Por Elsa Villarreal
Se saludaron de costado para amortiguar el frío. Un picadito rápido, sin banderas ni espectadores.
Se los veía ágiles desmenuzando el pasto y aunque no lo parecía, ellos competían de igual a igual.
Al vuelo los cordones, la tintura, el lustre previo en los vestuarios. Las gambetas
no se detenían, al contrario, parecían enloquecer con el calor del cuerpo.
Recorrían el espacio sin advertir el rocío ni la noche y casi al borde del desarme,
se trenzaron marcando el único gol del partido.
No hubo copa. No hubo premio. Sólo ellos colgados en el patio, como cáscaras
olvidadas, hasta el próximo encuentro.
Elsa fue una de mis primeras compañeras en Cruzagramas. Puedo decir con orgullo que yo ví nacer este texto, y el orgullo es doble ahora que me puedo dar el gusto de publicarlo acá.
Ahora les dejo unas líneas para que la conozcan un poquito más:
Nací en el Barrio de River, justo en el límite entre Nuñez y el bajo Belgrano. En donde los grupos estaban bien divididos - ¡nosotros éramos los mejores! Entonces, le pedían permiso a mi mamá para llevarme de “mascota” para los entrenamientos. Las camisetas transpiradas me rodeaban, sin embargo y a pesar de la hinchada, las letras patearon la pelota. Esos garabatos preciosos me acompañaron siempre, llenando cuadernos y borradores, que guardaba celosamente, a través de los años.
Un día nacieron y dieron vuelta hasta convertirse en enseñanzas y consejos para mis hijos. Desde entonces ese viboreo interno me sacude, cada vez que me olvido de lo mucho que disfruto "gambetear palabras”
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