miércoles, 21 de mayo de 2008

El penal más largo en el mundo (Tercera parte)



Por Osvaldo Soriano

Primera parte

Segunda parte

A las tres de la tarde, los dos equipos salieron a la cancha vestidos como
si fueran a jugar un partido en serio. Herminio Silva tenía un uniforme
negro, desteñido pero limpio y cuando todos estuvieron reunidos en el centro
de la cancha fue derecho hasta donde estaba el Colo Rivero que le había dado
el cachetazo el domingo anterior y lo expulsó de la cancha. Todavía no se
había inventado la tarjeta roja, y Herminio señala la entrada del túnel con
una mano temblorosa de la que colgaba el silbato.

Al fin, la policía sacó a empujones al Colo que quería quedarse a ver el
penal. Entonces el arbitro fue hasta el arco con la pelota apretada contra
una cadera, contó doce pasos y la puso en su lugar. El Gato Díaz se había
peinado a la gomina y la cabeza le brillaba como una cacerola de aluminio.
Nosotros los veíamos desde el paredón que rodeaba la cancha, justo detrás
del arco, y cuando se colocó sobre la raya de cal y empezó a frotarse las
manos desnudas, empezamos a apostar hacía dónde tiraría Constante Gauna.

En la ruta habían cortado el tránsito y todo el Valle estaba pendiente de
ese instante porque hacía diez años que el Deportivo Belgrano no perdía un
campeonato. También la policía quería saber, así que dejaron que la cadena
de relatores se organizara a lo largo de tres kilómetros y las noticias
llegaban de boca en boca apenas espaciadas por los sobresaltos de la
respiración.


Recién a las tres y media, cuando Herminio Silva consiguió que los
dirigentes de los dos clubes, los entrenadores y las fuerzas vivas del
pueblo abandonaran la cancha, Constante Gauna se acercó a acomodar la
pelota. Era flaco y musculoso y tenía las cejas tan pobladas que parecían
cortarle la cara en dos. Había tirado ese penal tantas veces -contó después-
que volvería a patearlo a cada instante de su vida, dormido o despierto.

A las cuatro menos cuarto, Herminio Silva se puso a medio camino entre el
arco y la pelota, se llevó el silbato a la boca y sopló con todas sus
fuerzas. Estaba tan nervioso y el sol le había machacado tanto sobre la
nuca, que cuando la pelota salió hacía el arco, el referí sintió que los
ojos se reviraban y cayó de espalda echando espuma por la boca. Díaz dio un
paso al frente y se tiró a su derecha. La pelota salió dando vueltas hacía
el medio del arco y Constante Gauna adivinó enseguida que las piernas del
Gato Díaz llegarían justo para desviarla hacia un costado. El gato pensó en
el baile de la noche, en la gloria tardía y en que alguien corriera a tirar
la pelota al córner porque había quedado picando en el área.

El petiso Mirabelli llegó primero que nadie y la sacó afuera, contra el
asombrado, pero el arbitro Herminio Silva no podía verlo porque estaba en el
suelo, revolcándose con su epilepsia. Cuando todo Estrella Polar se tiró
sobre el Gato Díaz, el juez de línea corrió hacía Herminio Silva con la
bandera parada y desde el paredón donde estábamos sentados oímos que gritaba
“¡no vale, no vale!”.
La noticia corrió de boca en boca, jubilosa. La atajada del Gato y el
desmayo del árbitro. Entonces en la ruta todos abrieron las botellas de vino
y empezaron a festejar, aunque el “no vale” llegara balbuceado por los
mensajeros como una mueca atónita.

Hasta que Herminio Silva no se puso de pie, desencajado por el ataque, no
hubo respuesta definitiva. Lo primero que preguntó fue “qué pasó” y cuando
se lo contaron sacudió la cabeza y dijo que había que patear de nuevo porque
él no había estado allí y el reglamento decía que el partido no puede
jugarse con un árbitro desmayado. Entonces el Gato Díaz apartó a los que
querían pegarle al vendedor de rifas de Deportivo Belgrano y dijo que había
que apurarse porque esa noche él tenía una cita y una promesa y fue otra vez
bajo el arco.

Constante Gauna debía tenerse poca fe, porque le ofreció el tiro a Padini y
recién después fue hacía la pelota mientras el juez de línea ayudaba a
Herminio Silva a mantenerse parado. Afuera se escuchaban bocinazos de
festejo y los jugadores de Estrella Polar empezaron a retirarse de la cancha
rodeados por la policía.


El pelotazo salió hacía la izquierda y el Gato Díaz se fue para el mismo
lado con una elegancia y una seguridad que nunca más volvió a tener.
Costante Gauna miró al cielo y después se echó a llorar. Nosotros saltamos
del paredón y fuimos a mirar de cerca a Díaz, el viejo, el grandote, que
miraba la pelota que tenía entre las manos como si hubiera sacado la sortija
de la calesita.

Dos años más tarde, cuando él era una ruina y yo un joven insolente, me lo
encontré otra vez, a doce pasos de distancia y lo vi inmenso, agazapado en
punta de pie, con los dedos abiertos y largos. En una mano llevaba un anillo
de matrimonio que no era de la rubia de los Ferreyra sino del hermano del
Colo Rivero, que era tan india y tan vieja como él. Evité mirarlo a los
ojos y le cambié la pierna; después tiré de zurda, abajo, sabiendo que no
llegaría porque estaba un poco duro y le pesaba la gloria. Cuando fui a
buscar la pelota dentro del arco, el Gato Díaz estaba levantándose como un
perro apaleado.

-Bien, pibe -me dijo-. Algún día, cuando seas viejo, vas a andar contando
por ahí que le hiciste un gol al Gato Díaz, pero para entonces ya nadie se
va a acordar de mí.


FIN

lunes, 19 de mayo de 2008

El penal más largo en el mundo (Segunda parte)



Por Osvaldo Soriano


Primera parte


Según el tribunal de al Liga, que se reunió el martes, faltaban jugarse
veinte segundos a partir de la ejecución del tiro penal y ese match aparte
entre Constante Gauna, el shoteador y el gato Díaz al arco, tendría lugar el
domingo siguiente, en el mismo estadio a puertas cerradas. De manera que el
penal duro una semana y fue, si nadie me informa lo contrario, el más largo
de toda la historia. El miércoles faltamos al colegio y nos fuimos al pueblo
vecino a curiosear. El club estaba cerrado y todos los hombres se habían
reunido do en la cancha, entre las bardas. Formaban una larga fila para
patearle penales al Gato Díaz y el entrenador de traje negro y lunar trataba
de explicarles que esa era la mejor manera de probar al arquero.

Al final, todos tiraron su penal y el Gato atajó unos cuantos porque le
pateaban con alpargatas y zapatos de calle. Un soldado bajito, callado, que
estaba en la cola, le tiró un puntazo con el borseguí militar y casi arranca
la red. Al caer la tarde volvieron al pueblo, abrieron el club y se pusieron
a jugar a las cartas. Díaz se quedó toda la noche sin hablar, tirándose para
atrás el pelo blanco y duro hasta que después de comer se puso un
escarbadientes en la boca y dijo:

-Constante los tira a la derecha.
-Siempre -dijo el presidente del club.
-Pero él sabe que yo sé.
-Entonces estamos jodidos.
-Sí, pero yo sé que él sabe -dijo el Gato.
-Entonces tírate a la izquierda y listo -dijo uno de los que estaban en la
mesa.
-No. El sabe que yo sé que él sabe -dijo el Gato Díaz y se levantó para ir a
dormir.
-El Gato esta cada vez más raro -dijo el presidente el club cuando lo vio
salir pensativo, caminando despacio.

El martes no fue a entrenar y el miércoles tampoco. El jueves, cuando lo
encontraron caminando por las vías del tren estaba hablando solo y lo seguía
un perro con el rabo cortado.

-¿Lo vas a atajar?- le preguntó, ansioso, el empleado de la bicicletería.

-No sé. ¿Qué me cambia eso?- preguntó.

-Que nos consagramos todos, Gato. Les tocamos el culo a esos maricones de
Belgrano.

-Yo me voy consagrar cuando la rubia de Ferreyra me quiera querer -dijo y
silbó al perro para volver a su casa.

El viernes, la rubia de Ferreyra esta atendiendo la mercería cuando el
intendente del pueblo entró con un ramo de flores y una sonrisa ancha como
una sandía abierta.
Esto te lo manda el Gato Díaz y hasta el lunes vos decís que es tu novio.


-Pobre tipo -dijo ella con una mueca y ni miro las flores que habían llegado
de Neuquén por el ómnibus de las diez y media.

A la noche fueron juntos al cine. En el entreacto el Gato salió al hall a
fumar y la rubia de los Ferreyra se quedó sola en la media luz, con la
cartera sobre la falda, leyendo cien veces el programa sin levantar la
vista.


El sábado a la tarde el Gato Díaz pidió prestadas dos bicicletas y fueron a
pasear a las orillas del río. Al caer la tarde la quiso besar, pero ella dio
vuelta la cara y dijo que el domingo a la noche, tal vez, después que
atajara el penal, en el baile.

-¿Y yo cómo sé? -dijo él.

-¿Cómo sabés qué?

-Si me tengo que tirar para ese lado.

La rubia Ferreyra lo tomó de la mano y lo llevó hasta donde habían dejado
las bicicletas.

-En esta vida nunca se sabe quién engaña a quién -dijo ella.

¿Y si no lo atajo? -preguntó él.

Entonces quiere decir que no me querés -respondió la rubia, y volvieron al
pueblo.

El domingo del penal salieron del club veinte camiones cargados de gente,
pero la policía los detuvo a la entrada del pueblo y tuvieron que quedarse a
un costado de la ruta, esperando bajo el sol. En aquel tiempo y en aquel
lugar no había emisoras de radio, ni forma de enterarse de lo que ocurría en
una cancha cerrada, de manera que los de Estrella Polar establecieron una
posta entre el estadio y la ruta.

El empleado del bicicletero subió a un techo desde donde se veía el arco del
Gato Díaz y desde allí narraba lo que ocurría a otro muchacho que había
quedado en la vereda que a su vez transmitía a otro que estaba a veinte
metros y así hasta que cada detalle llegaba a donde esperaban los hinchas de
Estrella Polar.

Continuará...

jueves, 15 de mayo de 2008

El penal más largo en el mundo

Por Osvaldo Soriano

El penal más fantástico del que yo tenga noticia se tiró en 1958 en un lugar
perdido del valle de Río Negro, en Argentina, un domingo por la tarde en un
estadio vacío.Estrella Polar era un club de billares y mesas de baraja, un boliche de
borrachos en una calle de tierra que terminaba en la orilla del río. Tenía
un equipo de fútbol que participaba en el campeonato del valle porque los
domingos no había otra cosa que hacer y el viento arrastraba la arena de las
bardas y el polen de las chacras.

Los jugadores eran siempre los mismos, o los hermanos de los mismos. Cuando
yo tenía quince años, ellos tendrían treinta y me parecían viejísimos. Díaz,
el arquero, tenía casi cuarenta y el pelo.

El blanco que le caía sobre la frente de indio araucano. En el campeonato
participaban dieciséis clubes y Estrella Polar siempre terminaba más abajo
del décimo puesto. Creo que en 1957 se habían colocado en el decimotercer
lugar y volvían a sus casas cantando, con la camiseta roja bien doblada en
el bolso porque era la única que tenían. En 1958 empezaron ganándole a
Escudo Chileno, otro club de miseria.

A nadie le llamo la atención eso. En cambio, un mes después, cuando habían
ganado cuatro partidos seguidos y eran los punteros del torneo, en los doce
pueblos del valle empezó a hablarse de ellos.

Las victorias habían sido por un gol, pero alcanzaban para que Deportivo
Belgrano, el eterno campeón, el de Padini, Constante Gauna y Tata Cardiles,
quedara relegado al segundo puesto, un punto más abajo. Se hablaba de
Estrella Polar en la escuela, en el ómnibus, en la plaza, pero no imaginaba
todavía que al terminar el otoño tuvieran 22 puntos contra 21 de los
nuestros.

Las canchas se llenaban para verlos perder de una buena vez. Eran lentos
como burros y pesados como roperos, pero marcaban hombre a hombre y gritaban
como marranos cuando no tenían la pelota. El entrenador, un tipo de traje
negro, bigotitos recortados, lunar en frente y pucho apagado entre los
labios, corría junto a la línea de toque y los azuzaba con una vara de
mimbre cuando pasaban a su lado. El público se divertía con eso y nosotros,
que por ser menores jugábamos los sábados, no nos explicábamos como ganaban
si eran tan malos.

Daban y recibían golpes con tanta lealtad y entusiasmo, que terminaban
apoyándose unos sobre otros para salir de la cancha mientras la gente les
aplaudía el 1 a 0 y les alcanzaba botellas de vino refrescadas en la tierra
húmeda. Por las noches celebraban en el prostíbulo de Santa Ana y la gorda
Leticia se quejaba de que se comieran los restos del pollo que ella
guardaban en la heladera.
Eran la atracción y en el pueblo se les permitía todo. Los viejos les
recogían de los bares cuando tomaban demasiado y se ponían pendencieros; los
comerciantes les regalaban algún juguete o caramelos para los hijos y en el
cine, las novias les consentían caricias por encima de las rodillas. Fuera
de su pueblo nadie los tomaba en serio, ni siquiera cuando le ganaron a
Atlético San Martín por 2 a1.

En medio de la euforia perdieron, como todo el mundo, en Barda del Medio y
al terminar la primera rueda dejaron el primer puesto cuando Deportivo
Belgrano los puso en su lugar con siete goles. Todos creímos, entonces, que
la normalidad empezaba a restablecerse. Pero el domingo siguiente ganaron 1
a 0 y siguieron con su letanía de laboriosos, horribles triunfos y llegaron
a la primavera con apenas un punto menos que el campeón.

El último enfrentamiento fue histórico por el penal. El estadio estaba
repleto y los techos de las casas también. Todo el mundo esperaba que
Deportivo Belgrano repitiera los siete goles de la primera rueda. El día era
fresco y soleado y las manzanas empezaban a colorearse en los arboles.
Estrella Polar trajo más de quinientos hinchas que tomaron una tribuna por
asalto y los bomberos tuvieron que sacar las mangueras para que se quedaran
quietos.

El referí que pitó el penal era Herminio Silva, un epiléptico que vendía las
rifas del club local y todo el mundo entendió que se estaba jugando el
empleo cuando a los cuarenta minutos del segundo tiempo estaban uno a uno y
todavía no había cobrado la pena por más que los de Deportivo Belgrano se
tiraran de cabeza en el área de Estrella Polar y dieran volteretas y
malabarismos para impresionarlo. Con el empate el local era campeón y
Herminio Silva quería conservar el respeto por sí mismo y no daba penal
porque no había infracción.

Pero a los 42 minutos, todos nos quedamos con la boca abierta cuando el
puntero izquierdo de Estrella Polar clavó un tiro libre desde muy lejos y se
pusieron arriba 2 a 1. Entonces sí, Herminio Silva pensó en su empleo y
alargó el partido hasta que Padín entró en el área y ni bien se le acercó un
defensor pitó. Ahí nomás dio un pitazo estridente, aparatoso y sancionó el
penal. En ese tiempo el lugar de ejecución no estaba señalado con una mancha
blanca y había que contar doce pasos de hombre. Herminio Silva no alcanzó
siquiera a recoger la pelota porque el lateral derecho de Estrella Polar, el
Colo Rivero, lo durmió de un cachetazo en la nariz. Hubo tanta pelea que se
hizo de noche y no hubo manera de despejar la cancha ni de despertar a
Herminio Silva. El comisario, con la linterna encendida, suspendió el
partido y ordenó disparar al aire. Esa noche el comando militar dictó estado
de emergencia, o algo así, y mandó a enganchar un tren para expulsar del
pueblo a toda persona que no tuviera apariencia de vivir allí.
Continuará...


Osvaldo Soriano (1943/1997), escritor y periodista argentino, nació en Mar del Plata el 6 de enero de 1943. Durante la niñez varió permanentemente de residencia siguiendo el destino familiar. El desarraigo lo marcó.
Ganó sus primeros pesos jugando al fútbol y nunca terminó el ciclo secundario. Muy joven escribió sus primeros cuentos. Luego ejercería el periodismo en El Eco de Tandil, Primera Plana, Panorama, La Opinión y El Cronista.
Publicó su primera novela, titulada "Triste, solitario y final", en 1973. Ya en el exilio europeo a causa de la dictadura militar, publicó No habrá más penas ni olvido (1978) y Cuarteles de invierno (1980).
De vuelta al país continuó su actividad literaria, al mismo tiempo que su profesión de periodista. En 1987 fundó el diario Página/12, para el cual escribió contratapas hasta 1997.
Su último libro fue La hora sin sombra (1995). Varias de sus novelas han sido llevadas al cine y su obra se tradujo en más de veinte países.
Aunque él desestimara sus propios logros, ha vendido más de un millón de ejemplares y ha sido reconocido internacionalmente por su producción literaria. Premios que obtuvo: Raymond Chandler Award (1994) que antes había ganado Graham Greene. La revista "Análisis" de Santiago de Chile, le otorgó el premio Carrasco Tapia. En Argentina lo distinguieron las fundaciones Konex y Quinquela Martín.
Murió el 29 de enero de 1997 en Buenos Aires.

miércoles, 7 de mayo de 2008

Nunca jamás



Por Walter Saavedra

Cómo vas a saber lo que es el
amor si nunca te hiciste hincha de un club.
Cómo vas a saber lo que es el
dolor si jamás un zaguero te
azotó la tibia y el peroné.
Cómo vas a saber lo que es el
placer si nunca ganaste un
clásico barrial.

Cómo vas a saber lo que es
llorar si jamás perdiste un clásico
sobre la hora con un penal dudoso.

Cómo vas a saber lo que es el
cariño si nunca acariciaste la
redonda de chanfle entrándole
con el réves del pie en el
cachete para dejarla jadeando bajo la red.
Cómo vas a saber lo que es la
solidaridad si jámas saliste a dar la
cara por un compañero golpeado sin
fe desde atrás.

Cómo vas a saber lo que es la
poesía si nunca tiraste una gambeta.

Cómo vas a saber lo que es la
humillación si jamás te hicieron un caño.

Cómo vas a saber lo que es la
amistad si nunca devolviste una pared.
Cómo vas a saber lo que es un
orgasmo si jamás diste una
vuelta olímpica de visitante.

Cómo vas a saber lo que es el
pánico si nunca te sorprendieron
mal parado en un contragolpe.

Cómo vas a saber lo que es
morir un poco si jámas fuiste a
buscar la pelota adentro del arco.

Cómo vas a saber lo que es la
izquierda si nunca jugaste en equipo.
Cómo vas a saber lo que es la
xenofobia si en ninguna cancha
te gritaron "negro de mierda".

Cómo vas a saber lo que es la
soledad si jamás te paraste bajo
los tres palos a doce pasos de
un fusilero dispuesto a acabar
con tus esperanzas.

Cómo vas a saber lo que es el
barro si nunca te tiraste a los
pies de nadie para mandar la
pelota sobre un lateral.

Cómo vas a saber lo que es el
egoísmo si nunca hiciste una de
más cuando tenías que darsela
al nueve que estaba mejor ubicado.

Cómo vas a saber lo que es el
arte si nunca inventaste una rabona.

Cómo vas a saber lo que es la
música si jamás cantaste
haciendo equilibrio sobre un
paravalancha.

Cómo vas a saber lo que es el
suburbio si nunca te paraste de wing.
Cómo vas a saber lo que es la
clandestinidad si nunca te tiraron
un pelotazo para que te
aguantes vos sólo a toda la defensa rival.
Cómo vas a saber lo que es la
injusticia si nunca te sacó tarjeta
roja un referee localista.

Cómo vas a saber lo que es el
insomnio si jamás te fuiste al descenso.

Cómo vas a saber lo que es el
odio si nunca hiciste un gol en contra.

Cómo vas a saber lo que es la vida,
si nunca, jamás, jugaste al fútbol.

viernes, 2 de mayo de 2008

Wilmar Everton Cardaña... (Tercera parte)

Por Roberto Fontanarrosa

Primera parte

Segunda parte


Fue casi simultáneo entrar en la sala 2 e individualizar al pequeño que había solicitado el obsequio. Tendría doce, trece años y, cubierto por un camisón blanco de tela basta, se hallaba de pie sobre su cama, expectante, mirando hacia la puerta como si nos hubiese adivinado. Tal vez el revuelo de enfermeras y doctores lo alertó, quizás la intuición infantil, o tal vez el hecho de que nosotros nos acercábamos cruzando los largos y umbrosos pasillos cantando la Marcha del Deporte. Pareció no dar crédito a lo que veían sus ojos, las pupilas se le empañaron y comenzó a temblar como atacado por la fiebre. Impresionado, Cardaña se acercó a él y le entregó la pelota firmada por todos. El pibe la miró, nos miró a nosotros, volvió a mirar la pelota, nos volvió a mirar a nosotros y finalmente gritó:
-¡Hijos de puta! ¿Como pueden perder con eso chotos de Nacional?
Confieso que nos quedamos estupefactos, helados por lo sorpresivo de la agresión.
-¿Como carajo puede ser que esos putos nos hagan cuatro goles?- siguió gritando el imberbe, ya absolutamente desaforado, roja la cara, las venas del cuello tensas, como a punto de estallar-. ¡Hijos de mil putas! ¡Troncos de mierda! ¡Métanse la pelota en el culo!
Y, acto seguido, arrojó el balón al rostro de Cardaña, estrellándolo contra su nariz. Ví palidecer al capitán y temí lo peor.
-¡Vendidos!- seguía, para colmo, el botija-¡Se vendieron como unos miserables! ¿Cuanta guita les pusieron para ir para atrás, guachos de mierda?
Ví a Cardaña dar un paso hacia el muchacho y supe que no podría contenerlo.
-¡Cagones!- vociferó el chico, empinándose hasta caer, casi, de la cama-. ¡Maricones! ¡Vayan a trabajar, ladrones!
Advertí, en el último instante, el brillo asesino de tigre en los ojos de Cardaña, el mismo que había apreciado tantas veces en las inmediaciones del área, y supe que atacaba. Se lanzo con los dos pies hacia adelante en la temida "patada voladora" y alcanzó al muchacho en pleno tórax, de la misma forma que puso fin a la carrera de Alberto Ignacio Murinigo, el prometedor numero nueve del River Plate. Cayeron los dos del otro lado de la cama y, sobre ellos, se abalanzo una docena de enfermeros que se habían acercado atraídos por los gritos del botija.
Salimos destrozados del Muñoz. Los muchachos de Peñarol, heridos hasta lo más recóndito por la injusticia de los agravios recibidos. Yo, por lo estremecedor de la escena presenciada.
Al día siguiente, un médico de guardia me informó que el chico tenía cuatro costillas fisuradas, lo que obligaría a prolongar su internación seis meses más. También me dijo que el botija padecía de una calvicie irreversible, y que había solicitado permanecer internado a los efectos de no concurrir a una escuela técnica que detestaba. Que era un buen chico, en verdad muy hincha de Peñarol y que, meses atrás, se había hecho regalar un planeador firmado por un diestro del volovelismo que había batido un record sudamericano.
Muy pocos conocen esta anécdota, ya que una conjura de silencio se cernió en torno a ella. Yo me abrigué en el secreto profesional para no revelarla. El plantel de Peñarol calló el suceso por un natural prurito del deportista derrotado y en cuanto al agresivo muchacho, tengo información de que aun sigue en el mismo hospital, aunque ahora con el cargo de "jefe de enfermeras". Wilmar Everton Cardaña siguió jugando, desparramando coraje y sangre charrúa en cuanto campo de juego le tocó en suerte asolar. Siguió acrecentando su fama de guapeza y virilidad sin límites. Siguió mostrando, en suma, una sola de sus dos caras o facetas: la del enérgico, pétreo y filoso centrehalf de los de aquellos tiempos.
Apenas un puñado de sus más íntimos guarda, como un tesoro, el secreto de aquellas lágrimas que supo derramar ante el conmovedor y sencillo pedido de un niño.

(dedicada al compañero Álvaro Tuzman, hincha de Peñarol)

FIN