martes, 20 de abril de 2010

La pira (por Henry Tiburzio)

Por Hernán Henry Tiburzio

La pira la armábamos con Mariano en el parque hasta que llegó el oficial. Debimos habernos imaginado que cuando nos viera juntando ramas secas y acomodándolas en el centro del círculo dibujado con kerosén, se nos iba a venir al humo. Ni hablar de la vaca que teníamos atada al paragolpe del Citröen. Nos costó algo más que unos pesos convencerlo, pero anduvimos bien. En ese momento estábamos preparando la promesa que le habíamos hecho al Panza. Mariano comenzó por explicarle toda la historia desde el principio:

-Mire cabo…
-Agente – le dijo el uniformado,

sí, sí, agente, discúlpeme, prosiguió Mariano,

-Le cuento: era el partido que teníamos que ganar de la manera que fuera. Esa tarde Roque estuvo en el fondo sacando todo lo que llegaba, Manuel estaba como un pulpo en el medio, mientras que el Rengo la pisaba tirando caños en la delantera,

y me señalaba,

-ese día jugamos a camiseta celeste con vivos amarillos en las mangas, era toda la imagen de un equipo preparado pero con un look de mierda: los pantalones eran blancos y llegaban casi hasta la rodilla, teníamos los nombres estampados en la espalda y el número en rojo justo debajo de la publicidad de la carnicería de Rubén; yo tenía la diez - dijo Mariano sonriéndole al covani. -El Panza se había lesionado en la semifinal y ahora nos dirigía desde el banco, medio colgado por el dolor todavía, pero no podía faltar. Con los pibes le acomodamos la silla justo detrás del puesto de gaseosas y sufría desde ahí como si estuviera constipado. La cara era pura mueca. La última noche de entrenamiento en su casa nos contó que había jurado hacer una hecatombe y quemar un toro en el parque si ganábamos el partido. ¡Un toro quería quemar ese hijo de puta!, por supuesto nos hizo prometer a todos que lo íbamos a acompañar.

-Imagínese usted Comandante si le vamos a decir que no al Panza, que es un pedazo de pan qué ni se imagina, si hasta entrenábamos jugando a la play en su casa durante la semana, así que poco más que nos tenía agarrados de las pelotas. El entrenamiento era así: cada uno elegía su equipo y planteaba una estrategia, al final del torneo, el que ganaba era el que ordenaba al equipo para el fin de semana. Al principio yo jugaba con el Estudiantes de Pavone y Caldera agente, y no sabe lo que eran esos dos en la delantera, después por un tiempo jugué con Paraguay, que es otro equipo aguerrido hasta en la consola esa y después, por derecho, no vaya a creer, llegué a dirigir al Barcelona. Pero para qué le voy a contar si seguro usted también se la pasa con los pibes dale-quete-dale en la taquería…

Yo lo miraba a Mariano descolocado, pero le seguía la corriente para que el gorra ese no se ortive. Sabía que tenía parla, y eso era lo único que podía evitar que termináramos todos en cana. Por otro lado, caía en la cuenta de que si llegábamos a transar con éste, se iba a traer a media comisaría a morfar con nosotros, porque a la vaca entre hecatombe y hecatombe le entrábamos seguro.

-
-Esa tarde me senté nervioso. Ya antes de empezar el partido no estaba seguro de cómo encarar el esquema ofensivo. Mire que cuando se dirige un equipo como el Barça no se puede pensar en otra cosa que en ganar. Lo puse a Eto´o bien de punta, le marqué exactamente dónde quería que esté parado. Después lo agarré a Messi y lo puse en diagonal a la izquierda, el pendejo ese es muy bueno. Con el negro no tuve problemas, estaba suelto, entre el mediocampo y la medialuna, para que invente. Tres en el fondo y cuatro en el medio, bien a mano del ataque. Comenzó a rodar la pelota y ya de movida los sacudí con un pelotazo en el travesaño. Fue un enganche que tiré, después apreté el triángulo y con el camerunés sacudí-de-rosca que si la meto me voy a la mierda. Hubiera sido un lindo arranque. Me tocaba jugar contra el Inter que lo tenía Manuel. Cuatro pepas se comió esa noche y bien calladito se tuvo que hacer cargo de la comida.

El cana empezó a modular y pensé que se nos iba todo al carajo.

-Decile al superior que se venga hasta el parque y que le avise al siete,

reportó; era obvio que estaba hablando en-código-cana. En ese momento cayó Rúben a los gritos, con la cuchilla colgando y dos cajones de cerveza, uno en cada brazo, el baúl del Citröen estaba a pleno de rolitos, a Rubén le tocaba degollarla.

-Cabo, discúlpeme,

lo increpó Mariano, -agente le dije,

-eso, eso, agente: no habrá alguna manera de poder ponernos de acuerdo en relación a este temita del que estamos hablando..?

El silencio se hizo entre nosotros. Estábamos jugados y si el vigilante éste no agarraba se pudría todo. Para cuando lo trajeron al panza ya habían llegado el jefe del botón y el siete. Era un chabón que cayó de civil pero con un bigote que lo vendía hasta en Recoleta, tenía puesta una remera a rayas azules cruzadas y pantalones pinzados. Tenía toda la pinta de ser el capo.

-¿Le hablé de la tribuna?,

arremetió Mariano para volver a ganarse al cana,

-estaba Marta, la mujer del Rúben, que no sabe cómo los chuszeaba a los de Ortúzar…

El cana lo calló con una seña y se reunió con los otros dos botones en un triángulo. Yo mientras tanto le explicaba a Manuel y al resto cómo venía la mano.

-Te lo jugamos a cinco goles,

le tiró el cana a Mariano,

-¿Qué cosa querés jugar a cinco goles?
-El Citröen y la vaca: si ustedes ganan, hacen la hecatombe esa, la cumbia y lo que se les cante, nosotros conseguimos el permiso; ahora, si ganamos nosotros, nos llevamos la vaca y el auto. ¿Ustedes cuántos son?

Mariano se quedó pálido.

El siete cornudo me pegó una patada después del cuarto gol que todavía me duele, pero te juro que prefería seis meses de yeso antes que entregarle las llaves del auto a esos hijos de puta.

1 comentario:

Mauro dijo...

jajaja buenisimo Tiburzio, te pasaste, para cuando el partidito?

Mauro Hospital Austral