Por Nicolás Barrasa
Los domingos sin fútbol son insoportables. Las tardes se hacen eternas y no sabemos qué hacer, aunque tengamos miles de opciones. Dios debe haber hecho los domingos exclusivamente para el fútbol, de lo contrario es prácticamente un día sin sentido.
Para colmo de males, llega diciembre y termina el campeonato. El poco consuelo que queda son las recopilaciones de goles o las repeticiones de programas destacados del año. La única alternativa eficaz es resignarse hasta que empiecen los torneos de verano, pero esa circunstancia se da promediando el mes de enero. Sin embargo hay algunos (dentro de los cuales me incluyo) a quienes la ansiedad nos vence: somos débiles y estamos a la espera de ese fenómeno sutil, efímero, galante: once por lado y la pelota.
Una tarde de domingo, desesperado, decidí organizar una estrategia. Les pido que por favor no lo comenten. Si se entera Natalia, me mata. Cuando ella lleva a los chicos a lo de mis suegros, me escapo a la cocina. Mientras me preparo una picadita, hago sonar el tema del mundial Italia noventa para ir entrando en clima. Me pongo cómodo, me relajo y prendo la televisión. Apenas aparece la imagen ya se me eriza un poco la piel. Lo que va a venir es quizá el momento más fantástico de la historia del fútbol, no sólo por el gol que fue una verdadera obra de arte, sino también por el relato. Pongo play, subo el volumen y: “…pisa la pelota Maradona, arranca por la derecha el genio del fútbol mundial...”. Desde ese momento ya no controlo mis emociones; vuelvo a ser aquél niño de ocho años, sentado en el sillón frente al televisor Talent, junto con papá, mamá y el tío Alberto. El relato prosigue irreal, catastrófico. Maradona levita cósmicamente hacia el arco de Peter Shilton. La voz de Víctor Hugo, desaforado, desde algún punto inmortal del estadio Azteca solloza: “…genio, genio, tá-tá-tá-tá-tá gooooooooooool gooooooool, quiero llorar Dios santo, que viva el fútbol…”. El nudo en la garganta no se hace esperar. Trato de no llorar, pero alguna lágrima siempre se escapa. Por unos minutos me mantengo estático, como en un trance. Y si bien siguen siendo las cinco, y no hubo fútbol, el nudo en la garganta suple esa ausencia.
“…gracias Dios por el fútbol, por Maradona, por estas lágrimas…”.
Los domingos sin fútbol son insoportables. Las tardes se hacen eternas y no sabemos qué hacer, aunque tengamos miles de opciones. Dios debe haber hecho los domingos exclusivamente para el fútbol, de lo contrario es prácticamente un día sin sentido.
Para colmo de males, llega diciembre y termina el campeonato. El poco consuelo que queda son las recopilaciones de goles o las repeticiones de programas destacados del año. La única alternativa eficaz es resignarse hasta que empiecen los torneos de verano, pero esa circunstancia se da promediando el mes de enero. Sin embargo hay algunos (dentro de los cuales me incluyo) a quienes la ansiedad nos vence: somos débiles y estamos a la espera de ese fenómeno sutil, efímero, galante: once por lado y la pelota.
Una tarde de domingo, desesperado, decidí organizar una estrategia. Les pido que por favor no lo comenten. Si se entera Natalia, me mata. Cuando ella lleva a los chicos a lo de mis suegros, me escapo a la cocina. Mientras me preparo una picadita, hago sonar el tema del mundial Italia noventa para ir entrando en clima. Me pongo cómodo, me relajo y prendo la televisión. Apenas aparece la imagen ya se me eriza un poco la piel. Lo que va a venir es quizá el momento más fantástico de la historia del fútbol, no sólo por el gol que fue una verdadera obra de arte, sino también por el relato. Pongo play, subo el volumen y: “…pisa la pelota Maradona, arranca por la derecha el genio del fútbol mundial...”. Desde ese momento ya no controlo mis emociones; vuelvo a ser aquél niño de ocho años, sentado en el sillón frente al televisor Talent, junto con papá, mamá y el tío Alberto. El relato prosigue irreal, catastrófico. Maradona levita cósmicamente hacia el arco de Peter Shilton. La voz de Víctor Hugo, desaforado, desde algún punto inmortal del estadio Azteca solloza: “…genio, genio, tá-tá-tá-tá-tá gooooooooooool gooooooool, quiero llorar Dios santo, que viva el fútbol…”. El nudo en la garganta no se hace esperar. Trato de no llorar, pero alguna lágrima siempre se escapa. Por unos minutos me mantengo estático, como en un trance. Y si bien siguen siendo las cinco, y no hubo fútbol, el nudo en la garganta suple esa ausencia.
“…gracias Dios por el fútbol, por Maradona, por estas lágrimas…”.
***
No hay comentarios:
Publicar un comentario