martes, 12 de enero de 2010

El gol del campeonato (por Jorge Viera)

Por Jorge Viera


Hay cosas que quedan grabadas en la memoria. Momentos, personas y situaciones que formaran parte de nuestras vivencias y recuerdos. Este, es el caso de Antonio Rubén Almada, Almadita en el barrio. En nuestra infancia, vivíamos casa de por medio en el humilde Fonavi de las afueras del pueblo. La calle era de tierra y en la cuadra de enfrente estaba el campo mismo. En la esquina había un baldío grande donde pasábamos jornadas completas, jugando con los demás chicos de la cuadra. Con Antonio, por las tardes, volvíamos de la escuela en bicicleta y no demorábamos más de cinco minutos en sacarnos los guardapolvos y volver a la vereda para ir a jugar a la esquina. Casi siempre, después de pasar un buen rato divirtiéndonos en grupo, volvíamos a mi casa y mi mamá nos esperaba con una merienda abundante, a la que dábamos cuenta en un abrir y cerrar de ojos. Mirábamos un rato la tele y luego llegaba la fatídica hora de los deberes. Nuestra infancia era indudablemente feliz, esperábamos cada día con el único fin de ir a la esquina a jugar. Como éramos todos varones, casi siempre se armaba algún picadito. A pesar de ser un barrio humilde, nunca faltaron pelotas a la hora del partido. El padre de uno de los chicos de la otra cuadra, había hecho un par de arcos de hierro en la fábrica donde trabajaba. De esa manera se evitaba más de una pelea a la hora de resolver si la pelota había pasado por el lado de adentro o de afuera de esos postes imaginarios, que tenían como base la remera de alguno de nosotros. Antonio no era de jugar, el prefería sentarse a un costado y observar con gran detenimiento las acciones de los jugadores. En la medida que fuimos creciendo, cada uno se fue desarrollando en diferentes aspectos, pero los sábados por la tarde, confluíamos al campito de la esquina como llamados por alguna voz interior. Muchas veces, se agregaba gente nueva, pero básicamente éramos siempre los mismos. Antonio se sentaba en un costado como era de costumbre y ahora tenía una libreta donde anotaba las diferentes acciones del juego. El decía, que le divertía más ver el partido que intentar jugar. A veces, en los cortes del juego me llamaba a un costado y me recomendaba cambiar de posición o de lugar en la cancha. Yo pensaba que hubiera sido un buen director técnico, aunque quizás, no tenía carácter para eso. Era más bien retraído y tímido, pero cada comentario que hacia respecto de algunos detalles tácticos, eran muy acertados. Al terminar los partidos, íbamos a compartir algún copetín con los muchachos a la sede del único club que había en nuestro pueblo. Una cálida tarde de verano, lo veo a Antonio, parado frente a un pizarrón que había adentro, leyendo uno de los tantos cartelitos de publicidad. Anotó algo en la libreta que siempre lo acompañaba. Como siempre, terminaba en la mesa con nosotros tomando algo, pero era como si no estuviera. Era muy silencioso y prudente a la hora de hablar. Al final de la reunión, quedamos solos y nos volvíamos caminando para el lado de nuestras casas y le pregunté que le había llamado tanto la atención en el pizarrón. Recuerdo que me desvió la conversación y en eso, yo lo respetaba mucho. Sabía que era reservado, pero al día siguiente, por pura curiosidad, me acerqué hasta la sede para ver de qué se trataba. Entre todos los carteles informativos de las diferentes actividades que tenía el club, había una publicidad muy llamativa que decía: “Escuela de árbitros” y dejaban un teléfono para informes. Durante un par de semanas, no lo vi a Antonio, lo cual no era raro, ya que tenía entendido que estaba de novio con una chica de una ciudad vecina. Viene a mi memoria la tarde de uno de los sábados que nos juntamos, donde Antonio se apareció en el campito y yo lo noté más locuaz de lo normal, más desenvuelto. Igual que siempre, se sentó en un costado y seguía anotando en su cuaderno, cosas que observaba en el partido. Cuando nos fuimos para la sede, le pregunté que estaba haciendo y ahí me confesó lo de la escuela de árbitros. Se lo veía muy entusiasmado. Al poco tiempo me llama por teléfono a mi casa y me invita a ver su debut como referí en un partido de infantiles. Naturalmente fui a presenciar su participación. Revive en mi memoria la entrada de los árbitros a la canchita del club. Antonio lucía una impecable casaca negra, al igual que el pantaloncito y las medias. Se había peinado a la gomina y tenía el rostro serio y circunspecto que ameritaba la ocasión, más allá de que fuera un encuentro entre chicos de diez años. A partir de ese momento, Antonio se dedicó a seguir con su carrera de árbitro, estudiando y perfeccionándose todo lo que podía. Ya era muy reconocido en la zona cuando lo llamaron para dirigir en la primera de la liga regional. Todavía veo la cara de alegría que tenía cuando me lo contó. Estaba radiante, resplandeciente, evidentemente estaba cumpliendo un sueño. La semana previa al partido, se lo percibía muy reconcentrado. Incluso en la sede se lo veía estudiando el reglamento. Siempre fue muy responsable en todo y en esta instancia más que trascendente en su vida se lo notaba más aplicado aún. La tarde del partido, llegamos más temprano de lo normal, a la cancha donde debutaría en primera nuestro querido Antonio, con algunos de los amigos de la barra. El ingreso de la terna arbitral era el momento más esperado por nosotros y la verdad es que no lo reconocimos a Antonio, parecía más flaco, pálido. De cualquier manera, tenía el rostro circunspecto y rígido que tienen todos los referís del planeta. Impecable como siempre, con la pelota bajo el brazo y un andar contundente. Todos aplaudimos con la pitada inicial, algunos plateistas cerca nuestro nos miraron con sorpresa. No entendían que significaba este partido para el árbitro principal y por ende, para nosotros. Al final del encuentro, esperamos a Antonio afuera de la cancha. Recuerdo verlo salir con su bolsito al hombro y su inseparable libreta en la mano. Nos confesó después en la sede, que se había puesto muy nervioso antes de entrar en el campo de juego y que casi renuncia antes de empezar. Con el tiempo, fue juntando experiencia y jerarquía dentro de la liga. Todos le reconocían la justeza de los fallos y como recorría la cancha para estar bien posicionado en todas las jugadas. A pesar de ser tan valorado y haber cumplido con su meta, una tarde, Antonio me contó que aun tenía un sueño por cumplir. No me explicitó más que eso y la verdad es que recién ahora, después de que pasó lo que quizás no debiera haber pasado, entiendo lo que me quería decir.

Continuará...
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