lunes, 31 de agosto de 2009

Gambeteando en el Gran DT!!




Les queríamos avisar que, como buenos futboleros que somos, abrimos un torneo de amigos en el Gran DT, el atrapante juego de Clarín que entusiasma a los millones de técnicos que existen en el país.
Queremos invitarlos a sumarse: compartir cargadas en la pizarra, charlar de fútbol y de literatura (futbolera y de la otra)

Para anotarse, deben entrar a la página del juego http://www.grandt.com.ar/ y en la sección "torneo de amigos" postularse al torneo Gambeteando Palabras

Los esperamos!!



Diego M
Coordinador de Gambeteando...
(y con equipo listo para dar batalla!)

jueves, 27 de agosto de 2009

El estadio

Por Eduardo Galeano


Ha entrado usted, alguna vez, a un estadio vacío? Haga la prueba. Párese en medio de la cancha y escuche. No hay nada menos vacío que un estadio vacío. No hay nada menos mudo que las gradas sin nadie. En Wembley suena todavía el griterío del Mundial del 66, que ganó Inglaterra, pero aguzando el oído puede usted escuchar gemidos que vienen del 53, cuando los húngaros golearon a la selección inglesa. El Estadio Centenario, de Montevideo, suspira de nostalgia por las glorias del fútbol uruguayo.
Maracaná sigue llorando la derrota brasileña en el Mundial del 50. En la Bombonera de Buenos Aires, trepidan tambores de hace medio siglo. Desde las profundidades del estadio Azteca, resuenan los ecos de los cánticos ceremoniales del antiguo juego mexicano de pelota. Habla en catalán el cemento del Camp Nou, en Barcelona, y en euskera conversan las gradas de San Mamés, en Bilbao. En Milán, el fantasma de Giuseppe Meazza mete goles que hacen vibrar al estadio que lleva su nombre. La final del Mundial del 74, que ganó Alemania, se juega día tras día y noche tras noche en el Estadio Olímpico de Munich. El estadio del rey Fahd, en Arabia Saudita, tiene palco de mármol y oro y tribunas alfombradas, pero no tiene memoria ni gran cosa que decir.


Este texto fue extraído del libro “El fútbol a sol y sombra”

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miércoles, 19 de agosto de 2009

Cuando en Palermo Hollywood jugábamos al fútbol

Por Fernando Sorrentino

Las empresas inmobiliarias ejercen cierta poética de intención lucrativa. Así, al barrio de Las Cañitas lo llamaron La Imprenta, y a mi barrio natal, que era Palermo a secas, Palermo Viejo. Y ahora, peor aún, lo rebautizaron Palermo Hollywood.

Las cinco primigenias repúblicas centroamericanas corren desde la frontera sur (terraplén del Ferrocarril San Martín) hasta la norte (calle Dorrego). Las calles, aunque arboladas, son irremisiblemente grisáceas.

El arco tiene sus postes en un árbol y la pared; el travesaño, invisible, es la altura del brazo vertical del arquero, estirado al máximo. Hay un arco en cada vereda, y, entre ellos, unos cincuenta metros. El partido, describiendo su geometría, se denomina cruzado.

Ecuánimes como los terremotos y como las epidemias, vandálicos futbolistas usurpan calzada y aceras, asestan pelotazos en las ventanas, salpican con el agua sucia de la cuneta, ponen en peligro el físico de los peatones. La justa reprobación, el sacro odio de los vecinos ultrajados es un aceite ominoso que cae sobre ellos.

Más allá del bien y del mal, a los jugadores la furia circundante los tiene sin cuidado. Las quejas y amenazas jamás consiguen abreviar un solo minuto el partido. Termina cuando tiene que terminar.

Salvo dos casos de fuerza mayor:

A veces, la pelota cae en una casa hostil. De allí puede no volver nunca, y es como un amigo querido que parte en un viaje sin retorno. O puede volver acuchillada y destripada, y es como recibir el cadáver mutilado de ese mismo amigo.

Otras veces es el advenimiento de la ley —bajo la hipóstasis de agentes de la comisaría 31— el que provoca en los deportistas la dispersión y la fuga, honorables si se logra salvar la pelota para próximos partidos.

Estas cosas nos ocurrían hacia 1952, hacia 1954...
Hace muchos años que no hay fútbol en la calle Costa Rica. Yo, vándalo de aquel entonces, recibo ahora ese recuerdo como si fuera un perfume.

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jueves, 6 de agosto de 2009

Nudo en la garganta

Por Nicolás Barrasa

Los domingos sin fútbol son insoportables. Las tardes se hacen eternas y no sabemos qué hacer, aunque tengamos miles de opciones. Dios debe haber hecho los domingos exclusivamente para el fútbol, de lo contrario es prácticamente un día sin sentido.
Para colmo de males, llega diciembre y termina el campeonato. El poco consuelo que queda son las recopilaciones de goles o las repeticiones de programas destacados del año. La única alternativa eficaz es resignarse hasta que empiecen los torneos de verano, pero esa circunstancia se da promediando el mes de enero. Sin embargo hay algunos (dentro de los cuales me incluyo) a quienes la ansiedad nos vence: somos débiles y estamos a la espera de ese fenómeno sutil, efímero, galante: once por lado y la pelota.
Una tarde de domingo, desesperado, decidí organizar una estrategia. Les pido que por favor no lo comenten. Si se entera Natalia, me mata. Cuando ella lleva a los chicos a lo de mis suegros, me escapo a la cocina. Mientras me preparo una picadita, hago sonar el tema del mundial Italia noventa para ir entrando en clima. Me pongo cómodo, me relajo y prendo la televisión. Apenas aparece la imagen ya se me eriza un poco la piel. Lo que va a venir es quizá el momento más fantástico de la historia del fútbol, no sólo por el gol que fue una verdadera obra de arte, sino también por el relato. Pongo play, subo el volumen y: “…pisa la pelota Maradona, arranca por la derecha el genio del fútbol mundial...”. Desde ese momento ya no controlo mis emociones; vuelvo a ser aquél niño de ocho años, sentado en el sillón frente al televisor Talent, junto con papá, mamá y el tío Alberto. El relato prosigue irreal, catastrófico. Maradona levita cósmicamente hacia el arco de Peter Shilton. La voz de Víctor Hugo, desaforado, desde algún punto inmortal del estadio Azteca solloza: “…genio, genio, tá-tá-tá-tá-tá gooooooooooool gooooooool, quiero llorar Dios santo, que viva el fútbol…”. El nudo en la garganta no se hace esperar. Trato de no llorar, pero alguna lágrima siempre se escapa. Por unos minutos me mantengo estático, como en un trance. Y si bien siguen siendo las cinco, y no hubo fútbol, el nudo en la garganta suple esa ausencia.
“…gracias Dios por el fútbol, por Maradona, por estas lágrimas…”.






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