martes, 28 de septiembre de 2010

Juan Polti, half-back (por Horacio Quiroga)

Por Horacio Quiroga

Cuando un muchacho llega, por a o b, y sin previo entrenamiento, a gustar de ese fuerte alcohol de varones que es la gloria, pierde la cabeza irremisiblemente. Es un paraíso demasiado artificial para su joven corazón. A veces pierde algo más, que después se encuentra en la lista de defunciones.
Tal es el caso de Juan Polti, half-back de Nacional. Como entrenamiento en el juego, el muchacho lo tenía a conciencia. Tenía, además, una cabeza muy dura, y ponía el cuerpo rígido como un taco al saltar; por lo cual jugaba al billar con la pelota, lanzándola de corrida hasta el mismo gol.
Polti tenía veinte años, y había pisado la cancha a los quince, en un ignorado Club de quinta categoría. Pero alguien de Nacional lo vio cabeceador, comunicándolo en seguida a su gente. Nacional lo contrató, y Polti fue feliz.
Al muchacho le sobraba, naturalmente, fuego, y este brusco salto en la senda de la gloria lo hizo girar sobre sí mismo como un torbellino. Llegar desde una portería de juzgado a un ministerio, es cosa que razonablemente, puede marear; pero dormirse forward de un Club desconocido y despertar de half-back de Nacional, toca en lo delirante. Polti deliraba, pateaba, y aprendía frases de efecto:
-Yo, señor presidente, quiero honrar el baldón que me han confiado...
El quería decir blasón, pero lo mismo daba, dado que el muchacho valía en la cancha lo que una o dos docenas de profesores en sus respectivas cátedras.
Sabía apenas escribir, y se le consiguió un empleo de archivista con cincuenta pesos oro. Dragoneaba furtivamente con mayor o menor lujo de palabras rebuscadas, y adquirió una novia en forma, con madre, hermanas y una casa que él visitaba.
La gloria lo circundaba como un halo. "El día que no me encuentre más en forma", decía, "me pego un tiro".
Una cabeza que piensa poco, y se usa, en cambio, como suela de taco de billar para recibir y contralanzar una pelota de football que llega como una bala, puede convertirse en un caracol sonante, donde el tronar de los aplausos repercute más de lo debido. Hay pequeñas roturas, pequeñas congestiones, y el resto. El half-back cabeceaba toda una tarde de internacional. Sus cabezazos eran tan eficaces como las patadas del team entero. Tenía tres pies: esta era su ventaja.
Pues bien: un día, Polti comenzó a decaer. Nada muy sensible; pero la pelota partía demasiado hacia la derecha o demasiado hacia la izquierda; o demasiado alto, o tomaba demasiado efecto. Cosas estas que no engañaban a nadie sobre la decadencia del gran half-back. Sólo él se engañaba, y no era tarea amable hacérselo notar.
Corrió un año más, y la comisión se decidió al fin a reemplazarlo. Medida dura, si las hay, y que un club mastica meses enteros, porque es algo que llega al corazón de un muchacho que durante cuatro años ha sido la gloria de field.
Cómo lo supo Polti antes de serle comunicado, o cómo lo previó -lo que es más posible-, son cosas que ignoramos. Pero lo cierto es que una noche el half-back salió contento de casa de su novia, porque había logrado convencer a todos de que debía casarse el 3 del mes entrante, y no otro día. El 3 cumplía años ella. Y se acabó.
Así fueron informados los muchachos esa misma noche en el club, por donde pasó Polti hacia medianoche. Estuvo alegre y decidor como siempre. Estuvo un cuarto de hora, y después de confrontar, reloj en mano, la hora del último tranvía a la Unión, salió.
Esto es lo que se sabe de esa noche. Pero esa madrugada fue hallado el cuerpo del half-back acostado en la cancha, con el lado izquierdo del saco un poco levantado, y la mano derecha oculta bajo el saco.
En la mano izquierda apretaba un papel, donde se leía:
"Querido doctor y presidente: le recomiendo a mi vieja y a mi novia. Usted sabe, mi querido doctor, por qué hago esto. ¡Viva el club Nacional!"
Y más abajo estos versos:
Que siempre esté adelante
El club para nosotros anhelo
Yo doy mi sangre por todos mis compañeros,
Ahora y siempre el club gigante
¡Viva el club Nacional!
El entierro del half-back Juan Polti no tuvo, como acompañamiento de consternación, sino dos precedentes en Montevideo. Porque lo que llevaban a pulso por espacio de una legua era el cadáver de una criatura fulminada por la gloria, para resistir la cual es menester haber sufrido mucho tras su conquista. Nada, menos que la gloria, es gratuito. Y si la obtiene así, se paga fatalmente con el ridículo, o con un revólver sobre el corazón.


Este cuento se basa en la historia de Abdón Porte. Fué jugador de Nacional desde 1911 e integró la Selección Uruguaya que ganó el primer campeonato Sudamericano en 1917. Al poco tiempo de ser protagonista de dicho acontecimiento, el Montevideo de entonces se sobresaltó con una noticia imprevista, cuyas ondas han llegado hasta hoy: en el centro del Parque Central, en la mañana del 5 de Marzo de 1918, se descerrajó un tiro. Los amigos asociaron su muerte a una ciega pasión por Nacional. Presintiendo su declinación habría decidido eliminarse, lo que es coherente con las líneas que dejara: solicitó que sus restos fueran sepultados donde descansaban los hermanos Bolívar y Carlos Céspedes (ex jugadores fallecidos por enfermedad), en el Cementerio de la Teja.
Fue publicado por primera vez en la revista Atlántida, Buenos Aires, mayo de 1918

Este texto fue extraído del sitio web Taringa!
Link a la fuente: http://www.taringa.net/posts/arte/812402/Juan-Polti,-half-back---Horacio-Quiroga-%28cuento%29.html

martes, 21 de septiembre de 2010

Nada más que un gol (por Gustavo Araujo)

Por Gustavo Araujo

Pase Bertotti, póngase cómodo, siéntese donde le parezca. ¿Quiere tomar algo?, ¿agua?, ¿café?, ¿una gaseosa? Bien. Ana, si, por favor, le trae una gaseosa al señor Bertotti. Si, a la oficina, la que uso para las reuniones de personal, gracias. ¿Quiere fumar? No me molesta, hace años que lo dejé pero no soy de los fundamentalistas antitabaco. Si a usted le viene bien préndase uno, me imagino que no debe ser muy agradable su situación. Como le decía ayer, estuve revisando los números de este año del suplemento, más bien los del último cuatrimestre y aunque no son malos deberían ser otra cosa, esperaba algo más de usted, dado los medios con cuenta. El porcentaje de inversión publicitaria se le vino abajo mi viejo, y así se nos cae la estantería. ¡Ah! Ana, pase, y por favor tráigame una a mi, dietética, y de paso me alcanza la carpeta azul que está sobre mi escritorio, gracias. ¿Le gusta mi camisa?, gracias Ana, usted siempre en los detalles, es un regalo de mi mujer. No se demore. Como le decía Bertotti, no me gustan los números del suplemento. No me parece tampoco la línea que está llevando, ¿lo habló con el jefe de redacción? No se muy bien cómo, pero veo que usted se corta solo, muy de jugador comilón, si me permite la analogía. El suplemento es parte de un trabajo en conjunto que, compromiso y habilidad mediante, nos va a llevar al objetivo. Como hacer un gol Bertotti, algunos son producto de la carambola pero la mayoría responden a un esquema de trabajo, de esfuerzo compartido. Si el nueve la mete, es porque todos los demás se la acercaron, la defendieron, la sudaron para que él se luzca. Si me entiende se dará cuenta que usted forma parte de un grupo Bertotti, un grupo que debe funcionar coordinadamente para que se luzca mi empresa, es decir yo. Pase Ana, gracias. Hermoso su vestido, una delicadeza de su parte alegrar la vista en esta oficina. De nada Ana, luego la llamo. Como le decía Bertotti, la vida es así, qué bien le queda el vestido a mi secretaria ¿no le parece? Un detalle de buen gusto esa mujer, voy a tener que pedirle el número del celular. Bien, sigamos, estábamos con lo del fútbol, aquí tiene un cenicero, no me llene la alfombra de cenizas. El suplemento tiene que ser una pata más de la revista Bertotti. Yo sé que lo contratamos para otra cosa, que usted está para más, que tiene antecedentes de trabajos más elaborados, pero la globalización es así, hay que estar preparados para todo, como un jugador todoterreno, porque quién sabe, en cualquier momento se manda un gol de media cancha. Aguántese la bronca Bertotti, úsela positivamente, yo sé que usted puede. Aunque haya estudiado Ciencias de la Comunicación en la UCA, un esfuerzo comunitario por el equipo no le va a venir mal a su currículum. Piense Bertotti, piense, es lo que mejor sabe hacer, piense en cómo se sentía cuando le decía a sus amigos de la infancia que le tiraran la pelota para que hiciera un gol, ahí justo debajo de los palos. Ellos corrían y usted se llevaba la gloria. ¿Le sorprende que sepa eso? Yo leo Bertotti, leo, investigo, pregunto, miro los blogs de mis empleados y me entero, no en vano tengo una editorial llena de gente con veleidades de escritores. Todos tienen algo para contar y usted tiene mucho, le dedica mucho, creo que hasta más que al suplemento y me parece que la está embarrando Bertotti. Usted tiene hijos, dos esposas, perdón una ya es ex, dos casas. Debería ser más cuidadoso. El mercado laboral está incierto, jodido. Ni hablar de la cantidad de pendejos que están estudiando en las carreras de periodismo








Bertotti, cualquiera se mataría por su lugar, hay muchos en el banco de suplentes esperando que se lesione o baje el nivel para morderle los talones, igual que en el equipo del barrio. Ya sabe Bertotti, ya lo dijo un gran pensador, no hay que escupir para arriba si no tenés el paraguas abierto. Cuántos dejaron su lugar en un equipo y no volvieron a jugar más, los retiraron sin aviso. Piense que cuando renunció en Méjico para venir aquí lo hizo por sus hijos. Yo sé que lo llamé y le ofrecí otra cosa, pero al fin y al cabo gracias a mi vos estás con tus hijos, deberías ser más agradecido, ¿te puedo tutear no? En serio Bertotti, mirá, yo soy el DT y vos querés jugar en primera, pero te tenés que ganar un lugar, yo te traje como estrella, pero viste, la vida tiene sus cosas y uno toma decisiones. Me parece que te falta, que no sabés como son las cosas aquí. Esto es una guerra, como vos contabas en el blog, cuando en la canchita de los bomberos se mataban a patadas con los de Constitución, ahí en la costa. Lindos recuerdos, una porquería la canchita, un frío de morirse, el viento de mearse en la nuca y el viejo García puteando ¡pendejos de mierda! ¡corran maricones! ¿tienen frío? Imaginate Bertotti, vos corrías y te tirabas de cabeza y el viejo te mandaba con flores, siempre te alentaba ¿te acordás del gol que le hiciste a la sexta de Quilmes? ¿el de palomita a lo Pedro Poy? Cómo lo gritaba García, rosarino y de Central el muy hijo de puta, no teníamos ni idea quien era Aldo Pedro Poy, pero el viejo siempre hablaba del puto gol que le había hecho a los Neweld`s. ¿Te acordás flaco?, si, seguro, como que no, mirá que te vas a olvidar de que ese día los de Quilmes no tenían arquero y García me puso a atajar para ellos. ¡Qué cara flaco!, ¿no te acordás del gordito Anselmi? Y bueno, te entiendo, si nunca supiste mi nombre, yo estaba siempre en el banco, el Gordo boludo que se caía, que se bancaba las cargadas, que te pagaba la Coca, y vos ni mi nombre. Por lo menos yo me sé el tuyo, flaco, tengo esa delicadeza, hasta me acuerdo del gol que me hiciste. El forro de García habló toda la semana de mí, aunque sea para reírse. No te hagás problema Bertotti, no soy rencoroso, no más de lo necesario, un tiempo más y me olvido. El suplemento de Hogar y Jardines no es tan malo, pensá en tus hijos. Deciles que el suplemento seguro será un golazo, si querés de palomita, como el que me hiciste ese día en la canchita de los bomberos en la costa de Mar del Plata.

martes, 14 de septiembre de 2010

Vuelo (por Nolberto Malacalza)

Por Nolberto Malacalza


A veces, cuando ya no sabe qué música escuchar, cuando ya ha tocado por cuarta o quinta vez los trofeos, cuando con las dos manos puestas sobre ese reconfortante frío del metal los ha tocado, de ida y de regreso por el anaquel, sólo a veces, le vuelve el recuerdo de aquella atajada memorable, aquella estirada de palo a palo que arrancaría el estallido en la tribuna. El centro pasado viniendo por la izquierda, él preparado para el inevitable mano a mano con el diez, pero la pelota daría en un defensor y se iría camino de la red junto al otro palo. Entonces el salto, la contorsión increíble de su cuerpo adolescente, el vuelo triunfal para desviar con la punta de los dedos ese aerolito que hubiese colisionado con la Tierra, artífice él de esa atajada que sería única y que terminaría por persuadir a los que vinieron de Italia para llevárselo a la Juventus, nada menos que a la Juve.
Mientras recrea el vuelo, le llegan imágenes tan ricas que casi las podría tocar, con la punta de esos dedos mágicos las podría tocar. En pleno salto sabe que llegará para desviar esa pelota al corner, a sus pies la tribuna del estadio mundialista hecha un caldero hirviente; ve, al pasar, las banderas de su equipo, la de cincuenta metros de largo y también la otra que dice “Germán no te vayas, la Argentina te necesita”. Le llega la voz de los relatores de la radio y de la televisión vociferando adjetivos inventados para él, se le ha concedido ver todo desde la altura que sólo da la gloria, escuchar todo desde la eternidad de un recorrido sin tiempo. Vuela pensando en la conferencia de prensa, rodeado de micrófonos; quizá la falta de costumbre de estar ante tantas cámaras y flashes lo haría pestañear al principio, ya sospechaban los especialistas que alguna vez deslumbraría a todos con una genialidad, y allí estaba ese vuelo que la gente esperaba de él, campeón juvenil sub - diecisiete, artífice del título con ese penal atajado al goleador extranjero, ahora defendiendo en primera los tres palos del club que lo vio nacer, con alas de campeón volando hacia el poste derecho, la pelota desviada por sus dedos y rozando por fuera ese palo que era su objetivo y su cielo, y que fue sin embargo el sol que derretiría la cera de sus alas, poste que se hizo noche sin regreso, oscuridad que sólo le permite dibujar con sus dedos los trofeos, negrura que le deja nada más que presentir la ventana de ese octavo piso a través de una claridad difusa.
En la franja central de sombra que dibuja el marco, intuye y encuentra el aro de metal que tiene un frío diferente al de los trofeos, quizá porque está pintado de blanco, o al menos antes lo estaba. Lo gira, empuja hacia afuera las dos hojas y se abandona a la claridad desnuda, a la claridad que lo llama por su nombre, a la luz que lo acaricia que lo envuelve que lo chupa como lo hace un imán con una frágil viruta de acero.


Soy farmacéutico jubilado, hincha de Independiente (como Eduardo Sacheri, un tipazo). Tengo 77 años, pero no se asusten: estoy para otro tanto. Casi no toco el tema del fútbol en mis cuentos. Con este texto corto gané un certamen nacional.
Escribo con alguna continuidad desde hace 10 u 11 años. Intervine en los Torneos Abuelos Bonaerenses 1999 y tuve la suerte de ganar el 1er.premio (fue en poesía) que significó un viaje a Cancún, con mi esposa. Eso me empujó a escribir con continuidad. Me nutrí de buenos talleres literarios de cuento y de poesía. Entre las dos modalidades tengo un centenar de premios provinciales, nacionales e internacionales. El más significativo de estos últimos fue el Premio Platero 2008, del Club del Libro en Español de las Naciones Unidas, Ginebra, Suiza, entre escritores de 17 países.

martes, 7 de septiembre de 2010

El reino mágico (por Eduardo Galeano)

Antes de que el mundial de fútbol se deje perder allá lejos en la línea del horizonte, queremos publicar ésta columna de Galeano, que fue enviada a "Gambeteando..." por Elda Senergues.
Aprovechamos para agradecerle por el aporte. Que la disfruten.


Por Eduardo Galeano

Pacho Maturana, colombiano, hombre de vasta experiencia en estas lides, dice que el futbol es un reino mágico donde todo puede ocurrir.
El Mundial reciente ha confirmado sus palabras: fue un Mundial insólito.
• Insólitos fueron los 10 estadios donde se jugó, hermosos, inmensos, que costaron un dineral. No se sabe cómo hará Sudáfrica para mantener en actividad esos gigantes de cemento, multimillonario derroche fácil de explicar pero difícil de justificar, en uno de los países más injustos del mundo.
• Insólita fue la pelota de Adidas, enjabonada, medio loca, que huía de las manos y desobedecía a los pies. La tal Jabulani fue impuesta, aunque a los jugadores no les gustaba ni un poquito. Desde su castillo de Zurich, los amos del futbol imponen, no proponen. Tienen costumbre.
• Insólito fue que por fin la todopoderosa burocracia de la FIFA reconociera, al menos, al cabo de tantos años, que habría que estudiar la manera de ayudar a los árbitros en las jugadas decisivas. No es mucho, pero algo es algo. Ya era hora. Hasta estos sordos de voluntaria sordera tuvieron que escuchar los clamores desatados por los errores de algunos árbitros, que en el último partido llegaron a ser horrores. ¿Por qué tenemos que ver en las pantallas de televisión lo que los árbitros no vieron y quizá no pudieron ver? Clamores de sentido común: casi todos los deportes, el basquetbol, el tenis, el beisbol y hasta la esgrima y las carreras de autos, utilizan normalmente la tecnología moderna para salir de dudas. El futbol, no. Los árbitros están autorizados a consultar una antigua invención llamada reloj para medir la duración de los partidos y el tiempo a descontar, pero de ahí está prohibido pasar. Y la justificación oficial resultaría cómica, si no fuera simplemente sospechosa: el error forma parte del juego, dicen, y nos dejan boquiabiertos descubriendo que errare humanum est.
• Insólito fue que el primer Mundial africano en toda la historia del futbol quedara sin países africanos, incluyendo al anfitrión, en las primeras etapas. Sólo Ghana sobrevivió, hasta que su selección fue derrotada por Uruguay en el partido más emocionante de todo el torneo.
• Insólito fue que la mayoría de las selecciones africanas mantuvieran viva su agilidad, pero perdieran desparpajo y fantasía. Mucho corrieron, pero poco bailaron. Hay quienes creen que los directores técnicos de las selecciones, casi todos europeos, contribuyeron a este enfriamiento. Si así fuera, flaco favor han hecho a un futbol que tanta alegría prometía. África sacrificó sus virtudes en nombre de la eficacia, y la eficacia brilló por su ausencia.
• Insólito fue que algunos jugadores africanos pudieran lucirse, ellos sí, pero en las selecciones europeas. Cuando Ghana jugó contra Alemania se enfrentaron dos hermanos negros, los hermanos Boateng: uno llevaba la camiseta de Ghana y el otro la de Alemania.
De los jugadores de la selección de Ghana, ninguno jugaba en el campeonato local de Ghana.
De los jugadores de la selección de Alemania, todos jugaban en el campeonato local de Alemania.
Como América Latina, África exporta mano de obra y pie de obra.
• Insólita fue la mejor atajada del torneo. No fue obra de un golero, sino de un goleador. El atacante uruguayo Luis Suárez detuvo con las dos manos, en la línea del gol, una pelota que hubiera dejado a su país fuera de la Copa. Y gracias a ese acto de patriótica locura, él fue expulsado, pero Uruguay no.
• Insólito fue el viaje de Uruguay, desde los abajos hasta los arribas. Nuestro país, que había entrado al Mundial en el último lugar, a duras penas, tras una difícil clasificación, jugó dignamente, sin rendirse nunca, y llegó a ser uno de los mejores. Algunos cardiólogos nos advirtieron, desde la prensa, que el exceso de felicidad puede ser peligroso para la salud. Numerosos uruguayos, que parecíamos condenados a morir de aburrimiento, celebramos ese riesgo, y las calles del país fueron una fiesta. Al fin y al cabo el derecho a festejar los méritos propios es siempre preferible al placer que algunos sienten por la desgracia ajena.
Terminamos ocupando el cuarto puesto, que no está tan mal para el único país que pudo evitar que este Mundial terminara siendo nada más que una Eurocopa. Y no fue casual que Diego Forlán fuera elegido mejor jugador del torneo.
• Insólito fue que el campeón y el subcampeón del Mundial anterior volvieron a casa sin abrir las maletas.
En el año 2006, Italia y Francia se habían encontrado en el partido final. Ahora se encontraron en la puerta de salida del aeropuerto. En Italia, se multiplicaron las voces críticas de un futbol jugado para impedir que el rival juegue. En Francia, el desastre provocó una crisis política y encendió las furias racistas, porque habían sido negros casi todos los jugadores que cantaron la Marsellesa en Sudáfrica.
Otros favoritos, como Inglaterra, tampoco duraron mucho. Brasil y Argentina sufrieron crueles baños de humildad. Medio siglo antes, la selección argentina había recibido una lluvia de monedas cuando regresó de un Mundial desastroso, pero esta vez fue bienvenida por una abrazadora multitud que cree en cosas más importantes que el éxito o el fracaso.
• Insólito fue que faltaran a la cita las superestrellas más anunciadas y más esperadas. Lionel Messi quiso estar, hizo lo que pudo, y algo se vio. Y dicen que Cristiano Ronaldo estuvo, pero nadie lo vio: quizás estaba demasiado ocupado en verse.
• Insólito fue que una nueva estrella, inesperada, surgiera de la profundidad de los mares y se elevara a lo más alto del firmamento futbolero. Es un pulpo que vive en un acuario de Alemania, desde donde formula sus profecías. Se llama Paul, pero bien podría llamarse Pulpodamus.
Antes de cada partido del Mundial, le daban a elegir entre los mejillones que llevaban las banderas de los dos rivales. Él comía los mejillones del vencedor, y no se equivocaba.
El oráculo octópodo influyó decisivamente sobre las apuestas, fue escuchado en el mundo entero con religiosa reverencia, fue odiado y amado, y hasta calumniado por algunos resentidos como yo, que llegamos a sospechar, sin pruebas, que el pulpo era un corrupto.
• Insólito fue que al fin del torneo se hiciera justicia, lo que no es frecuente en el futbol ni en la vida.
España conquistó, por primera vez, el campeonato mundial de futbol.
Casi un siglo esperando.
El pulpo lo había anunciado, y España desmintió mis sospechas: ganó en buena ley, fue el mejor equipo del torneo, por obra y gracia de su futbol solidario, uno para todos, todos para uno, y también por las asombrosas habilidades de ese pequeño mago llamado Andrés Iniesta.
Él prueba que a veces, en el reino mágico del futbol, la justicia existe.
* * *
Cuando el Mundial comenzó, en la puerta de mi casa colgué un cartel que decía: Cerrado por futbol.
Cuando lo descolgué, un mes después, yo ya había jugado 64 partidos, cerveza en mano, sin moverme de mi sillón preferido.
Esa proeza me dejó frito, los músculos dolidos, la garganta rota; pero ya estoy sintiendo nostalgia.
Ya empiezo a extrañar la insoportable letanía de las vuvuzelas, la emoción de los goles no aptos para cardiacos, la belleza de las mejores jugadas repetidas en cámara lenta. Y también la fiesta y el luto, porque a veces el futbol es una alegría que duele, y la música que celebra alguna victoria de ésas que hacen bailar a los muertos suena muy cerca del clamoroso silencio del estadio vacío, donde ha caído la noche y algún vencido sigue sentado, solo, incapaz de moverse, en medio de las inmensas gradas sin nadie.


Le agradecemos a Elda Senergues por enviarnos esta muy buena columna que fue escrita para el diario La Jornada de México.
Link al artículo original: http://www.jornada.unam.mx/2010/07/13/index.php?section=politica&article=002n1pol