A veces, cuando ya no sabe qué música escuchar, cuando ya ha tocado por cuarta o quinta vez los trofeos, cuando con las dos manos puestas sobre ese reconfortante frío del metal los ha tocado, de ida y de regreso por el anaquel, sólo a veces, le vuelve el recuerdo de aquella atajada memorable, aquella estirada de palo a palo que arrancaría el estallido en la tribuna. El centro pasado viniendo por la izquierda, él preparado para el inevitable mano a mano con el diez, pero la pelota daría en un defensor y se iría camino de la red junto al otro palo. Entonces el salto, la contorsión increíble de su cuerpo adolescente, el vuelo triunfal para desviar con la punta de los dedos ese aerolito que hubiese colisionado con la Tierra, artífice él de esa atajada que sería única y que terminaría por persuadir a los que vinieron de Italia para llevárselo a la Juventus, nada menos que a la Juve.
Mientras recrea el vuelo, le llegan imágenes tan ricas que casi las podría tocar, con la punta de esos dedos mágicos las podría tocar. En pleno salto sabe que llegará para desviar esa pelota al corner, a sus pies la tribuna del estadio mundialista hecha un caldero hirviente; ve, al pasar, las banderas de su equipo, la de cincuenta metros de largo y también la otra que dice “Germán no te vayas, la Argentina te necesita”. Le llega la voz de los relatores de la radio y de la televisión vociferando adjetivos inventados para él, se le ha concedido ver todo desde la altura que sólo da la gloria, escuchar todo desde la eternidad de un recorrido sin tiempo. Vuela pensando en la conferencia de prensa, rodeado de micrófonos; quizá la falta de costumbre de estar ante tantas cámaras y flashes lo haría pestañear al principio, ya sospechaban los especialistas que alguna vez deslumbraría a todos con una genialidad, y allí estaba ese vuelo que la gente esperaba de él, campeón juvenil sub - diecisiete, artífice del título con ese penal atajado al goleador extranjero, ahora defendiendo en primera los tres palos del club que lo vio nacer, con alas de campeón volando hacia el poste derecho, la pelota desviada por sus dedos y rozando por fuera ese palo que era su objetivo y su cielo, y que fue sin embargo el sol que derretiría la cera de sus alas, poste que se hizo noche sin regreso, oscuridad que sólo le permite dibujar con sus dedos los trofeos, negrura que le deja nada más que presentir la ventana de ese octavo piso a través de una claridad difusa.
En la franja central de sombra que dibuja el marco, intuye y encuentra el aro de metal que tiene un frío diferente al de los trofeos, quizá porque está pintado de blanco, o al menos antes lo estaba. Lo gira, empuja hacia afuera las dos hojas y se abandona a la claridad desnuda, a la claridad que lo llama por su nombre, a la luz que lo acaricia que lo envuelve que lo chupa como lo hace un imán con una frágil viruta de acero.
Soy farmacéutico jubilado, hincha de Independiente (como Eduardo Sacheri, un tipazo). Tengo 77 años, pero no se asusten: estoy para otro tanto. Casi no toco el tema del fútbol en mis cuentos. Con este texto corto gané un certamen nacional.
Escribo con alguna continuidad desde hace 10 u 11 años. Intervine en los Torneos Abuelos Bonaerenses 1999 y tuve la suerte de ganar el 1er.premio (fue en poesía) que significó un viaje a Cancún, con mi esposa. Eso me empujó a escribir con continuidad. Me nutrí de buenos talleres literarios de cuento y de poesía. Entre las dos modalidades tengo un centenar de premios provinciales, nacionales e internacionales. El más significativo de estos últimos fue el Premio Platero 2008, del Club del Libro en Español de las Naciones Unidas, Ginebra, Suiza, entre escritores de 17 países.
Mientras recrea el vuelo, le llegan imágenes tan ricas que casi las podría tocar, con la punta de esos dedos mágicos las podría tocar. En pleno salto sabe que llegará para desviar esa pelota al corner, a sus pies la tribuna del estadio mundialista hecha un caldero hirviente; ve, al pasar, las banderas de su equipo, la de cincuenta metros de largo y también la otra que dice “Germán no te vayas, la Argentina te necesita”. Le llega la voz de los relatores de la radio y de la televisión vociferando adjetivos inventados para él, se le ha concedido ver todo desde la altura que sólo da la gloria, escuchar todo desde la eternidad de un recorrido sin tiempo. Vuela pensando en la conferencia de prensa, rodeado de micrófonos; quizá la falta de costumbre de estar ante tantas cámaras y flashes lo haría pestañear al principio, ya sospechaban los especialistas que alguna vez deslumbraría a todos con una genialidad, y allí estaba ese vuelo que la gente esperaba de él, campeón juvenil sub - diecisiete, artífice del título con ese penal atajado al goleador extranjero, ahora defendiendo en primera los tres palos del club que lo vio nacer, con alas de campeón volando hacia el poste derecho, la pelota desviada por sus dedos y rozando por fuera ese palo que era su objetivo y su cielo, y que fue sin embargo el sol que derretiría la cera de sus alas, poste que se hizo noche sin regreso, oscuridad que sólo le permite dibujar con sus dedos los trofeos, negrura que le deja nada más que presentir la ventana de ese octavo piso a través de una claridad difusa.
En la franja central de sombra que dibuja el marco, intuye y encuentra el aro de metal que tiene un frío diferente al de los trofeos, quizá porque está pintado de blanco, o al menos antes lo estaba. Lo gira, empuja hacia afuera las dos hojas y se abandona a la claridad desnuda, a la claridad que lo llama por su nombre, a la luz que lo acaricia que lo envuelve que lo chupa como lo hace un imán con una frágil viruta de acero.
Soy farmacéutico jubilado, hincha de Independiente (como Eduardo Sacheri, un tipazo). Tengo 77 años, pero no se asusten: estoy para otro tanto. Casi no toco el tema del fútbol en mis cuentos. Con este texto corto gané un certamen nacional.
Escribo con alguna continuidad desde hace 10 u 11 años. Intervine en los Torneos Abuelos Bonaerenses 1999 y tuve la suerte de ganar el 1er.premio (fue en poesía) que significó un viaje a Cancún, con mi esposa. Eso me empujó a escribir con continuidad. Me nutrí de buenos talleres literarios de cuento y de poesía. Entre las dos modalidades tengo un centenar de premios provinciales, nacionales e internacionales. El más significativo de estos últimos fue el Premio Platero 2008, del Club del Libro en Español de las Naciones Unidas, Ginebra, Suiza, entre escritores de 17 países.
2 comentarios:
Norberto:
hermoso, melancólico, tierno y feliz cuento.
Gracias por el placer de leerlo.
Sonia
Qué grande, mi amigo Nolber!!! Cada vez mejor su narrativa...
Lo comparto.
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