Por Juan José Panno
El partido de gala que se disputaba en el Gran Estadio era tan malo, pero tan malo que los espectadores se empezaron a asomar a los murallones de las graderías para espiar desde ahí el encuentro improvisado que estaban jugando hijos y sobrinos de los profesionales en un campo lindero. Su Majestad, presente en el Gran Estadio, fue notificada de lo que estaba ocurriendo y tomó inmediatamente una medida demagógica de esas a la que ya tenía acostumbrada a la población: mandó traer a los jóvenes al Gran Estadio y ordenó que los cracks pasasen castigados a la cancha auxiliar. La plebe celebró alborozada la novedad, pero diez minutos más tarde todos desdeñaron lo que estaba ocurriendo en el Gran Estadio y empezaron a mirar el partido, abierto y divertido que jugaban los profesionales en el campo contiguo.
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