Por Sonia Figueras
- Estela, fue un 13 de mayo en que nos
conocimos. Hoy hacen trece años que nos casamos. Llovía. Dicen que los
casamientos en días de lluvia son felices y duraderos. 13. Nuestro número de
cábala. Los chicos, los dos, nacieron en día trece ¿Me querés decir por qué si
me conociste loco por el fútbol cada domingo tenemos idéntica conversación?
Estela revuelve la bombilla en el mate como a mí me gusta, los mejores cebados.
En este momento me surge una frase de Oscar Wilde leída en el
secundario. Decía algo así como “que hablen de uno es feo, o espantoso, pero
hay algo peor, que no hablen”. Eso es indiferencia. Indiferencia, eso es lo que
siento cuando le hablo de fútbol.
Almorzamos. Domingo. Ese día Juventud
juega de visitante. Miro la hora. Ya estarían las inferiores en la cancha. Me
levanto de la silla, salgo de la cocina, vuelvo a entrar y Estela con voz
monótona va al ataque…
- ¿Hoy tampoco me acompañás a lo de mi
hermana?
- Ya sé que es el cumpleaños de tu
ahijada Martha, contesto con la misma inflexión de su voz. Pero cuando termine
el partido voy. Le compro flores, ¿te parece bien? ¿Soy tan imprescindible?
Estela me contesta, el cementerio está
lleno de imprescindibles, Ernesto.
- Querida, en la familia están todos enterados
que no falto a la cancha ni un domingo, de visitante ni de local.
Ella me mira de reojo sin mirarme y me
larga ya con voz más entonada, bueno, andá. Te espero. Ahí fue cortante.
Voy al
partido, vengo compungido, con la garganta arenosa. ¡ Cuatro goles a
cero….muchos para perder! Una goleada. Compro las flores como si fueran
tomates. Imagino las cargadas venideras. Seguro que mi cuñado Horacio va a empezar con un “che, no les anda yendo
bien”. Y no tengo ganas de contestar. En el camino me digo, y… los partidos se
ganan con goles y esta vez perdimos nosotros. Lástima que vamos penúltimos en
la tabla.
En el cumpleaños estoy al esquive de
cualquier comentario, gambeteando situaciones. Por suerte termina temprano y
regresamos a casa.
- Te noté callado y seguís callado, me
dice ella.
-
Y ¿qué querés? Cuatro pepinos. Creí que me moría. Todos los goles al ángulo, la defensa no existió. A ese
arquerito vamos a tener que sacarlo... el referi expulsó a Fuentes, nos
quedamos con 10...un desastre. Me mira con la idéntica mirada indiferente del
mediodía.
El domingo siguiente voy preparando mi
mente futbolera. Le comento, hoy somos locales, nena. ¿Te vas a enojar como
siempre?
Estela en silencio y con parsimonia
acomoda sobre la cama, las medias, el calzoncillo, la camiseta de Juventud
recién planchada, la campera verdiazul. Pone en el piso las zapatillas blancas
como la leche, reforzado el blanco con tiza en polvo.
-
¿No se te hace tarde, Ernesto? y sigue, ya deben empezar las inferiores. No te
apurés en volver, tomate el tiempo que quieras. Seguro que hoy ganan ¡de
locales!...y en una de ésas se van a tomar una cerveza....En tanto tarareaba
Así, de Sandro. Fue hasta el ropero. Ah, agregó, no te olvides la gorra, mirá
que hay sol fuerte, a ver si te insolás.
De
pie en la puerta de la habitación con el mate en la mano, observo los
movimientos medidos de mi mujer. La taladro con la mirada, ojo de águila.
¿Penetro en su intención?
- Estela. Hoy no voy a la cancha. ¿Vamos al
cine? Dan una de Leonardo Favio
2 comentarios:
Inesperado final, jaj, las mujeres siempre salen con la suya, muy bueno Sonia, saludos a lo lejos.
José, omo siempre graias por tu amabilidad. Mil gracias. Un abrazo
Sonia
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