martes, 30 de noviembre de 2010

El penal (por Sergio Soler)

Por Sergio Soler


Sonó el silbato. Pablito empezó a tomar carrera. Si convertía el penal él y sus compañeros iban a ser los campeones. Miraba reconcentrado a Ricardo, su mejor amigo. Ahora, su enemigo. Quería hacer el gol. No quería hacer el gol.

El silbido del silbato se estiraba. Ricardo se agazapó e intentó concentrarse en la pelota. Si atajaba el penal él y sus compañeros iban a ser los campeones. Miraba reconcentrado a Pablito, su mejor amigo. Ahora, su enemigo. Quería atajar el penal. No quería atajar el penal.

De pronto, del silbato del árbitro comenzaron a salir flores, mariposas, unicornios, hadas y duendes. El césped del área dejó de ser verde y se transformó en un colchón multicolor, lleno de caramelos.

Se formó un camino entre la pelota y el arco. En esa extensa carretera con ríos y montañas a la derecha y una selva a la izquierda circulaban autos, bicicletas, y gentes transportadas en lomos de elefantes, pegasos, burros y dromedarios. El cielo surcado por helicópteros celestes y anaranjados y astronautas con alas se dejaba ver azul con nubes blancas y violetas.

Desde ambos extremos de la carretera los contrincantes comenzaron a avanzar en sentido opuesto. Los transeúntes, los paseantes, los que volaban, todos, absolutamente todos los aclamaban.

Paso a paso fueron avanzando entre medio de la multitud hasta encontrarse finalmente a mitad de camino. El árbitro dejó de hacer sonar al silbato. No podía explicarse cómo pateador y arquero reían juntos en el medio de la cancha. Uno de ellos se negaba a patear. El otro no quería atajar.

Cuando estuvieron frente a frente Pablito y Ricardo se abrazaron y, sin decirse palabras, salieron volando y se llevaron la pelota.


Este cuento fue seleccionado en una antología que se publicó en el marco del Congreso Internacional de Escritores de San Juan en 2009.

martes, 23 de noviembre de 2010

El ídolo (por Eduardo Galeano)

Por Eduardo Galeano

Y un buen día la diosa del viento besa el pie del hombre, el maltratado, el despreciado pie, y de ese beso nace el ídolo del fútbol. Nace en cuna de paja y choza de lata y viene al mundo abrazado a una pelota.
Desde que aprende a caminar, sabe jugar. En sus años tempranos alegra los potreros, juega que te juega en los andurriales de los suburbios hasta que cae la noche y ya no se ve la pelota, y en sus años mozos vuela y hace volar en los estadios. Sus artes malabares convocan multitudes, domingo tras domingo, de victoria en victoria, de ovación en ovación.
La pelota lo busca, lo reconoce, lo necesita. En el pecho de su pie, ella descansa y se hamaca. Él le saca lustre y la hace hablar, y en esa charla de dos conversan millones de mudos. Los nadies, los condenados a ser por siempre nadies, pueden sentirse álguienes por un rato, por obra y gracia de esos pases devueltos al toque, esas gambetas que dibujan zetas en el césped, esos golazos de taquito o de chilena: cuando juega él, el cuadro tiene doce jugadores.
-¿Doce? ¡Quince tiene! ¡Veinte!
La pelota ríe, radiante, en el aire. Él la baja, la duerme, la piropea, la baila, y viendo esas cosas jamás vistas sus adoradores sienten piedad por sus nietos aún no nacidos, que no las verán.
Pero el ídolo es ídolo por un rato nomás, humana eternidad, cosa de nada; y cuando al pie de oro le llega la hora de la mala pata, la estrella ha concluido su viaje desde el fulgor hasta el apagón. Está ese cuerpo con más remiendos que traje de payaso, y ya el acróbata es un paralítico, el artista una bestia:
-¡Con la herradura no!
La fuente de la felicidad pública se convierte en el pararrayos del público rencor:
-¡Momia!Justificar a ambos lados
A veces el ídolo no cae entero. Y a veces, cuando se rompe, la gente le devora los pedazos.


Este texto pertenece al excelente libro "El fútbol a sol y sombra"

martes, 16 de noviembre de 2010

Ritual de lo habitual (por Eva Laura del Rosario)

(O Nunca me dedicaron un gol)

Por Eva Laura del Rosario

Llego al aula y las chicas, de pie, parecen decididas a algo; para averiguarlo en forma indirecta, digo: bueno, nos sentamos...
- Profe, queremos ver a los chicos- dice una.
- Sí, es injusto que ellos jueguen a la pelota y que nosotras estemos acá- dice otra.
- Sí, además somos cinco- dice una tercera.
- Pero ustedes el lunes rinden la previa, ¿no quieren que las ayude con eso? ¿No tienen dudas...?
- No, no tenemos. Dice la cuarta.
- Y queremos ver el partido de los chicos porque es el anteúltimo, hoy se sabe quién va a la final del campeonato- dice la quinta, aunque no haga falta. Empiezo a fastidiarme, pero como no tengo ganas de dar clases, digo que en el caso de que una de ellas consulte al vicedirector, y de que él me autorice, yo puedo dejarlas ver el partido. Ninguna de ellas hace nada, y yo aclaro que mis recientes palabras no fueron una ironía, que no tengo inconvenientes, (tengo que aclarar eso todo el tiempo, se ve que ser tan irónica me trae problemas cuando digo algo que ellos no esperan).
-Bueno, yo bajo y le pregunto, total... – dice Macarena, y eso que yo pensaba que era la menos decidida de todas; las demás no dicen nada.
Mientras vemos el partido, con las chicas me comporto como si sólo ellas hubiesen ganado la posibilidad de salir. Me da un poco de bronca que ellas saboreen una victoria, aunque mínima como ésta, pero es claro que no puedo mostrar fastidio por darles clases.
En el patio de deportes, mientras mis alumnos de tercero cuarta juegan contra ese quinto que me resulta ajeno, pienso en la épica. Britos tiene sangre de otro en su remera. Lifschipz, uno tan callado que en la mayoría de mis clases logra volverse literalmente invisible, brilla con la luz de sus jugadas perfectas, y no puedo dejar de mirarlo. Claro, esto es lo que sabe hacer y lo que le gusta, según lo que escribió en esa encuesta insulsa que les hice a principio de año ¿para conocerlos? ¿Para encasillarlos? Éste es interesante; éste menos; éste escucha buena música para la edad que tiene, y mira buen cine; éste otro no sabe ni dónde está parado; éste ve, escucha y hace lo que todos escuchan, ven y hacen... se ve que no quiere destacarse... y ahora me culpo por haber subestimado los gustos de cada uno de los chicos que llenaron el casillero con cualquier palabra referida a los deportes y que excluyera cualquier cosa que tuviese que ver, aunque fuese un poco, con el arte o con el mundo de las ideas.
Siempre subestimé todos los deportes en general; tal vez debería incluir en mi clase cuentos con fútbol. Por una vez, espectadora de lo que ellos hacen, siento que se invirtieron los roles: hago un esfuerzo por no distraerme y, cuando el silbato indica el final del partido, comprendo que no seguí bien el puntaje: porque me lamento, y enseguida me animo, al ver que mis alumnos de tercero cuarta saltan como locos, mientras las chicas corren tras ellos y les tiran agua.
Es un momento agradable, pero me siento como una madre gorda y teñida que va a despedir a su hijo antes de que se vaya a Bariloche, y debe soportar que él la ignore y esté pendiente de hacerles gestos graciosos a sus amigos que se quedan en la vereda. La madre gorda mira contenta toda esa juventud que ya no le pertenece, y de hecho lo piensa con esa expresión, y hasta pone cara de “ah, toda esta juventud...” mientras el micro arranca y ella, ignorada, da la vuelta para volver a su casa a hacer la comida y puede ver a las delgadísimas chicas de cuarto que despidieron a su hijo, esos culos redondos bajo esos pantalones bien ajustados, blancos o celestes; y también los culos de las de quinto año, a las que Bariloche no les interesaba por ser un cliché, o porque no tenían plata, o porque tenían demasiada plata y prefirieron un viaje más caro e interesante.
Miro la sangre en la remera de Britos, que me dijo: -No es mía, profe, es de otro. Eso me hizo pensar en la épica. Yo tampoco fui a Bariloche ¿y los chicos de tercero cuarta irán? Seguro que sí, y que tengan tanto perfil barilochense a veces hace que no nos llevemos bien. Son muy tradicionales para mi gusto. Las chicas se sientan de un lado y los chicos de otro. A los chicos les gustan los deportes, y a ellas... no sé qué les gusta, mirarlos jugar, supongo, porque tampoco recuerdo haber leído nada que me haya llamado la atención en las encuestas que les hice a principio de año. Y es así: en este tercero nadie quiere destacarse. O mejor dicho, todos, a su manera, buscan destacarse todo el tiempo en mis clases, pero no con excentricidades, sino probando quién es más ofensivo conmigo, quién se atreve a más, quién pasa no sé qué línea divisoria, porque se ve que la tracé mal y ni yo la veo. Grité un gol de ellos sin saber si podía hacerlo o si quedé como una infeliz, madre teñida que saluda a su hijo desde abajo del micro mientras él sigue con las morisquetas entre sus compañeros, la madre chau, Julián, avisame cuando llegues, que la pases lindo. Tengo un buzo negro canguro con capucha, no tengo edad para ser la madre de los chicos de tercero, y menos de los chicos de quinto, y no me importa no tener el culo como todas ellas, porque viene Matías Candiloro, y ahora me doy cuenta de que fui injusta cuando describí a los de tercero cuarta, porque Candiloro, Britos y Lifschipz sí destacan, y no me desafían ni quieren corregirme cuando me equivoco, que es bastante seguido y en ese curso más, viene Matías y me abraza, está todo empapado de goles y de entusiasmo, yo siento un poco de asco ante toda esa humedad, pero igual me emociono, y después se le suma Britos y, un poco más tímido y más atrás viene Lifschipz; y Candiloro, el más carismático y el que siempre me compra con chistes tiernos, dice ¿nos viene a ver el sábado, profe? Dele, el sábado definimos el campeonato... si viene, profe, Lifschipz le dedica un gol. Yo miro a Lifschipz y todos nos reímos. Y la verdad es que me gustaría venir el sábado: ahora que lo pienso, nunca me dedicaron un gol.


Escribo desde los catorce pero me gusta cómo lo hago desde que voy a un taller literario que me enseñó y me enseña muchas cosas que me hacían y me siguen haciendo falta. Descubrí la literatura tarde, también a los catorce, si me comparo con aquellos que la quieren y tienen su compañía desde la infancia. En mi casa me encontré con una literatura diferente que la que me acercaba la secundaria, que también me gustaba, pero a casa llegaban Burrowghs, Carver, Auster, Kerouac... y esos escritores después me condujeron a otros descubrimientos (Salinger, muchos más), que a su vez llevaron a otros (como nos pasa a todos).
Soy profesora de Lengua y Literatura de secundaria.
Las situaciones escolares y autobiográficas en general son una fuente recurrente de mis creaciones humildes, que intentan ser socarronas y vestirse con ropas y músicas pop.