viernes, 29 de julio de 2011

Independiente, mi viejo y yo (por Eduardo Sacheri)

Por Eduardo Sacheri


«Mirá que esta noche es el partido», me dijo él. Hizo bien porque uno, a los cinco años, no tiene una conciencia cabal de la periodización del tiempo. Como mucho distingue el sábado y el domingo, porque esos días no hay que ir al jardín, y papá se queda en casa a jugar con uno. Pero con los otros días y las otras noches, la cosa se complica. Por eso sin la advertencia de papá, hecha con el beso de recién llegado del atardecer, yo habría pasado por alto la infinita importancia de esa noche.
Los preparativos fueron los de siempre. Mientras él encendía el Stromberg–Carlson con suficiente antelación para darle tiempo a las válvulas, yo le pedí a mamá la ropa apropiada para el evento. Primero se negó a lo del pantaloncito corto, aduciendo que era invierno y que hacía mucho frío. Yo argüí hasta el cansancio que los jugadores juegan con pantalones cortos, y al aire libre. Una salomónica intervención de papá desempantanó por fin el pleito: con pantalón corto, pero sentado cerca de la estufa de kerosene del comedor. Después me puse la camiseta roja con el cuellito blanco, con el once de cuero cosido en la espalda, igualito que Daniel Bertoni. Papá, mientras tanto, iba trayendo la colección de trapos rojos que colgábamos a modo de banderas. Había pañuelos, una frazada, un pulóver, un par de camisas chillonas. La lámpara de pie, el timón de barco que adornaba la pared, varias de las sillas, todos terminaron ocultos en nuestro rito ornamental y futbolero. Cuando llegué, rigurosamente ataviado con los colores reglamentarios, me llené los ojos de banderas rojas. Lo único que nos faltaba era el viento para que flamearan, como en la cancha.
Papá se negaba, pese a mis acaloradas argumentaciones, a vestir también el atuendo correspondiente. Nada de camiseta. Y mucho menos de pantalones cortos. A mí me parecía un desperdicio, con tanto trapo rojo disponible y tan a mano. Pero él prefería verlo con su bata de siempre, calzado con sus chinelas ruidosas, con el paquete de Kent y el cenicero, pobrecito, para fumarse los nervios uno por uno.
Mientras daban las últimas propagandas, y antes del aviso de «minuto cero del primer tiempo, es tiempo para una ginebra Bols» (o cosa por el estilo) que marcaba la hora señalada, papá se sintió en la obligación de preservarme de desilusiones demasiado abruptas. Me miró como me miraba siempre que tenía algo importante que decirme, con una mezcla de solemnidad y de ternura, con un bosquejo de sonrisa iluminándole los ojos. «Mira, tipito – empezó, porque él me llamaba de esa manera cuando teníamos que aclarar cosas importantes–, que la cosa viene difícil.» Y volvió a enumerarme todas las dificultades que nos esperaban en esa noche de invierno. Que ellos habían ganado en Brasil, que nos habían pegado un peludo bárbaro, que no sólo teníamos que ganar, sino que debíamos hacerlo por no se qué diferencia de gol. Pero para mí sus argumentos sonaban confusos. ¿Acaso él mismo no me había dicho que Independiente era el rey de copas, que la copa, la copa se mira y no se toca, que los brasileños nos tenían un miedo descomunal, y que en Avellaneda y de noche se morían de frío, y no podían ni levantar las patas del pasto? El trató de convencerme de que, pese a la absoluta veracidad de lo dicho en otras ocasiones, esta noche las cosas iban a ser muy difíciles y peliagudas.
De todos modos, nos entonamos cantando un par de veces el «sí, sí señores, yo soy del Rojo», y algún otro estribillo para ir matando el tiempo. Cuando finalmente se acabaron las propagandas, papá encendió la radio Phillips, con su estuche de cuero, que debía ser la primera portátil de Sudamérica (y la teníamos en casa). Le bajó el volumen a la tele: ambos sabíamos que los relatores de radio son mejores que los otros. Cada uno ocupó su sitio de siempre. El en la cabecera de la mesa, y yo sobre el arcón de mirar la tele. Acercó la estufa de kerosene de ese lado para cumplir lo pactado en cuanto a temperatura corporal con la madre del win izquierdo de bolsillo.
Pero la carne es débil. No importa cuánta preocupación ocupe nuestro pensamiento, ni cuánta angustia agobie nuestro espíritu. Uno siempre termina teniendo hambre, o teniendo sueño, y sucumbiendo a esas necesidades poco altruistas. Empecé a cabecear apenas empezado ese partido inolvidable. Mamá me dijo varias veces que me fuera a la cama. Pero yo seguía ahí, impertérrito, sentado en el arcón, con las patas colgando y pateando en el aire como si estuviese en plena cancha en los escasos momentos de lucidez que tenía en medio de mi mar de sueño.
Papá esperó un rato y después me dijo que me fuera, que me quedara tranquilo. Yo protesté que de ninguna manera, que teníamos que seguir ahí los dos, haciendo fuerza con los canutos y las banderas. El me dijo con aire confiado que no hacía falta, que igual sin mí íbamos a salir campeones, que me quedara tranquilo, que los teníamos de hijos. Ante semejante desparramo de confianza le hice caso y me dormí.
A la mañana siguiente mamá me despertó para ir al jardín. Embotado de sueño me dejé vestir, abrigar y conducir a la cocina a tomar la leche. Después ella me sentó en el sillón del living para atarme los cordones, como hacía siempre mientras esperábamos que pasara el micro. Apenas me despabilé un poco recordé la noche de la víspera, y me desesperé preguntándole el resultado del partido. A la luz del día, y después de un sueño reparador, mi deserción de la noche me parecía imperdonable. Ella me miró y dijo no saberlo. Le pregunté por papá, y respondió que aún no se había levantado.
Han pasado veinticinco años, pero aunque pasen sesenta voy a recordarlo como si hubiese sucedido hoy. La casa estaba iluminada por uno de esos soles oblicuos y tibios del invierno. Yo tenía el guardapolvo cuadrillé lila y blanco, y la bolsita en el regazo, bien agarrada en la diestra, para no olvidármela (otras veces me había pasado, y me había quedado sin el Jorgito de dulce de leche y sin la taza de plástico para el mate cocido; así que ahora la cuidaba más que a mi vida). De repente oí abrirse la puerta del dormitorio. Y enseguida escuché el clásico arrastrar de las chinelas en el parquet del pasillo. El corazón me dio un vuelco. Lo llamé a los gritos. Entró a las carcajadas, preguntándome el motivo de mi ansiedad. Yo lo interrogué por el resultado, ya totalmente despierto, ya absolutamente pendiente de lo que dijeran sus labios, ya indiferente a mamá terminando de atarme los cordones.
El se acercó, se inclinó, me dio un beso de buenos días, y se me quedó mirando con expresión jubilosa. Recién cuando volví a preguntarle me dijo que sí, que claro, que habíamos salido campeones de nuevo, y que no me olvidara en el jardín de decirle a todo el mundo que Independiente había vuelto a salir campeón de América. Yo, aún en medio de mi alegría, me hice el tiempo de preguntarle cómo habíamos hecho, si él me había dicho que era muy difícil, que en Brasil nos habían dado un baile bárbaro, que teníamos que hacerles como tres goles, que en el campeonato de acá andábamos como la mona. El me miró risueño, y sembró una semilla más en el fértil potrero de mis sueños de pibe.
«Pero, tipito –empezó, como enunciando una verdad ya reiterada hasta el cansancio–, ¿no te dije que los brasileños ven la camiseta del Rojo y se asustan tanto que no pueden ni mover las patas? ¿No te dije que, con el frío, se quieren volver a su casa a comer bananas para entrar en calor? Por eso te dejé dormir. Porque era tan fácil que nos las rebuscarnos sin tu aliento.» Y en medio de mi maravilla impávida, terminó: «Menos mal que te dormiste. Imagínate si te quedas despierto y gritas conmigo: les hacemos veinte goles y no quieren venir a jugar nunca más, y nos quedamos sin nadie a quien ganarle la copa». Después me levantó en brazos y cantamos «la copa, la copa, se mira y no se toca», y dimos la vuelta olímpica a los saltos, por toda la casa. Vino el micro y me fui al jardín de infantes.
Supongo que ésos son los recuerdos que se le meten a uno en los recovecos del corazón, y echan cría y se nutren de su propio néctar, y nos marcan para toda la vida. Por lo menos así ocurrió conmigo. Y no me avergüenza reconocer que ahora, ya grande, cuando tengo un problema que me agobia, o cuando me toca sufrir por radio y por televisión un partido de Independiente y me como los codos por la ansiedad y la angustia (la vida me enseñó lo inconveniente que puede resultar fumarse los nervios), siento un impulso difícil de dominar, una tentación casi irresistible que me invita a irme a dormir, a abrigarme en la certeza de que mientras yo sueño, mi papá e Independiente, como duendes laboriosos, van a arreglarme el mundo para que yo lo encuentre refulgente en la mañana.
Y queda en mí el mandato inexorable que dictan las fidelidades eternas. Cuando Independiente gana un campeonato –al fin y al cabo, Dios y sus milagros evidentemente existen– lo primero que hago, en la cancha o en mi casa, es levantar los brazos y los ojos hacia el cielo, abrazándolo a mi viejo a través de todos los rigores del destino, y por encima de todas las traiciones de la muerte. Lo que pasa es que tratándose del Rojo, de mi viejo y de mí, hay veces que la muerte es una señora que nos tiene un miedo bárbaro. Una vieja podrida a la que, de locales en Avellaneda, le tiramos la camiseta y podemos, de vez en cuando, llenarle la canasta.
Todavía me acuerdo de ese número once de cuero blanco, cosido en la camiseta como el de Bertoni. Pero ahora también veo, cuando me fijo con suficiente atención, que mi viejo también lleva lo suyo. Lo tiene ahí, en la espalda, justo a la altura del nacimiento de las alas: un diez de cuero blanco, igualito igualito al de Bochini.


Este texto fue extraído del excelentísimo libro "Esperandolo a Tito" de Eduardo Sacheri

martes, 5 de julio de 2011

Fútbol Ciencia II, homenaje al Negro (por Esteban Silva)

Por Esteban Silva

Aunque te cueste creerlo es así. El fútbol argentino está viciado de malas costumbres, solo una acción como esa pudo sacudirlos un poco. Porque no me digas , que a esta altura es común lo que pasaba en las canchas argentinas… El jugador argentino es muy pillo, si le dás rienda libre ¡te pinta la cara!. De nada sirve un montón de normas, si a la hora de ejecutarlas te tiembla la mano. Porque en eso hay que reconocerle a Castrilli, que el viejo muere en la de él. Que por otra parte es la pura ley, de todas formas…
¿Que echó más jugadores en su vida, que el resto de sus contemporáneos juntos?.Puede ser, no te lo niego.
¿Ahora no me vas a decir que la mayoría no estaban bien expulsados?. Que la media del arbitraje tolera circunstancias de juego,que bajo la aplicación estricta de la norma tendrían instancias tempranas de ducha…
Porque los argentinos, te digo, las tenemos todas eh..,simulación, exageración, avivadas, faltas arteras, relevo en las faltas, faltas estratégicas ( salir a quebrar ), hacer tiempo ( cuando se va ganando ), instruir a los alcanzapelotas para demorar los laterales en los contra-ataques, apalabrar al árbrito para modificar o condicionar sus fallos, osea completitos somos..
Por eso Juan, escuchame, si tomaron una medida de esas ¡no fue al pedo!, lo hicieron por algo, para sentar un precedente digamos, para abrirle los ojos a unos cuantos, que así no se podía seguir..
Al principio cuando lo anunciaron me dije: ¡ no va a andar, una cosa así!. Porque una cosa es que te cambien el color de la pelota, que te pinten las faltas en el piso con ese aerosol blanco o una huevada de esas, que ojo, ¡ayudan eh..!, no, pero meter dieciséis modificaciones radicales de una, en un partido de primera división ¡me pareció mucho!. Sí, ya sé, era un partido prototipo , experimental , lo que vos quieras, pero tantas modificaciones en una sola escala, es una locura.
Te cuento algunas que leí en el OLE: La pelota tendrá en su interior un rastreador Gps en contacto directo con los organizadores del evento, y actuará conjuntamente en sintonía con los otros elementos, provistos por la asociación a saber, 1. Unos guantes de malla en la totalidad de los brazos de los jugadores, con sensores digitales en contacto permanente con un ordenador central.
2. Cuatro escaners de banda en cada uno de los lados del perímetro del campo, para evitar las confusiones en laterales, off-side, y puntos de recomienzo del juego en las faltas.
3. Sensores infrarojos en los tres palos del arco, que miden con exactitud el ingreso o no del balón en las jugadas dudosas.
4. Sensores infrarojos holográficos proyectados directamente en el campo de juego para el ordenamiento de la barrera en un tiro libre. ( al menor contacto con ellos, se advierte la falta y se amonesta al jugador correspondiente).
5. Micrófono de aire incorporado en el “ guante de brazo digital “, para acompañar los entredichos y saldar toda “discusión semántica” de un altercado.
6. Cámara incorporada junto al dispositivo, para discernir toda intencionalidad en las faltas, y para de paso mostrar diferentes alternativas del juego.
Eso como medidas principales, después había otras que ni me acuerdo. Lo que sé, es que el encuentro no lo dirigía el árbitro. No , lo ¡podés creer!, lo dirigía ¡ la máquina viejo!, sí ese cartel choto de arriba de la tribuna, acondicionado claro..El referí acompañaba la jugada, y solo intervendría si su albedrío lo exigiese..!mirá que bien Che!, un veedor el juez ahora…
¿Quién carajo lo iba a putear ahora?, nadie, si quien tomaba las decisiones era una computadora y un programa creado a tal efecto.
Por eso Juan, para Castrilli, este invento era un fenómeno. Había pedido innovaciones de este tipo por años el exárbitro. ¡Estaba como puto con dos culos el viejo!, más cuando lo invitaron para “ arbitrar “ el partido inaugural. Te lo cuento a vos Juan, porque acabas de llegar, y sé que en ese país choto que estuviste laburando, ni se habrán enterado de esto. Porque ¡ojo!, acá en Latinoamérica se re-cagaron de la risa, fuimos el hazmereir de cuanto programa deportivo y noticiero hubo.. Los brazucas se hicieron una panzada, y los culo-rotos de los yorugüas ¡ni te cuento!.
En realidad para ser sinceros, todo comenzó en aquella tarde del noventa y seis. En la fecha trece para ser exactos, cuando Vélez recibió a Boca en el Amalfitani.. Me acuerdo patente, Juan, porque en la semana le hacíamos el quince a la nena..
Los bosteros venían bien, el Diego estaba afilado, el Narigón era un violín, bien lo que se dice bien, digamos.
Vélez no se quedaba atrás eh, campeón de la Libertadores, campeón en Japón, primero en la tabla..Aparte tenía al paraguayo ese, ¡agrandado como sorete en balde..!
Pero lo podés creer vos, a los cinco minutos los bosteros ¡ya iban ganando!. Cosas del fúbol, sabés, esos goles de vestuarios que le dicen, salís medio dormido, no estás enchufado del todo y te vacunan…
Pero los de Vélez ni se inmutaron che, a los diez minutos Camps marcaba un gol ( que no había pasado la raya) y Castrilli a instancias del Lineman lo convalidaba.
Ahí, no sabés ¡como se pusieron los bosteros!, les rajaron a tres: El Diego, El Colorado y al Mono.
El Paragüa le clavó un tiro libre, y al final se comieron cinco los bosteros…
La cuestión es, que después en televisión se vió bien clarito Juan, la pelota no había entrado ¡ni ahí!.
El viejo, lo reconoció, dijo que estas cosas pasaban por no aplicar los recursos de la tecnología al campo de juego. Y fue mas lejos, dijo que ese error inicial, condujo a un espiral de acontecimientos que vicio todo el encuentro.Pero que los expulsados, estuvieron bien expulsados.
Por eso, la re-edición del clásico era como una revancha para “ el sheriff”. Ahora dieciséis años después gracias a los avances de la técnica, el viejo iba a resarcirse de la cagada que se había mandado.
Porque la verdad Juancito, es que a cuanto programa fuese, y te digo que yo soy de mirarlos todos, Castrilli se ponía re-mal cuando le citaban el encuentro. Se le ponían los ojos vidriosos, ¡te juro!, y se le quebraba la voz al duro del arbitraje. Medio como que tenían que ir a tanda sabés..
No sé a qué cráneo se le ocurrió, lo cierto che es que eligieron la misma sede para re-editar el partido.
Esa tarde, a la misma hora que antes, cincuenta y cinco mil almas se reunieron en las tribunas del Amalfitani.
En las plateas, uno de cada lado, estaban los otrora íconos de Boca y Vélez, el paragüas Chilavert, y el Diego Maradona. Te digo que si no estaban uno de cada lado de la platea no los diferenciabas a los gordos che..
!Andarían por los cuatroscientos kilos juntos!, Creo que el Diego tenía el pelo un poco más enrulado..
Te cuento esto Juan, porque yo estaba en la cancha. Si, vos te preguntarás ¿ qué carajos hace un hincha de Chicago en un Boca-Velez?.
No viejo, ¡yo no hincho por ninguno de esos muertos!, ni en contra de Vélez te digo.., a mí, lo que se dice a mí, el resultado me ¡chupa un huevo!.
Yo fui por el fútbol viejo, por la redonda, por ver los cambios propuestos en primera fila. No me iba a perder ese partido por ¡nada del mundo!, aunque fuese en “ El fortín” che.
En la tribuna visitante habían instalado otra pantalla gigante, que unida a la de Juan B Justo, harían de “ jueces digitales”, marcando a vista de todos, las faltas y determinaciones durante el partido.
Castrilli, estaba un muñequito…Vestía la ropa habitual de árbitro, con una máscara a la altura de su rostro que le cubría un solo ojo. Como la mira de los pilotos de combate ¿viste?.
Lo que no me gustó, te voy a aclarar, es esa propaganda en la espalda “ Castrilli Gobernador 2011”, me pareció ridícula che..Pero sabés lo que pasa Juan, no le daban mucha cámara por entonces al viejo…
El pitazo inicial, fue como quien dice alegórico…, para continuar con la costumbre. Porque lo que se dice el arbitraje, la aplicación de las normas lo hacía la computadora, y lo anunciaba al instante por los parlantes.
Creo que habían contratado al uruguayo Victor Hugo, para hacer las grabaciones, mira lo que te digo, porque a decir verdad, tendrán toda esa tecnología pero los parlantes y los baños en esa cancha siempre fueron una reverenda mierda que me acuerde..
Movió Boca, pase aquí, allá lo común del comienzo, más en un amistoso. Córner para Boca, lo va a patear Mouche desde la punta izquierda, - ¡PIiiiiiT- suena el autotrol
!Penal para Boca!
Desde la pantalla se observaba en la repetición a Fabián Cubero perseguir en la marca a Martín Palermo, sin siquiera tocarlo en lo más mínimo.
Hubo un silencio generalizado, la “ Máquina” en su primer fallo, estaba dando un penal inexistente, y vaya a saber en qué decisión se apoyaba para tomar tal medida..
Acto seguido, una reproducción de video focalizada en un plano corto de los labios del defensor, dejaba oír claramente la amplificada voz de “pito” del número cinco de Liniers.
- Puto, Cornudo- Le dijo.
Castrilli, con una sonrisa en su rostro, marcó con su índice el punto del Penal.
Desde ambos tableros, se anunciaba en un rojo vívido: 2: 05 minutos del Primer tiempo, Fabián Cubero ( 5 ) Vélez Sarsfield, Argentina OUT, tarjeta roja.
El sheriff, en un gesto demorado, como diciendo “ vieron lo que yo les decía”, sacó su tarjeta de plástico roja, y anotó en una libretita, al pedo Juan…, el jugador sancionado.
Como siempre el que se paró para ejecutar el penal fue “ el loco”.
A él le gustaban esas paradas difíciles. Porque si algo hay que reconocerle a Palermo, es que nunca se escondió. Siempre se puso el equipo al hombro, en las peores circunstancias..
La hinchada de Boca, hizo un silencio abismal…Medio que le tenía miedo también, por lo de aquella vez contra Colombia viste, ¡ a quién se le olvida!...
La cuestión es que acomodó la pelota, le dio tres o cuatro vueltas con la mano, como queriendo encontrar el pasto ideal que sirviese de apoyo al esférico y la puso en el punto de cal, como quién pone una bomba de nitroglicerina, así de despacito mirá..
Pito del árbitro toma carrera Palermo, unos poco habituales veinticinco metros te diría, por la actitud, te digo, lo iba a fusilar al pibe Barovero..
Viene corriendo de a trancos, como contando los pasos exactos que median entre la carrera y el impacto del balón. Se acelera, a tres metros de la pelota se da cuenta que el impulso de su carrera y sus pasos largos no iban a coincidir con el impacto de su pie derecho..
¿ Y sabés lo que hace Juancito?, No lo vas a creer escuchá.
Se tira de palomita por encima de la pelota, como para pasar por encima de ella, a media altura y con la punta de su botín la engancha, como quien la quiere picar por encima del arquero ¿sabés?. Solo que en la maniobra el balón sale picado de debajo de él, que en un intento desesperado trata de despegar la trayectoria de la pelota haciendo a un lado su cara.
Esta le pega en la punta de parietal izquierdo y se clava al ángulo del arco de Vélez.
La máquina automáticamente marcaba: ¡GOL gol GOOOL!, Velez 0, Boca Juniors 1.
Castrilli apuntaba el círculo central.
Los indios Juan, estaban que se mataban. La puteada más chica, es irreproducible mirá..
Los bosteros , se cagaban de la risa, no entendían, o sí entendían, como el paladín de la justicia, caía bajo los efectos de la tecnología en un fallo tan polémico…
Pero que iba a hacer el viejo, me querés decir, iba a contradecir a la “ máquina “ en la primera decisión.
!Sería como escupirse el asado uno mismo!
La cuestión Juan, es que el partido ¿ Sabés como terminó?.
Ganaron los Bosteros ¡Dieciocho a dieciséis!.
Creélo Juan.
El partido se suspendió a los cinco minutos del segundo tiempo, cuando por aplicación del reglamento solo quedaban once jugadores en el campo de juego, haciendo imposible su desarrollo.
Los goles todos de penal, treinta y cuatro..
Consultado Castrilli a la salida del espectáculo, ¿sabés que dijo ante la inquisitoria de la prensa el atorrante?
- Javier, ¿Cómo calificaría la implementación del sistema asistido?-
- ¡ Impecable!- Respondió, en su habitual y lacónico tono.
Y se marchó, quien sabe, a proseguir con su campaña en el conurbano bonaerense…