martes, 24 de agosto de 2010

Las sirenas del Doque (por Marcelo Rubio)

Por Marcelo Rubio

Los centrodelanteros a veces suelen ser una suerte de navegantes solitarios, capaces de pasar todo el partido aislados de los suyos, condenados a un exilio interminable, dispuestos a soportar las inclemencias de los defensores adversarios. Es tanta la indiferencia de los compañeros en acercarle una jugada, que los números nueve suelen creer que han sido olvidados por aquellos que antes de salir a la cancha le golpeaban las espaldas y lo alentaban. Sin embargo ninguna soledad era tan peligrosa para los delanteros de punta, como la que sufrían aquellos que jugaban de visitante en cancha del Dock Sud. Al decir de algunos famosos nueve, como Raguzza Ruccietti, de Defensores Unidos, o Vicente “Vasco” Sbaterra, delantero de Comunicaciones, “cuándo uno jugaba en cancha del Doque de algún lugar oculto venía un cantar arrullador, eran féminas a las que no se podía oponer ninguna resistencia”:
Esas mujeres, de dulce voz, tenían la misión de encantar a los delanteros adversarios, para hacerlo sucumbir a sus encantos y llevarlos a la Isla Maciel, y, so pretexto de disfrutar de los placeres mundanos de esas tierras, alejarlos del campo de juego. Algunos goleadores, advertidos de este encantamiento, decidían atarse a los postes del arco y resistir la tentación. Otros equipos optaban por jugar sin delanteros, pero una u otra situación no los favorecía.
“Las Sirenas del Doque”, tal como se comenzó a llamar a esas voces, capturaron infinidad de delanteros solitarios. Tito Ferraroti, goleador de Villa Dálmine, fue víctima del cantar de aquellas mujeres. Pasó más de una semana en aquella Isla; cuando retornó al club, dijo que había logrado escapar por el descuido de una de las sirenas. Ferraroti volvió demacrado, ojeroso y una semana después debió ser internado, víctima de furiosas ladillas que amenazaban su integridad.

Cuando un equipo iba de visita al Dock Sud, las esposas de los delanteros pasaban días tejiendo y destejiendo mortajas para sus hábiles esposos, caídos en desgracia por el cantar de “las Sirenas del Doque”. Durante años la hinchada local no miraba el partido, sino que trataba de ver a algunas de esas sirenas, dispuestos a cualquier cosa por estar con una de esas damas capaces de arruinar a la escuadra visitante.
Pero el mito de “las Sirenas del Doque” se derrumbó cuando Gilberto Jesús Carroza, delantero del Dock Sud, transferido a Estudiantil Porteño, denunció que aquellas voces no eran de Sirenas, sino de vulgares prostitutas en busca de algún cliente. Miserable actitud la de Carrozas que dejó al desnudo las escapadas “non santas” de otro jugadores.
“Las Sirenas del Doque” ya no cantan, ahora van a la cancha, dan la cara, se cuelgan de alambrado, escupen e insultan al rival. Sigue habiendo números nueve solitarios, pero ya no se atan a los postes. Eso sí, por la Isla Maciel, siempre aparece algún delantero.


Marcelo Rubio es amante del fútbol y los libros. Nació en Buenos Aires en 1966. Ha publicado "Fùtbol apócrifo" en forma independiente en el año 2000.
Para dejar cualquier comentario, su mail es marfunebrero@yahoo.com.ar.

2 comentarios:

Sandra Pasquini dijo...

Una genialidad, con la maestría que caracteriza a Marcelo Rubio, un cuento crudo y conmovedor, con sello propio.

MILITA BABILÓNICA dijo...

Como siempre, leer a Marcelo es un privilegio que me honra cada vez.
Un abrazo y mis loas.