Por Roberto Fontanarrosa
El más sorprendido fue Chalo cuando (no iban ni cinco minutos de empezado el partido) el Lalita se cruzó toda la cancha y le entró muy fuerte y abajo a Pascual y Pascual, aún antes de caer pesadamente junto a la línea del área, le preguntó al Lalita por que no se iba a la recalcada concha de su madre puta. Pensándolo bien, recordaba luego Chalo (los brazos en jarra, algo alejado del quilombo) antes de empezar, había escuchado a los muchachos conversando mientras se cambiaban en ese vestuario de mierda y Polenta se había dicho que, seguramente, Pascual y Lalita se iban a cagar a trompadas otra vez. Es más --rememoró Chalo, viendo como los muchachos trataban de separar a los calentones-- Salvador lo había cargado bastante a Pascual preguntándole si esa tarde lo iban a echar de nuevo por cagarse a trompadas con el Lalita. -- ¿Será posible? --pasó a su lado el ocho de ellos, buen jugador, callado--. Siempre lo mismo con estos dos infelices. -- Cosa de locos --dijo el Chalo, tocándolo en la panza, en gesto de amistad. -- ¡Aprendé a jugar al fútbol, choto de mierda! --gritaba, ya de pie, Pascual, contenido a medias por Norberto. -- ¡Sí, seguro que vos me vas a enseñar, pajero! --respondió Lalita. -- ¿Ah no? ¿Ah no? ¿No te voy a enseñar yo? ¿No te voy a enseñar yo? Sabes comó te enseño, la puta madre que te parió! -- ¡Seguro! ¡Vos me vas a enseñar, forro! ¡Vos me vas a enseñar a jugar al fútbol! -- ¡Choto de mierda, en la puta vida jugaste al fútbol, sorete! -- ¡Vos me vas a enseñar, maricón! -- ¡Sorete, sos un sorete mal cagado! Tal vez ese concepto de "maricón" exaltó más a Pascual, que se libró del esfuerzo de Norberto y se le fue encima al Lalita. El Alemán se abalanzó para agarrarlo, con Prado y el flaco Peralta. El referí pegaba saltitos en torno al tumulto como un perro que no puede zambullirse en una pelea multitudinaria. -- ¡Pero dejalos que se maten! --gritó desde lejos el cuatro de ellos--. ¡Dejalos que se maten de una vez por todas esos boludos! -- ¡Así nos dejan jugar tranquilos! -- ¡Vení, vení a enseñarme, maricón! --insistía Lalita, contenido por sus compañeros, viendo como Pascual se debatía entre una maraña de brazos. -- ¡Callate, pelotudo! --se anotó, desde lejos, Hernán, con escaso sentido de la oportunidad en el uso del humor--. ¡Si vos tuviste poliomelitis de chico y no te dijeron! -- ¡Pero pisale la cabeza a ese conchudo! --saltó de pronto Antonio corriendo también hacia Lalita--. ¡Siempre el mismo hijo de puta ese hijo de puta! Allí Chalo pensó que el conflicto se generalizaría. -- ¡Antonio! ¡Antonio! --trato de pararlo el Negro. -- ¡Agarralo! ¡Agarralo, Pedro! -- ¡Hijo de mil putas, la otra vez hiciste lo mismo! --recordaba Antonio, medio estrangulado por un brazo de Pedro, las venas del cuello a punto de estallar, la cara roja como una brasa. -- ¿Qué querés vos? ¿Qué querés vos? --Lalita se volvió hacia Antonio, estirando el mentón hacia adelante. Dos de ellos lo agarraron de la camiseta y otro de la cintura. -- ¡Te hacés mucho el gallito porque nuncan te han puesto una buena quema! -- ¡Aflojá, Lalita, no seas boludo! -- ¡Te echan, pelotudo, te van a echar! -- ¿Qué querés vos? ¿Qué querés negrito villero y la concha de tu madre? -- ¡Tito! ¡Paralo, carajo, paralo! -- ¡Cortala, cinco, no te metás que es peor! -- ¡Pará, Mario, pará! -- ¡Te voy a reventar, la concha de tu madre! --Pascual se había zafado de los que lo contenían y corría en un movimiento semicircular hacia su enemigo tratando de eludir los nuevos componedores que se le interponían. Chalo se dejo caer sentado sobre el césped sin llegar a entender demasiado bien como se podía armar semejante quilombo cuando incluso algunos no habían llegado siquiera a tocar la pelota (como él). Miró al dos de ellos y enarcó las cejas en señal de complicidad. -- ¿Podés creer, vos? --dijo el otro, parado en el círculo central y acomodándose los huevos. Escupió a un costado. Prácticamente todos los muchachos, sin olvidar al tío del Perita (fiel y único hincha del "Olimpia") se habían metido en la cancha y estaban separando a los beligerantes. Eran dos grupos que se movilizaban en bloque, hacia atrás o hacia adelante, correlativos unos con otros, como dos arañas negras y deformes, de acuerdo a los impulsos mas o menos homicidas de los contendientes. -- ¡Vos me vas a venir seguro a enseñar a jugar al fútbol, sorete! --la seguía Lalita--. ¡Seguro que vos me vas a venir a enseñar! -- ¡No te enloquesá, Lalita! ¡No te enloquesá! --repetía una voz aguda, desde afuera, como un sonsonete. -- ¡Choto de mierda! ¡Choto de mierda! --Pascual se atragantaba con las palabras y despedía por la boca una baba blanca, casi acogotado por los compañeros--. ¡Claro que te voy...! ¡Choto de...! --obnubilado, no encontraba los mas elementales sinónimos para enriquecer sus agravios y recaía siempre en las mismas diatribas--. ¡Choto de mierda! ¡Chotazo! El árbitro, apreciando un claro en el tumulto, dió dos zancadas mayúsculas hacia adelante, manoteó el bolsillo superior y anunció a Pascual. -- ¡Señor! --y le plantó una tarjeta roja incandescente frente a los ojos. Pascual ni lo miró. Después el árbitro giró con la misma aparatosidad, caminó tres pasos hacia Lalita y repitió el gesto de la mano en alto, como dando por terminado el problema. A Pascual ya se lo llevaban hacia el costado. Lalita caminaba medio ladeado, aplastado en parte por el peso de sus compañeros, buscando todavía con los ojos a su rival, respirando fuerte por la nariz, como un toro. -- ¡Dejame! ¡Dejame, Miguel! --pidió, sofocado, y hasta llegó a tirar un par de piñas a sus amigos. -- Ya está, Lalita --le recitaba el cuatro al oído--. Cortala. El lungo que jugaba al arco le pasó un par de veces la mano por el pelo, comprensivo, pero el Lalita apartó la cabeza, negándose a la caricia. -- ¡Señores! ¡Señores! --gritó el referí--. ¡Miren! ¡Miren! --y mostró la fatídica tarjeta roja casi oculta en la palma de la mano, como una carta tramposa--. ¡No la guardo! ¡No la guardo! ¡La tengo en la mano! ¡Al primero que siga jodiendo lo echo de la cancha! ¿Estamos? --y salió corriendo para atrás, elástico, señalando con la mano donde debía ponerse la pelota--. ¡Juego, señores! Y decían que no había que joder mucho con ese árbitro. Que era cana. Que siempre andaba con un bufoso dentro del bolso. Así le había contado Camargo al Chalo, porque lo conocía de la liga de Veteranos Mayores, los que están entre los 42 y la muerte. Ya sentado en la vereda, la espalda empapada contra la pared del quiosco, las piernas extendidas sobre el piso, desprendidos los cordones de los botines, Chalo se apretó fuerte los parpados para mitigar el escozor profundo que le producía el sudor al metérsele en los ojos. Sin decir palabra, el Lito, al lado suyo, le alargó la botella de Seven familiar, casi vacía. Chalo tomó unos seis tragos apurados, puso despues el culo frío y humedo de la botella sobre su muslo derecho, eructó con deliberación y se secó la boca. -- Hay que joderse --exhaló--. Qué manera de correr al pedo --y le extendió la botella a Salvador que esperaba, mirando la calle, las manos en la cintura, a su lado. -- ¡Chau, loco! --gritó Antonio, subiendo al auto de Pedro, yéndose-- ¡Chau, Salva! -- ¿Hablastes con el referí? --le preguntó Lito. Antonio se encogió de hombros. -- ¿Para qué? -- Para que no te escrache en el informe. -- Me echó por tumulto. -- Por pelotudo te echo --rió Salvador. Antonio levantó la mano, se metió en el auto de Pedro y Pedro puso marcha atrás cuidando de no caerse en la cuneta. -- Veinte fechas le van a dar a este --dijo Salva, limpiando el pico de la botella de Seven con la manga de la camiseta verde. Chalo no contestó. Apenas si tenía aliento para hablar. Lito, más que sentarse a su lado, se derrumbó, con un quejido animal. -- Parece mentira --dijo Chalo--. Cuando yo jugaba en la "25 de Mayo", donde no hay limite de edad, pensaba que los veteranos serían más tranquilos, que cuando pasara a la liga de veteranos las cosas se iban a tomar de otra manera. -- Nooo... --Lito se reía. -- ¡Pero es peor! Es indudable que las locuras se agudizan cuando viejos. Acá me he encontrado con tipos de cincuenta, cincuenta y pico de años, que se cagan a trompadas, le pegan al referí, se putean entre ellos, más que los jóvenes. -- Y... --dijo Lito--. Las manías, cuando viejo, se agudizan... -- Además, Chalo --Salvador ya había encontrado las llaves del auto entre los mil bolsillos de su bolsón deportivo--. El fútbol es asi. Hay tipos que descargan todas las jodeduras de toda la semana acá en la cancha. Yo he visto a tipos cagarse a trompadas en un partido de papi, en un mezclado, que no son ni por los puntos ni por nada. Un picado cualquiera y se han cagado a trompadas, oíme. -- Sí --aprobó Chalo--. Son calenturas del juego... -- Es así --cerró Salvador. Dijo "Chau muchachos", puso en duda su presencia para el difícil compromiso del sabado siguiente contra el Sarratea y se fue hacia el auto rengueando ostensiblemente de su pierna derecha. Chalo se inclinó con esfuerzo hacia sus medias, ceñidas bajo las rodillas por dos banditas elásticas, y las fue bajando hasta enrollarlas sobre los tobillos. Recién allí cayó en la cuenta de cuanto necesitaba liberar su circulación sanguínea de tal tortura y se preguntó como había podido sobrevivir hasta ese momento bajo presión semejante. Volvió a recostarse contra la pared caliente. -- De todas maneras --retomó-- por más que sean cosas del fútbol, esto de Pascual es difícil de entender. -- No son cosas del fútbol, Chalo --dijo Lito, sin mirarlo. -- Dejame de joder... ¡No iban más de cinco minutos! -- No son cosas del fútbol, Chalo... --Lito hizo un paréntesis largo--. Acá el asunto viene de lejos. Un asunto de guita. -- Ah... Ah... --se contuvo Chalo. Empezaba a comprender. Lito bajo la voz, confidente, como si alguien pudiese oirlo. -- Pascual le salió de garantía de un crédito a Lalita. Y el Lalita lo cagó. De ahí viene la cosa. -- Ahhh... Ese es otro cantar. -- Claro... Eran socios, o algo así. A mí me conto el Hugo, que era cuñado del Lalita en esa época. Tenían una gomería o algo así, no sé muy bien. Y la cosa vino por el asunto del crédito. -- Bueno, ya me parecía --dijo Chalo--. No te digo que uno no vaya a entender que dos tipos se agarren a piñas en un partido, porque es lo más común del mundo... Pero, cuando ya uno ve que un tipo, a los cuatro minutos de estar jugando, se cruza la cancha para estrolarlo a otro, y después se reputean de arriba a abajo... Ya sale de lo común, es sospechoso. -- No --precisó Lito--. La cosa viene de antes. Son cosas extrafutbolísticas --. Con un esfuerzo digno de un levantador de pesas, Chalo se puso de pie. -- Y ahora les van a dar como ocho fechas a cada uno--dijo. -- Lo menos. Porque son reincidentes --aprobó Lito.
Continuará...
1 comentario:
que buen cuento¡¡¡¡¡
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