Por Sonia Figueras
El tío Alberto le prometió acompañarlo y darle la plata para hacerse socio del club. Desde ese instante no podía pegar los ojos. Hasta que llegó el momento. No precisaba bien por qué le latía el corazón tan fuerte como el galope de caballo desbocado y le temblaran las manos y los pies subieran y bajaran igual que al compás del cinto del viejo.
El club quedaba cerca. Creyó que el tormento acabaría. No. El empleado que asociaba no estaba ese día y volvió como un pollo mojado y encima con los rezongos del tío por el tiempo perdido. La que se perdió fue la plata. En la casa estaban a fin de mes y siempre faltaba la garrafa y la comida.
Y se quedó sin ser socio.
Igual siguió yendo los sábados después del mediodía. Sólo, siempre sólo.
La miraba de lejos y lo deslumbraba como el sol. Soñaba con acariciarla. ¡Era la pelota del club! ¡Era comprada en una casa de deportes! ¡No como la de plástico o la rotosa con la que pateaba en el potrero! Ésa era la inalcanzable.
Un sábado se sentó en las gradas y la cosa fue para no olvidar.¡Qué gambetas hacía “el chinito” y el Coco cómo pateaba al arco, de puntín la rompía. Al chinito, al Coco y al petiso los conocía bien. Claro, de nombre nomás, pero para él eran amigos…jugaban al fútbol y estaban en sus sueños como la redonda y la cancha del club.
Otro sábado se animó y se sentó en el pasto. Los olores de sus héroes lo inundaban, el jadeo de los pibes lo excitaban, los golpes de los puntapiés le sonaban al redoble del tambor de la murga “Los fantásticos”. Y los gritos ¡Dale, Coco, pasamelá petiso. ¡Nooo! ¿Qué hacés chabón? Era un sueño. ¡Tan cerquita!
Benítez, el flaco institución, le pegó al silbato y le gritó ¿querés entrar pibe? falta uno. Se levantó robotizado, duro como tacurú en el campo.
- Pibe ¿cómo te llamás?. No le salió una palabra, un sonido, un mugido.
- Entrá, dale, ponete al medio, a ver qué podés hacer, nos van a golear hoy. De ahí en más, dale, vos, el de celeste, corré, pasala pibe, pasala, bien, pateá, gool. Ganaron gracias a su gol.
Y se quedó en el equipo y ascendió, ascendió tanto que de la categoría 90, llegó a primera a los 18.
Ahora en Europa, aún lo llaman Celeste, nunca por su verdadero nombre, Diego, igualito al Diego.
En las tribunas se escucha… Celeste, Celeste…
En la pieza del viejo y el tío, al lado de las fotos del Diego, está la de Celeste.
Mi nieto Juan Francisco me dio el tema para este relato. Gracias, Juano.
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