Impecable!- Respondió, en su habitual y lacónico tono.
Y se marchó, quien sabe, a proseguir con su campaña en el conurbano bonaerense…

lunes, 27 de junio de 2011

Concurso de Cortos "El fútbol y otras pasiones argentinas"



Concurso de Cortos ´El Fútbol y otras Pasiones Argentinas´ organizado por el INCAA y ´Fútbol para Todos´

Desde el 1.º de junio hasta el 12 de julio, se encuentra abierta la inscripción para participar en el Concurso Nacional de Cortos “El Fútbol y otras Pasiones Argentinas”, a partir del cual se seleccionarán piezas audiovisuales para ser exhibidas durante las transmisiones del torneo apertura 2011.

La iniciativa del certamen es de la Secretaría de Comunicación Pública, el programa “Fútbol para Todos”, el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA), la Secretaría de Deporte y el Ministerio de Educación.

La convocatoria está abierta a los alumnos de las escuelas primarias, secundarias y universidades, estudiantes de cine, profesionales y todas aquellas personas que, desde su lugar, tengan algo para contar, indica un comunicado del INCAA.

El jurado está integrado entre otros especialistas por el Secretario de Comunicación Pública, Juan Manuel Abal Medina; los periodistas Víctor Hugo Morales y Julio Ricardo; el Secretario de Deportes, Claudio Morresi; el ex futbolista y actual comentarista Roberto Perfumo y el cineasta Carlos Sorín.

Se elegirán 60 obras (10 por cada región) que serán exhibidas durante las transmisiones de los partidos de Fútbol para Todos, informó el INCAA.

Las piezas serán recibidas por este instituto entre del 1 de junio al 12 de julio y los cortos seleccionados de todo el país se verán en las transmisiones de "Futbol para Todos".

El concurso tiene como objetivo "promover la cultura e incentivar la producción audiovisual, reflejando la diversidad de aquello que define y caracteriza a los argentinos" y está organizado "con orientación federal, premiando piezas representantes de todas las regiones del país".

Los informes, bases y condiciones se pueden consultar en www.incaa.gov.ar

Fuente: Telam
Más información: www.telam.com.ar

martes, 14 de junio de 2011

Homenaje a Martín Palermo (por Juan Sasturain y Juan José Panno)


Después de la emoción que vivimos el domingo los hinchas de Boca (aunque creo que debe haber rodado también algun lagrimón por una mejilla no-xeneize que sepa algo de fútbol, de la vida y del amor por algunos jugadores épicos) nos encontramos el lunes en el diario Página 12, con dos hermosos textos sobre Martín Palermo, el Titán, el Loco, el Optimista del gol. Uno de Juan Sasturain y otro de Juan José Panno, dos grandes en esto de cruzar pelota y libro, fútbol y literatura.
Los subimos acá, a "Gambeteando...", para que nuestros lectores puedan disfrutar y emocionarse tanto o más que nosotros. ¡Que los disfruten!


El cubo de Palermo

Por Juan Sasturain

Aunque parezca el título de una novela de Umberto Eco, no lo es. El cubo de Palermo es apenas (o nada menos que) el intento de descripción de una forma euclidiana, un cuerpo geométrico ideal, un imaginario paralelepípedo regular (así se dice), un dado descomunal y transparente, un cubo hecho de aire y vértigo, espacio puro de tormenta (diría De Santis): el hábitat natural y de caza, el monoambiente móvil, el espacio vital y mortal, el microclima ominoso, the moveable jail dentro de la cual se movió siempre Martín Palermo –animal, fiera noble y persistente, depredador natural, genuino (de genes) nueve de área– durante todos los años de sus tantas campañas.

Lo de campañas suena bien –mucho mejor que carrera o trayectoria– para Martín, el Campeador. Porque hay todo tipo de goleadores: explosivos, aparatosos y calientes, fríos como cirujanos, ocasionales, solapados, incluso furtivos cazadores de sobras y rebotes, minimalistas... Martín es el goleador franco, alevoso, ostensible, frontal y de referencia, el goleador campante. En él, la vocación es (en términos lógicos) anterior al oficio, y lo sostiene, le da ese plus indefinible. Quiero decir: la disposición, la actitud sostenida precede al desarrollo de la aptitud creciente. Y pareciera que la vocación primera no es jugar al fútbol sino hacer goles. Contemporáneamente, y en otro registro de jugador, sólo en Batistuta se da una condición tan radical y definitiva.

Pero, volviendo al cubo, creo que uno de los secretos de la eficacia de Martín a lo largo de tantos años (con picos de excelencia lejanos en el tiempo, pero que no obstante le han permitido mantenerse vigente hasta ahora en este fútbol nuestro), uno de los secretos –digo, y no descubro nada nuevo– ha sido su capacidad (actitud + aptitud) para ofrecerse como potencial receptor, amplio y generoso, sobre todo para el envío aéreo, de sus ocasionales compañeros.

Quiero decir: cuando alguien apto para la habilitación –fuera el Mellizo, Román o Rodrigo en los últimos años– tenía como referencia a Martín en el área, más precisamente “en la Troya”, que le dicen; ya viniera por derecha o por izquierda para tirar centro atrás rasante o pasado a la carrera; ya lo buscase con tiro libre frontal o habilitación vertical en ataque o contragolpe; cualquiera de esos compañeros sabía, sentía, que el Titán no necesitaba la pelota milimétrica en la cabeza o en el pie zurdo. No: bastaba la mínima aproximación.

La experiencia indica que, en sus mejores momentos, el área de recepción útil de Palermo (el espacio en que cada pelota que le llegaba él podía convertir en aprovechable oportunidad de gol) era, aproximadamente, un cubo de algo más de tres metros de lado: entre 27 y 30 metros cúbicos de corazón de área, con él en el centro. Si la pelota enviada por el compañero caía en algún punto de ese cubo imaginario que solía coincidir con el punto del penal o sus inmediatos alrededores, Martín la alcanzaría, le daría, la desviaría hacia el arco y acaso a la red. De cualquier manera.

Por abajo, por arriba, de lleno o pifiado, con la frente, con el parietal derecho, con el izquierdo, con la coronilla, con la rodilla, estirando el pie, con el pecho o el hombro, zambulléndose con las muelas, de taco, con extraña chilena, con una tijera fuera de los libros, de volea de derecha, de izquierda, de puntazo y de puntín, con los dos pies a la vez, colgándose del travesaño, con el culo, con el tobillo, con la cara, con la oreja y el hombro... Y eso, solo o acompañado: no importó nunca si había otros habitantes ocasionales –marcadores, arquero, compañeros– dentro de su cubo de influencia. El iba. Y llegaba, solía llegar. Siempre.

En los últimos tiempos, la precisión y oportunidad de los proveedores de buenas pelotas aprovechables –incluso por él– escaseó a su alrededor y, en general, en su deslucido equipo. En el mismo sentido, es probable que con los años el cubo virtual haya ido disminuyendo en su tamaño. Es evidente que no llegaba tan lejos ni tantas veces a conectar lo que le tiraban. Sin embargo, Martín siempre fue. A eso se refería Bianchi al definirlo como un “optimista del gol”: nunca calculó el porcentaje de posibilidades que tenía de llegar antes de ir.

Eso lo ha hecho un jugador inclasificable (mucho más inteligente que hábil; más serio que loco) y un goleador único, sostenido por una fortaleza física y mental a toda prueba.

Grande, Martín.

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Goleador serial

Por Juan José Panno

Modus operandi eficiente
ataque directo al objetivo
sin vueltas, sin rodeos, sin piedad
ojos bien abiertos, tronco erguido
y el impacto certero y contundente.

Paloma, taco, volea, media vuelta
frentazo, nuca, chilena, parietal
derecha, zurda, tobillo, de revés
usó armas de todos los calibres
y hasta clavó un penal con los dos pies.

El hilo conductor de su campaña
son los blancos piolines de la red;
tejió con cada uno mil hazañas
que quedan para siempre en el recuerdo
y el tiempo ya se encarga de agrandar.

El gol que le hizo a River en muletas
amagando a defensores azorados
con torpes movimientos de ballet
y un toque sutil hacia la red,
no va ser muy fácil de olvidar.

Y el de Vélez, en el arco del Riachuelo,
¿qué demente lo podía imaginar?
Un testazo desde mil quinientos metros
sólo concebible en la increíble
cabezota de un gran cabeceador.

El número preciso de los goles,
las tablas y cualquier comparación
son apenas cuestiones secundarias.
Lo que vale es la marca y el ejemplo
de lo que puede lograrse con pasión.

Tipo recto de la más noble madera
en sentido directo o transversal.
Ilustre loco, goleador de raza pura,
el fútbol lo saluda emocionado
los arqueros contrarios más que más.


Link al texto de Juan Sasturain publicado en la contratapa de Página 12: http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/index-2011-06-13.html

Link al texto de Juan José Panno publicado en el suplemento Líbero de Página 12: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/libero/subnotas/6062-3185-2011-06-13.html

martes, 7 de junio de 2011

Santi chiquito (por Sonia Figueras)

Por Sonia Figueras

El agua mojaba el césped de tal forma que terminó en un lodazal.
Todos los dìas a la hora del entrenamiento Santiago miraba el charco sin límites en que se convertìa la cancha y hacía lo posible por no resbalar, no caer. Le iba en ello la vida. Con un poco de suerte serìa el próximo candidato del técnico para hacer su entradita en primera.
Rogaba que parara el agua o que no lo convocara ese día.
Santiago, San chiquito, como lo llamaba el abuelo desde siempre, desde que a los dos años le puso la camiseta de Boca, desde que lo llevaba al campito a patear...Entrà...asì, asì, meté la pelota. El abuelo Pepe, en los huecos de su vida se ocupaba y soñaba con ese chico.
Como casi todos los pibes a los cinco, a la pregunta ¿ què vas a hacer cuando seas grande?, doctor, decìa y rápido, en un soplo agregaba o jugador de primera como el Diego.
Y seguìa yendo al campito con el abuelo hasta que recaló de la mano...del abuelo en el club del barrio, semillero de estrellas.
Ascendìa de categorìa con la mirada del abu en la nuca, tal la mirada de exigencia como el oyente del gallinero del Colón, en velada de ópera, allì donde se marcan con rigor maestro, fielmente las notas y los silencios..
Ahora era octubre, como casi todos los malditos octubres, maldecìa, llovía, bajo la mirada compasiva de la abuela Delia que ojeaba desde el cuadro de la pared del comedor. La abu no estaba pero él sentía en su oreja el aliento tibio de ella que le susurraba... dale Santi chiquito, yo sé que vas a jugar en primera. Pero la abuela Delia estaba muerta. Él confiaba que desde algún agujerito entre las nubes, ¿ no era que los que se mueren iban al cielo?, le daba un empujoncito.
Cuando el técnico armó el equipo para la siguiente fecha, siempre con lluvia, lo llamó aparte. - Santiago, ésta es la tuya, el domingo te pongo un rato, entrás los últimos 10. Ya sabés pibe que esta camiseta no se la pone cualquiera.
Al muchacho le recorrió por el cuerpo un tumulto loco...el abuelo Pepe con sus ojos de abisinio no lo perdería de vista, el calor de la abu con su dale San chiquito, su viejo con aparente indiferencia aunque rebullera por dentro y seguro que la vieja no soltaría la medallita de la cadena que llevaba al cuello, todos estarían con él.
Llegó el domingo. Con cuidado, se puso la camiseta como si fuera de tul o gasa, el pantaloncito le acarició los muslos de piedra, las medias cantaron una canción de cuna al deslizarse por sus caños como en el palo enjabonado, los botines lustrosos al charol. Se paró como cuando en 7º le dieron la medalla al mejor compañero, escolta de bandera, con el corazón al galope peleando con el rubor y las lágrimas. En la foto estaba. Serio, tacurú en el camino.
Desde el banco siguió el partido. Cinco tiros de esquina a favor, dos tiros libres que se perdieron por ahí y dos atajadas del arquero que resultaba imbatible. Ni un gol. Por la derecha no podìan entrar, mucha marca, por la izquierda llegaban y nada.
Faltaban 10 minutos. El técnico lo palmeó. – Entrá Santiago, armá a la izquierda.
Dos flexiones, besó el pasto y entró a correr. Se desmarcaba, avanzaba locomotora controlada, se metió por la izquierda, metió el centro, se la volvió el turco, la paró con el pecho, levantó la vista y en un giro espacial con todo el efecto del mundo, pateó y la clavó en el ángulo del segundo palo.
La tribuna vibró.
Santiago no supo cómo un sablazo de fuego le dio en la rodilla. Cayó como en oración.
Santi chiquito no pudo jugar más al futbol.

martes, 24 de mayo de 2011

El director técnico (por Eduardo Galeano)

Por Eduardo Galeano


Antes existía el entrenador, y nadie le prestaba mayor atención. El entrenador murió, calladito la boca, cuando el juego dejó de ser juego y el fútbol profesional necesitó una tecnocracia del orden. Entonces nació el director técnico, con la misión de evitar la improvisación, controlar la libertad y elevar al máximo el rendimiento de los jugadores, obligados a convertirse en disciplinados atletas.
El entrenador decía:
Vamos a jugar.
El técnico dice:
Vamos a trabajar.
Ahora se habla en números. El viaje desde la osadía hacia el miedo, historia del fútbol en el siglo veinte, es un tránsito desde el 2-3-5 hacia el 5-4-1. pasando por el 4-3-3 y el 4-4-2. Cualquier profano es capaz de traducir eso, con un poco de ayuda, pero después, no hay quien pueda. A partir de allí, el director técnico desarrolla fórmulas misteriosas como la sagrada concepción de Jesús, y con ellas elabora esquemas tácticos más indescifrables que la Santísima Trinidad.
Del viejo pizarrón a las pantallas electrónicas; ahora las jugadas magistrales se dibujan en una computadora y se enseñan en video. Esas perfecciones rara vez se ven, después, en los partidos que la televisión transmite. Más bien la televisión se complace exhibiendo la crispación en el rostro del técnico, y lo muestra mordiéndose los puños o gritando orientaciones que darían vuelta al partido si alguien pudiera entenderlas.
Los periodistas lo acribillan en la conferencia de prensa, cuando el encuentro termina. El técnico jamás cuenta el secreto de sus victorias, aunque formula admirables explicaciones de sus derrotas:
Las instrucciones eran claras, pero no fueron escuchadas, dice, cuando el equipo pierde por goleada ante un cuadrito de morondanga. O ratifica la confianza en sí mismo, hablando en tercera persona más o menos así: «Los reveses sufridos no empañan la conquista de una
claridad conceptual que el técnico ha caracterizado como una síntesis de muchos sacrificios necesarios para llegar a la eficacia».
La maquinaria del espectáculo tritura todo, todo dura poco, y el director técnico es tan desechable como cualquier otro producto de la sociedad de consumo. Hoy el público le grita:
¡No te mueras nunca!
Y el Domingo que viene lo invita a morirse.
El cree que el futbol es una ciencia y la cancha un laboratorio, pero los dirigentes y la hinchada no sólo le exigen la genialidad de Einstein y la sutileza de Freud, sino también la capacidad milagrera de la Virgen de Lourdes y el aguante de Gandhi.

Este texto pertenece al excelente libro "El fútbol a sol y sombra"

martes, 17 de mayo de 2011

Fútbol para todos (por Esteban Silva)

Por Esteban Silva

En mi vida, salí dos veces campeón de fútbol. Una en la secundaria en un torneo de futbol cinco. Otra, con veintitrés años, en un torneo inter-fabricas en Japón. Tuve la suerte en ambas ocasiones de verme rodeado de los artífices necesarios para lograr tales hazañas. En mi condición de pica-piedras, lo único que podía aportar al equipo era sacrificio. Mi posición a tal efecto era la de nueve “pescador”, a la espera de la resolución de una jugada. Una infancia dedicada a juegos mecánicos, cine e intercambios grupales con compañeras de grado, redundó en un bajo rendimiento con la redonda. Ya en la temprana edad de doce años, mi escaso curriculum futbolístico colisionó con la escuela secundaria para varones de San Rafael. Acostumbrados a torneos escolares parroquiales y campamentos, me llevaban años de distancia en las lides de la esférica. A pesar de ello, participaba de todo picado que se organizase. Dicha práctica, no me aportó ninguna dote de habilidad. Con el tiempo, lo que sí fui logrando es cierta ubicuidad en el terreno. Un poco por desmarcamiento, otro poco por mis escasas atribuciones, hacían que mi posición dentro del campo resultase inofensiva. Los habilidosos, más dedicados a mostrar las virtudes de una gambeta individual, poco aportaban al orden colectivo. Y en muchos casos la sumatoria de habilidosos no era condición de superioridad en un torneo. Eso quedó demostrado en el campeonato de los sábados contándome a mí como participante. Mi equipo, era un rejuntado de pataduras con más ímpetu que nociones del buen fútbol. Pero la determinación, sumada al sacrificio a veces rinde sus frutos. Máxime en un campo de estrechas dimensiones como el del colegio. En una ocasión, recuerdo haber pateado al arco simultáneamente con un jugador de mi equipo. Tal era el desorden, que parecíamos un enjambre de abejas atrás de la pelota. El final del campeonato arrojo la cifra de dieciséis goles para Ferrara ( el goleador principal ), y la nada despreciable cifra de diez goles en mi haber. Con el tiempo compañeros de curso acuñaron el apodo de “goleador”, no sin sorna claro, refiriéndose más a mi vocación del área, que a las condiciones intrínsecas de mi juego. Para mí este era más un juego de estrategia, de pases al hombre libre, y de ir avanzando hasta encontrar la posición favorable de rematar al arco. Una vez frente a el, el destino inevitable era el puntín de mi botín derecho, para asegurar la jugada, y de prescindir de toda puntería o efecto. De cabeza, poco y nada. Solo recuerdo una vez en el ateneo que un compañero de defensa metió un pase-gol con tanta exactitud, que la pelota picó en mi cabeza y superó al arquero. Creo que en la posición de nueve hay que tener culo también. Es necesario la cuota de suerte necesaria para que la carambola de la pelota disputada, caiga en los pies nuestros, o en la red rival. Los palos también aportan lo suyo. Cuantas veces vemos el ensañamiento de una pelota al estrellarse indefinidamente en estas barreras del gol. Así vemos pasar indefinidamente nuestras posibilidades, a sabiendas que “ los goles errados se sufren en el arco propio”. Dicha máxima se cumple a rajatabla, desde el potrero más precario, hasta la copa del mundo.
Yo tenía compañeros habilidosos en el secundario: “Adriano”, un jugador de características particulares, buena gambeta de baldosa, piques cortos y desplazamientos laterales impredecibles. Su poca participación en los torneos, la tendencia al juego individual y su deserción a temprana edad nos privó de su magia. “ Rogido”, era más grande que el resto de nosotros, por haber repetido, y por cuestiones naturales también. Juego largo y asociado, buena patada y cabezazo. Marca y garra en ocasiones. Lo mejor: su cross de derecha en el concurso de una discusión con rivales de otros colegios. “Montero”, jugador completo, gambeta en velocidad, recuperación y juego colectivo. Magia en circunstancias favorables y garra a la hora de ir perdiendo. Era imposible frenarlo en el mano a mano, a pesar de repetir una y otra vez la misma maniobra evasoria. Por eso para estar a la altura de mis condiciones, era preferible participar de un equipo que tuviese un habilidoso y no fuese morfón. Solo así podría explotar mis condiciones de pseudo-goleadoras. Como aquella vez en Japón que tuve la suerte de formar en un equipo de obreros de fábrica, predominantemente brasileños. Es sabido de su habilidad con la pelota en todos los ámbitos de disputa. A la optima lectura del juego le suman técnica y velocidad.
Por eso, no nos fue difícil llegar a las finales del torneo de seis en cancha de césped. La primer fase estaba compuesta principalmente de nipones entusiastas, pero ingenuos a la hora de los puntos. La final ya era otra cosa, un combinado de bolivianos aguerridos que trabajaban en una planta vecina de acero. Un primer tiempo disputado, en el que no se consiguió sacar ventajas 1-1. A la segunda mitad rápidamente nos pusimos en ventaja, hasta ampliarla al valor de seis, con tanto de mi autoría. Los minutos finales fueron simples pases laterales y “ fitas” cerca de la raya lateral haciendo el tiempo pasar.
Tiempo que llegó a su fin con la marca de 6-3, a pesar del esfuerzo de los hermanos trasandinos.
La recompensa un metálico estimado en doscientos dólares para el equipo, junto con un símil de la copa del mundo en yeso o cerámica pintada.
Lo paradógico del caso, fue que a instancias mías, providencié un juego de camisetas para suplir al ajuar del equipo.
Cuando los brazucas recibieron la “ suplente “ de la selección argentina versión 93, ( la del gol de Diego a los griegos), palidecieron de asombro y estupor. Solo accedieron a su uso, previo “ arrancamiento” del emblema patrio, cierta dosis de insultos y la certeza de que nadie les devolvería lo abonado por la vestimenta…
Una paradoja doble, un equipo campeón en su mayoría brasileños vistiendo la albiceleste, y un patadura alzando la copa del mundo.


Esteban Silva es alumno de nivel inicial en el taller de creatividad literaria de Cruzagramas.
En éstas líneas nos cuenta un poco más de él: Mis ganas de escribir comenzaron con la lecturas de mis primeros cuentos, allá por la escuela primaria; Cuentos de la selva, Mi planta de Naranja Lima, El Corsario Negro, fueron los primeros títulos que atraparon mi imaginación .De ellos obtuve la fascinación descriptiva de las locaciones distantes y la caracterización de los personajes. A mi paso por la juventud y la adolescencia se sumaron infinidad de colecciones enciclopedistas de los más variados temas, acompañados ya por novelas Best Sellers. De este cocktail, derivó mi inclinación por el ensayo de temas aleatorios, por lo general, reformulaciones de diversos temas en envases nuevos. El transcurso por la facultad de arquitectura, alterno temas académicos, con las consabidas novelas de compra obligada en el círculo de lectores, sumándose en este período, la novela histórica, los comics, libros de humor , especialmente Fontanarrosa, equilibrando parcialmente el tinte cientificista del pabellón 3 . De esta experiencia, surgió la argumentación, la gimnasia en la corrección de una obra, la exposición frente a la crítica,la intervención humorística como recurso de comunicación, las citas alusivas, y las ganas de parecer interesante frente a los demás; el egocentrismo resumidamente. La vida en sí, aportó lo suyo, una excursión a Japón por cinco años, diez años de lengua portuguesa por adopción de conveniencia, en dos relaciones fallidas, infinidad de viajes a Brasil , a su literatura. Esta colisión de mundos arrojó como saldo el exotismo, la visión paralela de otra sociedad, los puntos de vista, la palabra “ gasolina “ en vez de nafta. El saldo: las líneas que son las bases de este breve raconto, rayano al sincericidio

martes, 10 de mayo de 2011

Relatores (por Alejandro Dolina)


Por Alejandro Dolina


Los griegos creían que las cosas ocurrían para que los hombres tuvieran algo que cantar. Las guerras, los desencuentros, los amores trágicos, los horrendos crímenes, las gestas heroicas: todo tenía para los dioses impíos el único fin de proporcionar tema a los cantores. La Historia pone al alcance del menos docto centenares de ejemplos de relatos que fueron más ilustres que los sucesos narrados.

Resulta difícil concebir una idea más triste del destino humano. Sin embargo, a los juglares, cantores, cronistas y narradores de cuentos, les complace pensar que el mundo se mueve para favorecerlos en su oficio.

Héctor Bandarelli, el relator deportivo de Flores, creyó pertenecer a la estirpe de Homero. Durante toda su vida se esforzó para que la narración deportiva alcanzara las alturas artísticas de la épica.

En sus comienzos, Bandarelli hizo algo que nadie había hecho antes. Siendo entreala izquierdo del equipo de Empalme San Vicente, acostumbraba relatar los partidos que él mismo jugaba. Era héroe y juglar, Aquiles y Hornero, Eneas y Virgilio. Según dicen, no era del todo imparcial en sus narraciones. Cuando se hacía de la pelota, comenzaba a elogiar su propia jugada.

—Extraordinario, Bandarelli avanza en forma espectacular.

Muchas veces, por elegir las palabras e impostar la voz, se perdía goles cantados. Cantados incluso por él mismo.

A medida que pasaba el tiempo, el relator iba superando al jugador. Algunos viejos que lo vieron jugar cuentan que pasaba la mayor parte del tiempo parado en el medio de la cancha, relatando, casi sin tocar la pelota. inalmente fue excluido del equipo. Sin rencor ni tristeza, siguió acompañando las modestas giras del Empalme San Vicente, sólo para relatar desde un costado de la cancha el partido que jugaban sus antiguos compañeros. Lo hacía sin micrófono y sin radio, de modo que nadie lo escuchaba, salvo algún wing peregrino que alcanzaba a oír de paso su voz emocionada.

Después, según se sabe, el Empalme San Vicente dejó de jugar y sus futbolistas pasaron a integrar otros equipos. Y en ese momento, cuando todo hacía sospechar la decadencia de Bandarelli, el hombre dio un paso genial: descubrió que su narración no necesitaba de un partido real. Era posible relatar partidos imaginarios, hijos de su fantasía. Parece una evolución previsible: los antiguos poetas cantaban hazañas más o menos reales. Después las inventaron.

Lo mismo sucedió con Bandarelli. Y al no tener que ceñirse al rigor de los hechos ciertos, los partidos que relataba empezaron a mejorar: se lograban goles estupendos, los delanteros eludían docenas de rivales, había disparos desde cincuenta metros, los arqueros volaban como pájaros, se producían incidentes cruentos, los árbitros cometían errores perversos.

De a poco, el artista fue incorporando elementos más complejos a su obra. El tiempo, por ejemplo, manejado en un principio de un modo convencional, pasó a tener durante el apogeo de Bandarelli un carácter artístico y psicológico. Los partidos podían durar un minuto o tres horas.

Algunas veces, el relator omitía cantar un gol, pero daba claves y mensajes sutiles para que el oyente descubriera la terrible existencia del gol no cantado. Aparecían, cada tanto, unas historias laterales que provocaban un falso aburrimiento, que no era sino una trampa para mejor asestar la alevosa puñalada del gol sorpresivo. Todos recuerdan el famoso partido Boca-Alumni que Bandarelli relató en un asado del club Claridad de Ciudadela. En esta obra mezcló jugadores actuales con glorias de nuestro pasado futbolístico. Los viejos hacían fuerza por Alumni, los más jóvenes por Boca. Ganó Alumni, pero en su magistral narración, Bandarelli dejó caer —con toda sutileza— la sensación de que los boquenses, por respeto a la tradición, se habían dejado ganar.

Las audiencias de Bandarelli no siempre fueron numerosas. Algunos partidos los relató solo, en una mesa del bar La Perla de Flores, ante el estupor de los mozos y parroquianos. Pero poco a poco, los muchachones del barrio fueron descubriendo sus méritos y con el tiempo hubo quienes prefirieron escucharlo a él antes que ir a la cancha.

En 1965, Héctor Bandarelli organizó su campeonato paralelo de fútbol. Todos los domingos narraba el encuentro principal, mientras un colaborador lo interrumpía para comunicar lo que sucedía en el resto de los partidos. Algunas firmas comerciales de Flores lo ayudaron a solventar los nulos gastos del certamen a cambio de avisos publicitarios.

Las narraciones tenían lugar en la puerta de la casa de Bandarelli y, cuando llovía, en la cocina. Hay que decir que el relator poeta nunca trabajó para ninguna emisora y jamás utilizó micrófono, salvo en la grabación que realizara del segundo tiempo de Barracas Central-Barcelona, ya en el final de su carrera.

El campeonato paralelo terminó en un desastre. El artista no tuvo mejor ocurrencia que sacar campeón a Unión de Santa Fe y mandar al descenso a River, lo que irritó a muchas personas, que hasta llegaron a agredir a Bandarelli. Pero todos los que saben algo del relator coinciden en afirmar que su mejor partido fue Alemania-Villa Dálmine, relatado en el Colegio Alemán de la calle José HErnández, a pedido de la Asociación Cooperadora. Ese encuentro fue un verdadero canto a la hermandad entre los hombres. Los zagueros entregaban banderines a los delanteros rivales en cada jugada. El árbitro abrazaba llorando a los futbolistas que quedaban en off-side.

Los de Villa Dálmine hicieron una suelta de palomas celestes y blancas a los quince minutos del segundo tiempo para celebrar el segundo gol de la selección alemana. En el final, todos se abrazaron e intercambiaron obsequios. Fue inolvidable. En el Colegio Alemán, los padres lloraban de emoción añorando la tierra de sus antepasados. Algunos miembros de la Asociación Cooperadora pidieron a Bandarelli que volviera a relatar el encuentro en diferido, pero el artista se negó. En el esplendor de su actividad, tal vez advirtiendo el carácter efímero de su obra, resolvió escribir libretos detallados que luego archivaba prolijamente. Desgraciadamente, sus familiares quemaron este valiosísimo corpus argumentando que juntaba mugre. Nos queda apenas un breve fragmento, correspondiente al encuentro Boca Juniors 3 - Vélez Sársfield 3. "Solidario, agradecido, ayuno de envidias, Javier Ambrois entrega la pelota a Nardiello. El viento agita las banderas en los mástiles de la Vuelta de Rocha. Nardiello tira un centro rasante... Arremete. J. Rodríguez, pero ya es tarde... tarde para remediar los errores del pasado... tarde para volver a unos brazos que ya no nos esperan... Ya es tarde para todo. "Según sus seguidores, el libreto le quitaba frescura a Bandarelli y -como hemos visto— recargaba un tanto su estilo.

Un día desapareció. Algunos dicen que se mudó, o que se murió, es lo mismo. La gente volvió a preferir los partidos sonantes y constantes de la radio. Los relatores de hoy tienen la posibilidad de seguir al maestro e intentar la ficción y la fantasía en sus narraciones. ¿Por qué depender de la actuación, muchas veces mediocre, de los futbolistas?

¿Por qué no crear con la voz jugadas más perfectas? ¿Por qué no dar nacimiento a deportistas nobles, diestros y mágicos que nos emocionen más que los reales? Se puede ir más allá. Todo el periodismo podría tener un carácter fantástico y abandonar los vulgares hechos de la realidad para aludir a sucesos imaginarios: conflictos, tratados, discursos, crímenes e inauguraciones de ilusión. En este último instante comprendo que nadie me asegura que estos artistas no existen ya. Tal vez, todo cuanto uno lee en los diarios no es otra cosa que un invento del periodismo de ficción.

Sin embargo, esta clase de incredulidad conduce a sospechar la falsedad del Universo mismo. Suspendamos semejante astucia porque algunos hasta podrían pensar que el propio Bandarelli es imaginario y sus partidos sombras de una sombra.


Este texto fue extraído de la muy buena página web Cuentos y más http://www.cuentosymas.com.ar/

martes, 19 de abril de 2011

El niño y la luna (por Walter Saavedra)

Por Walter Saavedra

Encorvado sobre el pescante regresa por la madrugada llevándose con él esa luna llena, redondamente gorda y blanca, y se duerme con las tripas retobadas, sin un beso de buenas noches.

El niño sueña. Sueña que esa luna llena, redondamente gorda y blanca, baja del cielo, hace nido en su pecho, le recorre el cuerpo como la caricia que le anda escaseando, cae en el hueco justo de su empeine y escapa con ella.

“¡Corre, niño, corre!”, le grita un ladrón y el niño corre haciéndole gambetas de luna llena a la miseria.

“¡Corre, niño, corre!”, le grita una prostituta y el niño huye sin dejar que la luna llena toque el suelo y se manche de barro y estiércol.

Y salen los vecinos, alarmados por un bochinche de perros trasnochados, y aplauden... Aplauden asombrados al niño malabarista que ahora inventa una rabona que deja una estela de chispas, luminosa como la vía láctea, y a la vuelta de una esquina niño y luna desaparecen, hundiéndose en la noche mas profunda.

Shhhh... No despierten al niño que ha encontrado, por fin, eso que nosotros llamamos... felicidad.


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martes, 5 de abril de 2011

Pase de magia (por Ariel Scher)

Por Ariel Scher


Por eso era El Mago. Porque se animaba a todo y porque ya hacía un tiempo largo que había demostrado que en el fútbol conseguía lo posible y lo imposible. Sobraban pruebas. Una tarde castañeteó los dedos y logró que un marcador de punta aficionado apareciera protagonizando una final profesional como centrodelantero. Otra vez fantástica, susurró tres palabras y provocó que un mediocampista arrogante quedara sepultado por una colección de pelotas. Un mediodía sin olvido, enterado de que en un barrio pobre querían una cancha cubierta, puso la mano en un bolsillo y sacó palomas hasta sumar cuatrocientas que, juntas y apretadas, formaron un techo perfecto. Había más: una leyenda de la que él prefería no hablar aseguraba que era hincha de un equipo barrero y que, en un día decisivo, hasta había sido capaz de hacer llover.

Porque era El Mago, por eso mismo, es que esos hombres lo fueron a ver. Se compadeció de ellos en un minuto: hablaban con la urgencia de los desesperados y cada vez que pestañaban removían en el aire una angustia. Era evidente: se trataba de gente que sufría.

“Discúlpenos, Mago, pero nos ocurre algo horrendo- explicó uno de los hombres-. Somos personas que amamos al fútbol. Con pasión, sí; pero con salud. Y estamos en problemas”. El hombre dejó correr apenas un silencio, como si tanto dolor lo obligara a un reposo breve, y después siguió. “Queremos que vea”, dijo, y le mostró las imágenes de miles insultando a otros miles en un estadio. “Queremos que oiga”, agregó, y le pasó la grabación de un comunicador deportivo que, por dinero, parloteaba a favor de un candidato a algo. “Queremos que lea”, pidió, y le dio un recorte en el que se detallaba cómo un empresario era “dueño” del pase de un chico de 16 años. “Queremos que sepa”, afirmó, y le contó que había entrenadores que sostenían que un partido sin goles era un partido perfecto. “Queremos que nos ayude. Todo esto es insoportable”, imploró el hombre. Y casi se puso a llorar.

El Mago se comprometió a intentar. Apeló a paños y a pañuelos de cada color, y a libros cargados de trucos, y, además, a una bruja retirada, todo un pozo de saber, que le había enseñado de qué manera mover una varita mágica para que un arquero eternamente suplente fuera alguna vez titular.

Entonces, El Mago convocó a los hombres. “Señores- les confesó-, no puedo. Sucede que yo soy apenas un obrero de las ilusiones y ustedes están ardiendo por las miserias de la pura realidad. Pero no se desesperen. Se los digo convencido: pronuncien fuerte sus indignaciones, denuncien tanta trampa grosera, rechacen el poder de la mediocridad y, en especial, organicen la rabia. En el fútbol y en mil cosas, la mejor magia de todas es desear, es soñar, es luchar”. Luego metió las manos en su galera, dibujó una sonrisa de artista y regaló dos maravillas. Porque era mago, primero sacó un conejo. Porque era un hombre, después sacó una esperanza.

Este texto fue extraído de la muy buena página web Cuentos y más http://www.cuentosymas.com.ar/

sábado, 2 de abril de 2011

"Football is God" en el BAFICI 2011



Se viene el BAFICI (Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente) y ya se pusieron en venta las entradas para todas sus funciones. Habrá algunos eventos especiales, seminarios, workshops, películas proyectadas en espacios abiertos y gratuitos, y nuevas secciones. Una de ellas se llama “Elegante sport” y reúne filmes cuya principal temática es el deporte.

Como no podía ser de otra manera, hay una película en particular que analiza parte del fenómeno del fútbol en la Argentina, siguiendo a tres hinchas de Boca un poco peculiares: Pablo, el ultra fanático de Maradona que se integra a la Iglesia Maradoniana y sigue todos sus ritos; la “Tía”, una señora que trata a los jugadores de Boca como si fueran sus sobrinos y les hace regalos para sus cumpleaños (como el calzoncillo que le da a Martín Palermo); y Hernán, un fanático envenenado, al que, por ejemplo, se le quiebra la voz recordando un gol de Mastrángelo de hace décadas y, sin embargo, vemos en sesiones de psicoanálisis tratando de analizar su fanatismo. Todo esto, claro está, no sería tan peculiar sino fuera porque la visión que se posa sobre estos tres fanáticos es la de un director danés.

En resumen, el documental danés Football Is God es un apasionante paseo por las pasiones. Y por la Bombonera. Y por una parte de la psiquis argentina vista por un extranjero.

Football Is God

Días y horarios:

7 de abril a las 17.30 en Hoyts Abasto

9 de abril a las 22.15 en Hoyts Abasto

10 de abril a las 17 en Pasaje Carlos Gardel (función gratuita)

14 de abril a las 21.45 en Alianza francesa


Más info en http://www.bafici.gov.ar/home11/web/es/films/show/v/id/78.html

jueves, 31 de marzo de 2011

Fúbol S.A. (Última parte)

Por Javier Viveros

Link a la Primera parte
Link a la Segunda parte

IV

Futbolísticamente no nos iba demasiado bien. Pero los resultados parecían no importar, al menos de las paredes del club para adentro. Nosotros cobrábamos siempre a fin de mes y la empresa facturaba muchísimo en publicidad.
Yo había podido comprarme una Nissan Terrano y empecé a salir con una de las modelos que hacía más ruido. Muchos de los otros componentes del plantel también empezaron a salir con modelos. Los que eran casados no salían con ellas, simplemente las alquilaban por una noche.
Varios jugadores se vieron obligados a firmar su renuncia, recibieron su liquidación correspondiente, «por no estar en la línea estética de lo que pretende la empresa». Empezaron a traer algunos jugadores extranjeros. La mayoría de ellos eran futbolistas que habían brillado en otra época, pero ahora estaban ya viejos. Se convirtió nuestro club en un verdadero cementerio de elefantes, donde venían los grandes a enterrar su carrera deportiva. Eso era algo nuevo para nosotros, que trajeran jugadores buenos, lo usual era que vendieran al primero que levantara la cabeza medio milímetro por encima de los demás, que lo vendieran rápidamente, al mejor postor. Eso era lo normal, porque el mismo presidente del club era dueño de la ficha de muchos jugadores y había empresarios-buitres observando cada entrenamiento.
Los recién llegados eran jugadores viejos pero de gran técnica y experiencia. Uno de los que trajeron fue un número diez zurdo, Reconto, un jugador uruguayo que en otra época fue uno de los mejores del planeta. Tenía un control de balón verdaderamente envidiable. Y un cabezazo por demás terrible. Con el ejército de extranjeros capitaneados por Reconto, más la legión de jugadores locales, nuestro equipo empezó a ganar los partidos.
Habíamos vuelto a enamorar a la afición deportiva luqueña. El merchandising era abrumador. Se vendían lapiceras auriazules, tazas, brújulas, camisetas, mochilas, llaveros con fotos de los jugadores, termómetros. Inclusive se comercializaban bonsais tatuados con el escudo de la institución. Pero duró poco tiempo el romance, en dos meses el aluvión de extranjeros se marchó tan rápidamente como llegó, habían sido contratados por sesenta días nada más. Sólo quedaron unos pocos jugadores brasileños en el plantel.
Al parecer la FIFA había visto el video de varias de nuestras celebraciones de gol y por ello sacó su Circular Nº 579 donde ordenaba a los árbitros impedir los festejos grupales ensayados. «No están permitidas las celebraciones coreografiadas que ocasionen una pérdida de tiempo excesiva», decía el documento publicado. Por ello tuvimos que aprendernos nuevos festejos individuales para reemplazar a los colectivos.
Entre semana solíamos ver por la oficina de nuestro DT/Presidente Lucas a directivos de los otros clubes de la primera división. A veces inclusive con el maletín en la mano. Se estaban una hora encerrados conversando (negociando) y luego salían, y me era imposible evitar mirar esa sonrisa desdeñosa que lanzaba el directivo visitante cuando veía nuestro entrenamiento, una sonrisa de burla como diciendo «vamos, troten, troten muchachos, sigan entrenando, todo es en vano porque ya el resultado del partido acabamos de fijarlo».
Eso me enervaba y me ponía a correr como loco, despertando en algunos de mis compañeros cierto fervor de batalla. Otros, en cambio, levantaban el dedo índice y lo hacían orbitar en torno a la oreja derecha, indicando mi escasa salud mental.

V

Transmisión en vivo en la página web del Deportivo Mbusu:
http://www.deportivombusu.com.py/online.php

Está por iniciar el segundo tiempo. Este empate en uno no nos favorece en lo absoluto. Tenemos fe en que se podrán marcar más goles, hay equipo y tiempo de sobra para ello. La hinchada no para de alentar.

45': Empieza la segunda mitad.

46': En una jugada desafortunada, al sacar los luqueños, Acosta marca el gol que los pone arriba en el marcador. Para celebrar su tanto Acosta hace ante la cámara el conocido ‘saludo-pulgar’ de la compañía celular «Hablana». Luqueño nos gana por 2 a 1. Pero queda todavía mucha tela por cortar, esto recién inicia.

48': Ocasión desaprovechada por Otazú tras una gran jugada individual, asistido por Núñez.

50': Los nuestros presionan en todos los sectores del campo. Los luqueños están arrinconados y la arrojan a cualquier parte. La pelota les quema los botines.

51': Falta sobre Acosta por empujón de Otazú. Tiro libre para la visita.

52': Folha seca de Acosta que lame el travesaño.

55': Saca el arquero y en tres toques llegamos al área rival. Remata Mendoza por línea de fondo.

57': Mendoza está enchufado. Baila solito a toda la defensa y termina rematando por encima del larguero. Se salva Luqueño.

59': Arranca Otazú en velocidad por el andarivel derecho, se mete al área, lo barre un defensa y el juez nada cobra. Otazú se queda en el piso reclamando penal. El árbitro nos está perjudicando.

62': Infantil error de Núñez en el mediocampo y se viene Luqueño en contragolpe con Acosta que la lleva por el medio, remata desde unos veintitantos metros y nos salvamos: el balón pasa cerquita del poste derecho.

65': Cambio en Luqueño.
Entra: Jorge Aranda.
Sale: Reinaldo Arévalos.

66': Arévalos sale diciéndole algunas cosas a su entrenador y le arroja la camiseta.

67': Metimos dos centros al área pero el arquero del equipo visitante estuvo acertadísimo en sus rechazos.

68': Nuestro D. T. cambia.
Entra: Antonio Rodríguez.
Sale: Roberto Núñez.

69': Tarjeta amarilla para Acosta, por falta sobre Rodríguez.

71': Aranda se metió una galopada al área pero nuestra zaga estuvo muy coordinada para aplicar la trampa del off-side.

73': Empieza a hacerse notar el nerviosismo en ambos conjuntos. Pero más en los luqueños que reparten patadas y codazos a granel. ¿El árbitro? Con lentes de sol.

75': Error en la zaga visitante y la pelota es recuperada por Fante, se mete al área, va a patear y oportunamente aparece Aguilera para barrer y enviarla fuera del campo de juego.

76': Cambio en Luqueño.
Entra: Joao Acevedo.
Sale: Tadrio Aguilera.

77': Finta Fante y marca un precioso gol de cucharita pero recibió el balón en posición prohibida, a medio cuerpo nada más del último hombre de la zaga luqueña. Habrá que ver la repetición, porque evidentemente jugamos contra más de once hombres.

78': Tarjeta amarilla para Acevedo, por reclamar una falta inexistente.

80': Se viene el equipo visitante de contragolpe, tres contra tres, la pelota la lleva Acosta, engancha hacia adentro, quiere habilitar a Aranda y afortunadamente equivoca el pase.

81': El central luqueño se despachó con una entrada realmente sucia sobre Fante. Acosta lanza la pelota afuera para que lo atiendan. El juez del encuentro no amonesta ni siquiera verbalmente al infractor. Es una vergüenza la actuación del conjunto arbitral.

82': Fante está siendo atendido fuera del campo.

84': Se reincorpora Fante. Otazú devuelve la gentileza a los luqueños. El estadio aplaude el fair play de nuestro equipo.

86': Tarjeta amarilla para Aranda por ir con excesiva brutalidad a una pelota dividida.

87': Entró el delantero auriazul a nuestra área, lo marcó Rodríguez y el luqueño se arrojó a la pileta. El juez debería mostrarle la amarilla por simular.

89': El árbitro indica dos minutos de adición, iremos hasta los 92. Otazú mete el amague y recibe una tremenda plancha del jugador luqueño que termina viendo la tarjeta roja, ahora somos once contra diez en el terreno. Aunque quizá sea ya muy tarde para reaccionar, no hay tiempo para más.

90': Aún así, nuestros muchachos lo intentan vía el movedizo Otazú que encara, aguanta la marca, hace el giro y la toca para Fante que le pega y la pelota es contenida en dos tiempos por el guardameta auriazul.

92': Todo ha terminado. Encajamos una derrota más de locales. Nuestros hombres lo dejaron todo sobre el campo de juego pero no pudo ser, no se puede contra el árbitro. Se despiden los jugadores en el centro del campo y también nosotros nos vamos. Cerramos la transmisión, no sin antes agradecer su compañía. Buenas noches y hasta la próxima.

VI

Radio «Catorce de Marzo». Entrevista con Bernardo Acosta, el crack de la casaca número diez del Sportivo Luqueño, «el jugador del partido».
Me hallo porque me eligieron la figura. Sí, fue un partido muy difícil. Pero gracias a Dios y La Virgen pudimos encontrar la victoria con un gol de vestuario. Apenas tocamos la pelota en el segundo tiempo y con toda la confianza que El Profe depositó en mí pude ñapytirle un derechazo, rematé fuerte y tomé de sorpresa a la defensa del Deportivo. Sabíamos que iba a ser un partido complicado porque ellos tienen buenos jugadores y son siempre muy fuertes jugando en su casa, pero nosotros también teníamos lo nuestro y por suerte para nosotros ellos no pudieron empatar después de mi gol y nos vamos muy contentos llevando los tres puntos de visitantes.

VII

Me parecía poder entender el funcionamiento de la mente de nuestro DT, Lucio Viega. El era nada más que un empleado de una empresa poderosa, tenía su maestría en administración de empresas y había hecho el curso de entrenador, y la unión de esos dos títulos lo convirtió automáticamente en un candidato potable para trabajar para «O Rei» Sports. Era un individuo solitario, que actuaba y se movía como si estuviera en campo enemigo, parecía desconfiar de todo y de todos. Cuando daba las órdenes había un dejo de inseguridad en su voz. Yo había trazado ya su perfil psicológico. Era un individuo aclimatado a las derrotas, acostumbrado a los naufragios, alguien que apostaba siempre por los caballos perdedores y para él era algo raro su presente de éxito laboral y económico. Le parecía un truco del destino, un engaño, un castillo de arena que el viento o algún gracioso derribaría de repente de un puntapié.
Una vez lo encontré en un karaoke. Estaba bebiendo y probablemente ebrio, al menos eso podía pensarse al observar la cantidad de botellas en su solitaria mesa. Lo vi primero desde la distancia, sin que el se percatara de mi presencia. Pidió el micrófono y cantó Um dia de domingo con la voz más triste y el portugués más cercano al francés que escuché en mi vida. Cuando terminó fui a saludarlo:

––¿Qué tal, entrenador?

Me estrechó la mano y conversamos un rato. Siempre me gustó la Psicología, durante mi casi concluido bachillerato fue la materia que llegó a desagradarme menos. Luego de la conversación que mantuve con el entrenador pude darme cuenta de que conspiraba contra sí mismo, de manera inconsciente se saboteaba y por eso los repetidos fracasos. Y también pude concluir que esta era una tregua nada más, las multiplicadas derrotas le daban un respiro, o él mismo se estaba dando un respiro ahora. Pero eso pronto iba a cambiar, así lo pude intuir esa noche.
Por mi parte, yo me estaba cansando de ser un producto y perder con tanta asiduidad. Acumulábamos siete derrotas, dos victorias y cinco empates. A ese ritmo terminábamos últimos en la tabla. Los partidos estaban casi siempre arreglados, porque la estrategia que nos daba el entrenador era a veces francamente perdedora. En ocasiones, casualmente contra algunos equipos más chicos, la táctica era como para salir a aplastarlos. Era evidente que se vendían nuestros partidos y los equipos grandes podían comprarlos, no así los clubes más pequeños. Un día decidí azuzar a mis compañeros, nos reunimos y les comenté mis ideas. El equipo que enfrentaríamos era un equipo que en el torneo interno arrasaba, tenía ganados numerosos campeonatos locales. Rugía como el motor de un Fórmula Uno en el certamen casero pero en el ámbito internacional se convertía en una miga de pan. El equipo se llamaba «Real Ambere» y padecía una suerte de pánico escénico o tal vez una forma malentendida de patriotismo (jugaba bien solamente en Paraguay) o por otro lado quizá fuera malinchismo, mirando de rodillas a los equipos extranjeros y viéndolos como si fueran gigantes.
La estrategia que nos trazó el director técnico consistía en tener seis defensores y cuatro medios. Era francamente defensiva y jugar a perder. Hablé con los muchachos la noche de la concentración antes del partido. Me sentí poseído por otra lengua. Les hablé de gloria deportiva, de triunfo, de esfuerzo, de las esperanzas de una ciudad que se depositaban en nosotros como una olla al final del arco iris.
Llegó el sábado, jugamos el partido contra los amberetistas. Les llenamos la canasta. Joao convirtió un bonito gol. La pelota curvó dos veces su dirección como si tuviera vida propia y fue a estrellarse no en el ángulo, hay que decir la verdad, se clavó más o menos a la altura de la cintura del golero y hasta por el golpe y la fuerza que llevaba echó al suelo la toalla que estaba colgada de la red. Fue el gol que abrió el marcador. No hicimos caso del planteamiento táctico y fuimos para el frente. De un tiro de esquina nuestro defensor central aprovechó y remató a placer. Y el último tanto fue de tiro penal. El ejecutor estuvo a punto de correr hacia la cámara para festejar su gol con la coreografía aprendida pero dos jugadores lo agarramos de la camiseta y fuimos caminando con él hasta el mediocampo. El entrenador estaba furioso, nos insultaba en un portugués cerradísimo, gesticulaba como un epiléptico, hizo los tres cambios, pero aun así seguimos dominando el partido y nos alzamos con la victoria.
Todo el plantel recibió una sanción. Económica, por supuesto. Por haber sido el cabecilla de la rebelión yo fui separado del club, me mostraron el memorando que venía de Río de Janeiro con firma y sello real. No me pagaron nada por mi salida pero ahora soy dueño de mi pase. Si bien es cierto que estoy ya algo viejo, aún puedo fichar por otro equipo. Quizá todavía incluso llegue a marcar un gol. Si se me llega a dar el gol me abrazaré con el compañero más cercano luego de gritarlo con toda mi alma y dedicárselo a la hinchada.

FIN



Javier Viveros (Asunción, 1977). Es Licenciado en Análisis de Sistemas e Ingeniero en Informática. Publicó los libros de cuentos La luz marchita, Ingenierías del Insomnio y Urbano, demasiado urbano, así como también los poemarios Dulce y doliente ayer, En una baldosa, Panambi Ku’i y Mensajeámena (poemas a ras del saldo).
Su último libro, Urbano, demasiado urbano, agrupa diez cuentos donde se respira el smog de las ciudades y puede percibirse esa “alucinación en marcha” de la vida moderna. El cuento “Misterio JFK” del libro mencionado, resultó finalista entre 4.735 textos participantes del Concurso Internacional “Juan Rulfo”, en su edición del 2009. Dicho concurso está organizado por Radio Francia Internacional, el Instituto de México en París, el Instituto Cervantes, la Casa de América Latina, Unión Latina, el Colegio de España en París y Le Monde Diplomatique (España).
El blog del autor: http://javierviveros.blogspot.com y su e-mail: jviveros@gmail.com