Por Eduardo Galeano
Antes existía el entrenador, y nadie le prestaba mayor atención. El entrenador murió, calladito la boca, cuando el juego dejó de ser juego y el fútbol profesional necesitó una tecnocracia del orden. Entonces nació el director técnico, con la misión de evitar la improvisación, controlar la libertad y elevar al máximo el rendimiento de los jugadores, obligados a convertirse en disciplinados atletas.
El entrenador decía:
Vamos a jugar.
El técnico dice:
Vamos a trabajar.
Ahora se habla en números. El viaje desde la osadía hacia el miedo, historia del fútbol en el siglo veinte, es un tránsito desde el 2-3-5 hacia el 5-4-1. pasando por el 4-3-3 y el 4-4-2. Cualquier profano es capaz de traducir eso, con un poco de ayuda, pero después, no hay quien pueda. A partir de allí, el director técnico desarrolla fórmulas misteriosas como la sagrada concepción de Jesús, y con ellas elabora esquemas tácticos más indescifrables que la Santísima Trinidad.
Del viejo pizarrón a las pantallas electrónicas; ahora las jugadas magistrales se dibujan en una computadora y se enseñan en video. Esas perfecciones rara vez se ven, después, en los partidos que la televisión transmite. Más bien la televisión se complace exhibiendo la crispación en el rostro del técnico, y lo muestra mordiéndose los puños o gritando orientaciones que darían vuelta al partido si alguien pudiera entenderlas.
Los periodistas lo acribillan en la conferencia de prensa, cuando el encuentro termina. El técnico jamás cuenta el secreto de sus victorias, aunque formula admirables explicaciones de sus derrotas:
Las instrucciones eran claras, pero no fueron escuchadas, dice, cuando el equipo pierde por goleada ante un cuadrito de morondanga. O ratifica la confianza en sí mismo, hablando en tercera persona más o menos así: «Los reveses sufridos no empañan la conquista de una
claridad conceptual que el técnico ha caracterizado como una síntesis de muchos sacrificios necesarios para llegar a la eficacia».
La maquinaria del espectáculo tritura todo, todo dura poco, y el director técnico es tan desechable como cualquier otro producto de la sociedad de consumo. Hoy el público le grita:
¡No te mueras nunca!
Y el Domingo que viene lo invita a morirse.
El cree que el futbol es una ciencia y la cancha un laboratorio, pero los dirigentes y la hinchada no sólo le exigen la genialidad de Einstein y la sutileza de Freud, sino también la capacidad milagrera de la Virgen de Lourdes y el aguante de Gandhi.
Este texto pertenece al excelente libro "El fútbol a sol y sombra"
martes, 24 de mayo de 2011
martes, 17 de mayo de 2011
Fútbol para todos (por Esteban Silva)
Por Esteban Silva
En mi vida, salí dos veces campeón de fútbol. Una en la secundaria en un torneo de futbol cinco. Otra, con veintitrés años, en un torneo inter-fabricas en Japón. Tuve la suerte en ambas ocasiones de verme rodeado de los artífices necesarios para lograr tales hazañas. En mi condición de pica-piedras, lo único que podía aportar al equipo era sacrificio. Mi posición a tal efecto era la de nueve “pescador”, a la espera de la resolución de una jugada. Una infancia dedicada a juegos mecánicos, cine e intercambios grupales con compañeras de grado, redundó en un bajo rendimiento con la redonda. Ya en la temprana edad de doce años, mi escaso curriculum futbolístico colisionó con la escuela secundaria para varones de San Rafael. Acostumbrados a torneos escolares parroquiales y campamentos, me llevaban años de distancia en las lides de la esférica. A pesar de ello, participaba de todo picado que se organizase. Dicha práctica, no me aportó ninguna dote de habilidad. Con el tiempo, lo que sí fui logrando es cierta ubicuidad en el terreno. Un poco por desmarcamiento, otro poco por mis escasas atribuciones, hacían que mi posición dentro del campo resultase inofensiva. Los habilidosos, más dedicados a mostrar las virtudes de una gambeta individual, poco aportaban al orden colectivo. Y en muchos casos la sumatoria de habilidosos no era condición de superioridad en un torneo. Eso quedó demostrado en el campeonato de los sábados contándome a mí como participante. Mi equipo, era un rejuntado de pataduras con más ímpetu que nociones del buen fútbol. Pero la determinación, sumada al sacrificio a veces rinde sus frutos. Máxime en un campo de estrechas dimensiones como el del colegio. En una ocasión, recuerdo haber pateado al arco simultáneamente con un jugador de mi equipo. Tal era el desorden, que parecíamos un enjambre de abejas atrás de la pelota. El final del campeonato arrojo la cifra de dieciséis goles para Ferrara ( el goleador principal ), y la nada despreciable cifra de diez goles en mi haber. Con el tiempo compañeros de curso acuñaron el apodo de “goleador”, no sin sorna claro, refiriéndose más a mi vocación del área, que a las condiciones intrínsecas de mi juego. Para mí este era más un juego de estrategia, de pases al hombre libre, y de ir avanzando hasta encontrar la posición favorable de rematar al arco. Una vez frente a el, el destino inevitable era el puntín de mi botín derecho, para asegurar la jugada, y de prescindir de toda puntería o efecto. De cabeza, poco y nada. Solo recuerdo una vez en el ateneo que un compañero de defensa metió un pase-gol con tanta exactitud, que la pelota picó en mi cabeza y superó al arquero. Creo que en la posición de nueve hay que tener culo también. Es necesario la cuota de suerte necesaria para que la carambola de la pelota disputada, caiga en los pies nuestros, o en la red rival. Los palos también aportan lo suyo. Cuantas veces vemos el ensañamiento de una pelota al estrellarse indefinidamente en estas barreras del gol. Así vemos pasar indefinidamente nuestras posibilidades, a sabiendas que “ los goles errados se sufren en el arco propio”. Dicha máxima se cumple a rajatabla, desde el potrero más precario, hasta la copa del mundo.
Yo tenía compañeros habilidosos en el secundario: “Adriano”, un jugador de características particulares, buena gambeta de baldosa, piques cortos y desplazamientos laterales impredecibles. Su poca participación en los torneos, la tendencia al juego individual y su deserción a temprana edad nos privó de su magia. “ Rogido”, era más grande que el resto de nosotros, por haber repetido, y por cuestiones naturales también. Juego largo y asociado, buena patada y cabezazo. Marca y garra en ocasiones. Lo mejor: su cross de derecha en el concurso de una discusión con rivales de otros colegios. “Montero”, jugador completo, gambeta en velocidad, recuperación y juego colectivo. Magia en circunstancias favorables y garra a la hora de ir perdiendo. Era imposible frenarlo en el mano a mano, a pesar de repetir una y otra vez la misma maniobra evasoria. Por eso para estar a la altura de mis condiciones, era preferible participar de un equipo que tuviese un habilidoso y no fuese morfón. Solo así podría explotar mis condiciones de pseudo-goleadoras. Como aquella vez en Japón que tuve la suerte de formar en un equipo de obreros de fábrica, predominantemente brasileños. Es sabido de su habilidad con la pelota en todos los ámbitos de disputa. A la optima lectura del juego le suman técnica y velocidad.
Por eso, no nos fue difícil llegar a las finales del torneo de seis en cancha de césped. La primer fase estaba compuesta principalmente de nipones entusiastas, pero ingenuos a la hora de los puntos. La final ya era otra cosa, un combinado de bolivianos aguerridos que trabajaban en una planta vecina de acero. Un primer tiempo disputado, en el que no se consiguió sacar ventajas 1-1. A la segunda mitad rápidamente nos pusimos en ventaja, hasta ampliarla al valor de seis, con tanto de mi autoría. Los minutos finales fueron simples pases laterales y “ fitas” cerca de la raya lateral haciendo el tiempo pasar.
Tiempo que llegó a su fin con la marca de 6-3, a pesar del esfuerzo de los hermanos trasandinos.
La recompensa un metálico estimado en doscientos dólares para el equipo, junto con un símil de la copa del mundo en yeso o cerámica pintada.
Lo paradógico del caso, fue que a instancias mías, providencié un juego de camisetas para suplir al ajuar del equipo.
Cuando los brazucas recibieron la “ suplente “ de la selección argentina versión 93, ( la del gol de Diego a los griegos), palidecieron de asombro y estupor. Solo accedieron a su uso, previo “ arrancamiento” del emblema patrio, cierta dosis de insultos y la certeza de que nadie les devolvería lo abonado por la vestimenta…
Una paradoja doble, un equipo campeón en su mayoría brasileños vistiendo la albiceleste, y un patadura alzando la copa del mundo.
Esteban Silva es alumno de nivel inicial en el taller de creatividad literaria de Cruzagramas.
En éstas líneas nos cuenta un poco más de él: Mis ganas de escribir comenzaron con la lecturas de mis primeros cuentos, allá por la escuela primaria; Cuentos de la selva, Mi planta de Naranja Lima, El Corsario Negro, fueron los primeros títulos que atraparon mi imaginación .De ellos obtuve la fascinación descriptiva de las locaciones distantes y la caracterización de los personajes. A mi paso por la juventud y la adolescencia se sumaron infinidad de colecciones enciclopedistas de los más variados temas, acompañados ya por novelas Best Sellers. De este cocktail, derivó mi inclinación por el ensayo de temas aleatorios, por lo general, reformulaciones de diversos temas en envases nuevos. El transcurso por la facultad de arquitectura, alterno temas académicos, con las consabidas novelas de compra obligada en el círculo de lectores, sumándose en este período, la novela histórica, los comics, libros de humor , especialmente Fontanarrosa, equilibrando parcialmente el tinte cientificista del pabellón 3 . De esta experiencia, surgió la argumentación, la gimnasia en la corrección de una obra, la exposición frente a la crítica,la intervención humorística como recurso de comunicación, las citas alusivas, y las ganas de parecer interesante frente a los demás; el egocentrismo resumidamente. La vida en sí, aportó lo suyo, una excursión a Japón por cinco años, diez años de lengua portuguesa por adopción de conveniencia, en dos relaciones fallidas, infinidad de viajes a Brasil , a su literatura. Esta colisión de mundos arrojó como saldo el exotismo, la visión paralela de otra sociedad, los puntos de vista, la palabra “ gasolina “ en vez de nafta. El saldo: las líneas que son las bases de este breve raconto, rayano al sincericidio
Yo tenía compañeros habilidosos en el secundario: “Adriano”, un jugador de características particulares, buena gambeta de baldosa, piques cortos y desplazamientos laterales impredecibles. Su poca participación en los torneos, la tendencia al juego individual y su deserción a temprana edad nos privó de su magia. “ Rogido”, era más grande que el resto de nosotros, por haber repetido, y por cuestiones naturales también. Juego largo y asociado, buena patada y cabezazo. Marca y garra en ocasiones. Lo mejor: su cross de derecha en el concurso de una discusión con rivales de otros colegios. “Montero”, jugador completo, gambeta en velocidad, recuperación y juego colectivo. Magia en circunstancias favorables y garra a la hora de ir perdiendo. Era imposible frenarlo en el mano a mano, a pesar de repetir una y otra vez la misma maniobra evasoria. Por eso para estar a la altura de mis condiciones, era preferible participar de un equipo que tuviese un habilidoso y no fuese morfón. Solo así podría explotar mis condiciones de pseudo-goleadoras. Como aquella vez en Japón que tuve la suerte de formar en un equipo de obreros de fábrica, predominantemente brasileños. Es sabido de su habilidad con la pelota en todos los ámbitos de disputa. A la optima lectura del juego le suman técnica y velocidad.
Por eso, no nos fue difícil llegar a las finales del torneo de seis en cancha de césped. La primer fase estaba compuesta principalmente de nipones entusiastas, pero ingenuos a la hora de los puntos. La final ya era otra cosa, un combinado de bolivianos aguerridos que trabajaban en una planta vecina de acero. Un primer tiempo disputado, en el que no se consiguió sacar ventajas 1-1. A la segunda mitad rápidamente nos pusimos en ventaja, hasta ampliarla al valor de seis, con tanto de mi autoría. Los minutos finales fueron simples pases laterales y “ fitas” cerca de la raya lateral haciendo el tiempo pasar.
Tiempo que llegó a su fin con la marca de 6-3, a pesar del esfuerzo de los hermanos trasandinos.
La recompensa un metálico estimado en doscientos dólares para el equipo, junto con un símil de la copa del mundo en yeso o cerámica pintada.
Lo paradógico del caso, fue que a instancias mías, providencié un juego de camisetas para suplir al ajuar del equipo.
Cuando los brazucas recibieron la “ suplente “ de la selección argentina versión 93, ( la del gol de Diego a los griegos), palidecieron de asombro y estupor. Solo accedieron a su uso, previo “ arrancamiento” del emblema patrio, cierta dosis de insultos y la certeza de que nadie les devolvería lo abonado por la vestimenta…
Una paradoja doble, un equipo campeón en su mayoría brasileños vistiendo la albiceleste, y un patadura alzando la copa del mundo.
Esteban Silva es alumno de nivel inicial en el taller de creatividad literaria de Cruzagramas.
En éstas líneas nos cuenta un poco más de él: Mis ganas de escribir comenzaron con la lecturas de mis primeros cuentos, allá por la escuela primaria; Cuentos de la selva, Mi planta de Naranja Lima, El Corsario Negro, fueron los primeros títulos que atraparon mi imaginación .De ellos obtuve la fascinación descriptiva de las locaciones distantes y la caracterización de los personajes. A mi paso por la juventud y la adolescencia se sumaron infinidad de colecciones enciclopedistas de los más variados temas, acompañados ya por novelas Best Sellers. De este cocktail, derivó mi inclinación por el ensayo de temas aleatorios, por lo general, reformulaciones de diversos temas en envases nuevos. El transcurso por la facultad de arquitectura, alterno temas académicos, con las consabidas novelas de compra obligada en el círculo de lectores, sumándose en este período, la novela histórica, los comics, libros de humor , especialmente Fontanarrosa, equilibrando parcialmente el tinte cientificista del pabellón 3 . De esta experiencia, surgió la argumentación, la gimnasia en la corrección de una obra, la exposición frente a la crítica,la intervención humorística como recurso de comunicación, las citas alusivas, y las ganas de parecer interesante frente a los demás; el egocentrismo resumidamente. La vida en sí, aportó lo suyo, una excursión a Japón por cinco años, diez años de lengua portuguesa por adopción de conveniencia, en dos relaciones fallidas, infinidad de viajes a Brasil , a su literatura. Esta colisión de mundos arrojó como saldo el exotismo, la visión paralela de otra sociedad, los puntos de vista, la palabra “ gasolina “ en vez de nafta. El saldo: las líneas que son las bases de este breve raconto, rayano al sincericidio
martes, 10 de mayo de 2011
Relatores (por Alejandro Dolina)
Por Alejandro Dolina
Los griegos creían que las cosas ocurrían para que los hombres tuvieran algo que cantar. Las guerras, los desencuentros, los amores trágicos, los horrendos crímenes, las gestas heroicas: todo tenía para los dioses impíos el único fin de proporcionar tema a los cantores. La Historia pone al alcance del menos docto centenares de ejemplos de relatos que fueron más ilustres que los sucesos narrados.
Resulta difícil concebir una idea más triste del destino humano. Sin embargo, a los juglares, cantores, cronistas y narradores de cuentos, les complace pensar que el mundo se mueve para favorecerlos en su oficio.
Héctor Bandarelli, el relator deportivo de Flores, creyó pertenecer a la estirpe de Homero. Durante toda su vida se esforzó para que la narración deportiva alcanzara las alturas artísticas de la épica.
En sus comienzos, Bandarelli hizo algo que nadie había hecho antes. Siendo entreala izquierdo del equipo de Empalme San Vicente, acostumbraba relatar los partidos que él mismo jugaba. Era héroe y juglar, Aquiles y Hornero, Eneas y Virgilio. Según dicen, no era del todo imparcial en sus narraciones. Cuando se hacía de la pelota, comenzaba a elogiar su propia jugada.
—Extraordinario, Bandarelli avanza en forma espectacular.
Muchas veces, por elegir las palabras e impostar la voz, se perdía goles cantados. Cantados incluso por él mismo.
A medida que pasaba el tiempo, el relator iba superando al jugador. Algunos viejos que lo vieron jugar cuentan que pasaba la mayor parte del tiempo parado en el medio de la cancha, relatando, casi sin tocar la pelota. inalmente fue excluido del equipo. Sin rencor ni tristeza, siguió acompañando las modestas giras del Empalme San Vicente, sólo para relatar desde un costado de la cancha el partido que jugaban sus antiguos compañeros. Lo hacía sin micrófono y sin radio, de modo que nadie lo escuchaba, salvo algún wing peregrino que alcanzaba a oír de paso su voz emocionada.
Después, según se sabe, el Empalme San Vicente dejó de jugar y sus futbolistas pasaron a integrar otros equipos. Y en ese momento, cuando todo hacía sospechar la decadencia de Bandarelli, el hombre dio un paso genial: descubrió que su narración no necesitaba de un partido real. Era posible relatar partidos imaginarios, hijos de su fantasía. Parece una evolución previsible: los antiguos poetas cantaban hazañas más o menos reales. Después las inventaron.
Lo mismo sucedió con Bandarelli. Y al no tener que ceñirse al rigor de los hechos ciertos, los partidos que relataba empezaron a mejorar: se lograban goles estupendos, los delanteros eludían docenas de rivales, había disparos desde cincuenta metros, los arqueros volaban como pájaros, se producían incidentes cruentos, los árbitros cometían errores perversos.
De a poco, el artista fue incorporando elementos más complejos a su obra. El tiempo, por ejemplo, manejado en un principio de un modo convencional, pasó a tener durante el apogeo de Bandarelli un carácter artístico y psicológico. Los partidos podían durar un minuto o tres horas.
Algunas veces, el relator omitía cantar un gol, pero daba claves y mensajes sutiles para que el oyente descubriera la terrible existencia del gol no cantado. Aparecían, cada tanto, unas historias laterales que provocaban un falso aburrimiento, que no era sino una trampa para mejor asestar la alevosa puñalada del gol sorpresivo. Todos recuerdan el famoso partido Boca-Alumni que Bandarelli relató en un asado del club Claridad de Ciudadela. En esta obra mezcló jugadores actuales con glorias de nuestro pasado futbolístico. Los viejos hacían fuerza por Alumni, los más jóvenes por Boca. Ganó Alumni, pero en su magistral narración, Bandarelli dejó caer —con toda sutileza— la sensación de que los boquenses, por respeto a la tradición, se habían dejado ganar.
Las audiencias de Bandarelli no siempre fueron numerosas. Algunos partidos los relató solo, en una mesa del bar La Perla de Flores, ante el estupor de los mozos y parroquianos. Pero poco a poco, los muchachones del barrio fueron descubriendo sus méritos y con el tiempo hubo quienes prefirieron escucharlo a él antes que ir a la cancha.
En 1965, Héctor Bandarelli organizó su campeonato paralelo de fútbol. Todos los domingos narraba el encuentro principal, mientras un colaborador lo interrumpía para comunicar lo que sucedía en el resto de los partidos. Algunas firmas comerciales de Flores lo ayudaron a solventar los nulos gastos del certamen a cambio de avisos publicitarios.
Las narraciones tenían lugar en la puerta de la casa de Bandarelli y, cuando llovía, en la cocina. Hay que decir que el relator poeta nunca trabajó para ninguna emisora y jamás utilizó micrófono, salvo en la grabación que realizara del segundo tiempo de Barracas Central-Barcelona, ya en el final de su carrera.
El campeonato paralelo terminó en un desastre. El artista no tuvo mejor ocurrencia que sacar campeón a Unión de Santa Fe y mandar al descenso a River, lo que irritó a muchas personas, que hasta llegaron a agredir a Bandarelli. Pero todos los que saben algo del relator coinciden en afirmar que su mejor partido fue Alemania-Villa Dálmine, relatado en el Colegio Alemán de la calle José HErnández, a pedido de la Asociación Cooperadora. Ese encuentro fue un verdadero canto a la hermandad entre los hombres. Los zagueros entregaban banderines a los delanteros rivales en cada jugada. El árbitro abrazaba llorando a los futbolistas que quedaban en off-side.
Los de Villa Dálmine hicieron una suelta de palomas celestes y blancas a los quince minutos del segundo tiempo para celebrar el segundo gol de la selección alemana. En el final, todos se abrazaron e intercambiaron obsequios. Fue inolvidable. En el Colegio Alemán, los padres lloraban de emoción añorando la tierra de sus antepasados. Algunos miembros de la Asociación Cooperadora pidieron a Bandarelli que volviera a relatar el encuentro en diferido, pero el artista se negó. En el esplendor de su actividad, tal vez advirtiendo el carácter efímero de su obra, resolvió escribir libretos detallados que luego archivaba prolijamente. Desgraciadamente, sus familiares quemaron este valiosísimo corpus argumentando que juntaba mugre. Nos queda apenas un breve fragmento, correspondiente al encuentro Boca Juniors 3 - Vélez Sársfield 3. "Solidario, agradecido, ayuno de envidias, Javier Ambrois entrega la pelota a Nardiello. El viento agita las banderas en los mástiles de la Vuelta de Rocha. Nardiello tira un centro rasante... Arremete. J. Rodríguez, pero ya es tarde... tarde para remediar los errores del pasado... tarde para volver a unos brazos que ya no nos esperan... Ya es tarde para todo. "Según sus seguidores, el libreto le quitaba frescura a Bandarelli y -como hemos visto— recargaba un tanto su estilo.
Un día desapareció. Algunos dicen que se mudó, o que se murió, es lo mismo. La gente volvió a preferir los partidos sonantes y constantes de la radio. Los relatores de hoy tienen la posibilidad de seguir al maestro e intentar la ficción y la fantasía en sus narraciones. ¿Por qué depender de la actuación, muchas veces mediocre, de los futbolistas?
¿Por qué no crear con la voz jugadas más perfectas? ¿Por qué no dar nacimiento a deportistas nobles, diestros y mágicos que nos emocionen más que los reales? Se puede ir más allá. Todo el periodismo podría tener un carácter fantástico y abandonar los vulgares hechos de la realidad para aludir a sucesos imaginarios: conflictos, tratados, discursos, crímenes e inauguraciones de ilusión. En este último instante comprendo que nadie me asegura que estos artistas no existen ya. Tal vez, todo cuanto uno lee en los diarios no es otra cosa que un invento del periodismo de ficción.
Sin embargo, esta clase de incredulidad conduce a sospechar la falsedad del Universo mismo. Suspendamos semejante astucia porque algunos hasta podrían pensar que el propio Bandarelli es imaginario y sus partidos sombras de una sombra.
Este texto fue extraído de la muy buena página web Cuentos y más http://www.cuentosymas.com.ar/
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