El autor de Aráoz y la verdad juntó las columnas que
escribió hasta hace poco en la revista El Gráfico en un libro que lo
confirma como parte de ese selecto grupo de escritores que saben hacer
hablar a la pelota con conocimiento de causa y pasión.
En la
Argentina, la literatura y el fútbol se conjugan como en pocos países
del mundo. La manera en que Osvaldo Soriano, Roberto Fontanarrosa o Juan
Sasturain, entre otras grandes plumas, tiraron “paredes” gloriosas
entre ambas disciplinas construyó una escuela que formó a escritores y/o
periodistas que hoy imitan sus jugadas relatadas con mejor pie que el
de muchos futbolistas del torneo local. Uno que parece estar a punto de
graduarse y saltar del otro lado del mostrador en el género es Eduardo
Sacheri, el escritor que en Esperándolo a Tito y otros cuentos, Aráoz y
la verdad, Papeles en el viento y Lo raro empezó después demostró que
sabe hacer hablar a la pelota con conocimiento de causa y pasión. Hincha
fanático de Independiente, Sacheri ya forma parte de ese selecto grupo
de tipos a los que al toparse en la vida cotidiana con un partido de
fútbol –cualquier sea, en cualquier lugar– no pueden sino dejarse llevar
por ese juego en busca de vaya a saber uno qué cosa, hasta perderlo
definitivamente de vista. Ese fanatismo (¿obsesión?) queda demostrado en
Aviones en el cielo (El Gráfico Ediciones), que recopila una serie de
relatos y cuentos que el escritor publicó en El Gráfico desde enero de
2011 hasta el mes pasado.
El fútbol como excusa para hablar sobre la vida. De los grandes
temas y de los más cotidianos, pero no por eso menos importantes. Esa es
la invitación que Sacheri les hace a los lectores que se acercan a
Aviones en el cielo, un libro sobre fútbol pero no de fútbol. En sus
relatos, siempre matizados por una prosa más literaria que periodística,
el autor es capaz de tomar distintos disparadores deportivos para
ahondar en cuestiones como el amor a los hijos, la semejanza entre la
vida y el fútbol, la pertenencia y el paso del tiempo, la gloria amateur
e –incluso– la muerte, entre otras cuestiones. “Creo que el fútbol, en
tanto juego al que nos entregamos apasionada e ingenuamente, nos desnuda
en lo más profundo de lo que somos. Lo bueno y lo malo. Creo que,
cuando nos adentramos en el fútbol, lo hacemos sin máscaras. Para bien y
para mal”, subraya en la entrevista con Página/12. Por si fuera poca la
relación de Sacheri con el fútbol, fue coguionista junto a Juan José
Campanella de El secreto de sus ojos (probablemente la película con el
más logrado travelling del cine argentino, que termina en la cancha de
Huracán) y de la todavía no estrenada Metegol, en la que la pelota
vuelve a ser la protagonista.–¿Cómo surgieron sus columnas en El Gráfico y cómo resultó esa experiencia, más cercana al periodismo en su funcionamiento que a la literatura?
–La idea surgió de los muchachos que dirigen El Gráfico, con quienes nos conocíamos a raíz de alguna nota que me habían hecho. De entrada, temí no dar la talla para adaptarme a la periodicidad de una revista, o no encontrar temas interesantes para las columnas. Sin embargo, desde El Gráfico me dieron toda la libertad: “Escribí de lo que quieras, en la extensión que quieras”. Eso me facilitó enormemente las cosas. Además, la columna es un artefacto menos laborioso que un cuento: si bien posee demandas propias del relato, no es tan exigente a nivel del ritmo, de la tensión narrativa, ni del remate final de la historia. Elementos que, entiendo, son casi imprescindibles en los cuentos.
–Albert Camus dijo alguna vez, palabras más, palabras menos, que todo lo que sabía sobre moral lo había aprendido jugando al fútbol. ¿Adhiere a ese pensamiento? En todo caso, ¿qué le enseñó el fútbol más allá de lo deportivo?
–Si reemplazamos “todo” por “mucho”, ahí lo suscribo.
–La literatura y el fútbol tuvieron grandes maestros, desde Osvaldo Soriano y Roberto Fontanarrosa hasta Juan Sasturain. ¿Considera que el menosprecio de antaño al género ha perdido vigencia y razón de ser?
–Coincido en la existencia de ese menosprecio, aunque me da la impresión de que ese rechazo abarcaba cualquier expresión literaria que tuviese por objeto la vida común y corriente de las personas ordinarias. Y sí, creo que ese prejuicio ha perdido su vigencia, al menos en parte.
–¿Tiene alguna teoría acerca de los motivos que hacen que cualquier profesión ligada al fútbol sea menospreciada por la “academia” y cierto sector de la sociedad? Pasa en la Justicia, en la literatura, en los deportistas, en los dirigentes, incluso en el espectador...
–No lo sé. Ojo que tal vez el propio fútbol, con cierta tendencia al grotesco, a darse aires de cuestión de Estado, a erguirse poco menos que en una religión o una razón de vivir, ha contribuido a alimentar ese prejuicio. Creo que, como dice mi amigo (el periodista) Román Iucht, el fútbol es, apenas, la más importante de entre las cosas menos importantes de la vida.
–En el mismo plano, ¿se puso a pensar alguna vez por qué para cierto sector de la crítica la “emotividad” es sinónimo de “sensibilería”?
–Entiendo que la crítica sospeche de los atajos estéticos y de los golpes de efecto. Ahora bien: la emotividad no siempre es sinónimo de esos facilismos. También puede ser que la acción estética consiga tocar la esencia de quien recibe esa acción. Y eso es, a mi criterio, perfectamente lícito.
–En su caso, ¿se acercó a la literatura a través de su fanatismo por el fútbol? ¿O el deporte no tuvo nada que ver con la “elección” de ser escritor?
–No hay una relación directa entre ambas cosas. De hecho, creo que lo que me condujo a ser escritor es, sobre todo, mi porfía y mi pasión como lector. Esa es la matriz básica de mi trabajo, creo. Después, o por encima, está la elección de los temas y los escenarios. El fútbol recién entra en ese escalón menos hondo.
–¿Considera que la literatura futbolera es un interesante camino de ingreso a la lectura de parte de aquellos que están dejando de ser niños? El Ministerio de Educación ha incluido relatos suyos en sus campañas de estímulo de lectura.
–Me encanta pensar que algo que escribo pueda llegar, también, a un chico de 7 años. En cuanto al camino de ingreso a la lectura, creo que está muy bueno multiplicar las puertas de ingreso a ese mundo interminable de los libros. Y me parece más que bueno ensayar puertas que se acerquen al gusto del lector en ciernes. Para que se le contagie el amor y el deseo por los libros. Después, una vez que el lector se siente a gusto en ese mundo, más temprano que tarde irá hacia los libros que realmente valen la pena.
Link a la nota original: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/4-27049-2012-11-18.html