martes, 16 de marzo de 2010

Nada de un partido más (por Edgardo Devita)

Por Edgardo Devita


Qué va a ser un partido más… mentira. Eso uno lo dice cuando pierde, mientras escupe excusas a modo de terapia. Que ya pasó, que el fútbol siempre da revancha, que todos los puntos valen igual. Semana amarga en la que no lees el diario ni de ojito, le escapas a todos los programas de televisión y hasta a aquellas personas con las que soles hablar de fútbol habitualmente.
Nada de un partido más, es ¡El partido! Lo primero que miras del fixture apenas se sortea “El Clásico”. Un mal imprescindible para cualquier hincha, el súmmun del placer o del dolor. Ese que comenzas a vivir apenas termina el partido anterior y que quieras o no, va a engrosar tu currículo de hincha; en el haber o en el debe.
El lunes ya lo comenzas a imaginar. El martes con cualquier excusa tonta como por ejemplo ir a pagar la cuota social, -cosa que bien podrías hacer el mismo día del partido -, pasas por el club. Te juntas con otros como vos, recordás aquellos triunfos memorables y haces una mueca negra cuando alguien habla de ese partido que venían ganando y se lo dieron vuelta en el final. El jueves vas al entrenamiento y te quedas esperando que salgan los jugadores del vestuario, para aplaudirlos y decirles…
¡Vamos eh, el sábado con todo!
…no es que ellos no lo sepan; vos necesitas pedírselo.
Me acuerdo que por esos días yo venía más o menos, flojo de laburo, cansado de postergar proyectos, sin ganas de nada. Pero ese sábado jugábamos con All Boys en Mataderos y por más que quisiera no podía pensar en otra cosa. Obvio que no se lo dije a mi mujer ¿para qué? Para que empiece con la perorata de siempre…
“Ves como sos no, con los problemas que tenemos y vos pensás sólo en el fútbol”
Ya sé que tenemos problemas, pero es “El Clásico”. Así que… quedarán para la semana que viene. Al igual que el arreglo de las luces del cuartito del fondo y la charla con el vecino por el tema de la medianera.
El día del partido me obsesione desde la mañana en repetir las mismas cosas que había hecho la vez anterior cuando les ganamos de visitante. Me levante temprano, compré facturas, lleve a las nenas a la plaza, comimos fideos…
¿Cómo que hace calor para fideos?
Usted querrá saber si me puse los mismos calzoncillos. Sí, y las mismas medias.
Salí temprano para la cancha. ¿Qué cómo estaba? ¡Insoportable! Con la digestión a medio terminar, las manos transpirándome a más no poder y unos nervios…
De no ser tan analítico, tal vez me hubiese hecho bien rezar. Pero siempre fui reacio a creer que Dios, la Virgen, o los Santos Apóstoles se dignasen a tomar partido entre mi suplicante pedido y el de algún feligrés del otro equipo; así que desistí.
Ya en la calle todo era normal, un día más. Es extraño como esos días tremendamente especiales para uno, resultan tan comunes para el resto de la gente, que los vive con desvergonzada indiferencia. En eso pensaba mientras mi tren sin demasiado apuro, buscaba la estación Liniers. Gente leyendo, vendedores que vociferaban ofertas imperdibles, padres e hijos mirando por las ventanillas el paso de los autos por avenida Rivadavia. Un cieguito con su silbido lastimero haciendo sonar su latita escasa de monedas. El muchacho parado junto a la puerta que de tanto en tanto otea la aparición del guarda; más vendedores.

Continuará...

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