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II
Palabra clave: gerenciamiento. Se había puesto de moda el tema en el continente. El Racing Club de Avellaneda fue gerenciado y ganó el campeonato argentino. Gestionar al equipo de fútbol como una empresa comercial. En Paraguay, el Club Libertad fue gerenciado y ganó al hilo dos campeonatos locales y disputó inclusive las semifinales de la Copa Libertadores, perdiendo con el que sería a la postre el campeón.
«O Rei» Sports, la empresa de Pelé estaba gerenciando varios clubes de Sudamérica y al Sportivo Luqueño le tocó en suerte ser uno de ellos. Los del plantel quedamos un tanto desconfiados en un principio, estábamos con la incertidumbre, queríamos ver lo que pasaría. Pero contra todo pronóstico la cosa fue muy bien, al menos al principio. Cobrábamos siempre a fin de mes, recibíamos los premios y las primas con una puntualidad que desconocíamos.
De Pelé muchos dicen que fue el mejor jugador del mundo. Mi viejo era uno de los que lo afirmaban. Yo, para contrariarle, adhería a la corriente que otorga a Maradona ese título.
––Pelé jugó cuando los defensores no tenían idea de nada. Cuando jugaba Maradona los zagueros ya estaban más despiertos, había evolucionado el fútbol, se había profesionalizado. Además, Maradona jugó en Italia, donde a uno lo descomponen a patadas.
Eso solía decirle y el viejo me recordaba ––invariablemente–– cosas acerca de más de mil goles, y tres campeonatos mundiales ganados. También me hablaba de una jugada magistral hilada contra el arquero uruguayo Ladislao Mazurkiewicz y un gran gol ––previo sombrerito al defensor sueco–– en alguna lejana final de campeonato mundial. Yo le escuchaba, tranquilo. Y después arremetía con furia hablándole de la mojada de oreja que significó aquel gol con la mano que hizo a los ingleses en México ‘86 y luego aquella verdadera joya que fue su segundo gol en ese mismo partido, donde barrió él solito desde el círculo central a la mitad del equipo de la reina.
Nunca llegábamos a un acuerdo al respecto. Lo único cierto y real era que la empresa de Pelé estaba gerenciando al club cuyos colores nos tocaba defender a mis compañeros y a mí. Él era nuestro jefe. Ahora éramos empleados de una empresa, éramos casi oficinistas (marcábamos entrada y salida pero no debíamos llevar corbata). Era raro aquello de ser empleado del que muchos consideran el mejor jugador que dio el fútbol.
Pelé jamás apareció por Luque. Comandaba la empresa un hombre designado por él, un brasileño llamado Lucio Viega. Era a la vez el presidente de la empresa y el director técnico del club. Era un individuo entrado en carnes y en años, pero que manejaba un despampanante Porsche. Debe ser el único Porsche que llegó a transitar por los baches y sintió el roce de las legendarias e incisivas lomadas luqueñas. Lucio Viega hablaba un portugués levemente infectado de español.
Poco a poco empezaron a aparecer los cambios en la empresa, en el club. El primer cambio tenía que ver con la imagen, unas mujeres contratadas para cada partido nos maquillaban antes de salir al campo de juego. La estética ante todo, parecía ser la consigna. Nada de camisetas sobre el short, ni medias desajustadas. Todo tenía que estar en orden, debíamos mostrar una homogeneidad sin mácula.
Luego vino lo de las coreografías ensayadas. El primero al que adoctrinaron fue el centro-delantero titular. Cada vez que marcaba un gol iba a lanzarse cerca del letrero de uno de los auspiciantes. Tenía que ir ––apenas logrado el gol–– a abrazarse al cartel, pero sin cubrir sus letras, de modo que la cámara pudiera tomarlo en su totalidad. Ese gol recorrería luego los noticiarios deportivos del continente y la publicidad del sponsor sería vista entonces a nivel continental y si el gol era realmente bonito seguramente lo mostrarían los noticiarios deportivos de todo el planeta.
Fue nada más el principio. Luego cada uno fue recibiendo su rutina. Yo jugaba de segundo marcador central y casi no marcaba goles. Pero en caso de que pudiera carroñear alguna pelota que lloviera de un mal despeje o que pudiera conectar el balón de un tiro de esquina mi misión era la de ir ante la cámara, unir los dedos pulgar e índice y cruzarlos ante mi boca, así como lo hacía el protagonista de la publicidad de uno de nuestros auspiciantes, una pasta dental. Entre las celebraciones que teníamos destinadas había de todo. Y la mayoría de ellas apuntaban al campo publicitario. Nada parecido a los festejos de antes. Nada de inhalar la línea del área grande a la manera de Fowler. Ni de dar un salto atlético y levantar el puño o el hamacar al bebé de Bebeto. Lo de treparse a la alambrada para festejar con la hinchada o ponerse una máscara eran parte de la historia.
Todo, absolutamente todo estaba pensado. La idea era hacer un espectáculo del equipo. Todo estaba guionado por ellos. Teníamos coreografías grupales. En una, si el gol era el empate de dos a dos de visitantes teníamos que ponernos en fila india y arrojarnos al unísono sobre el círculo central. Algunos de los festejos eran francamente delirantes. Si alguien metía un gol de apertura del marcador en calidad de visitante teníamos que acudir rápidamente a la banca, ponernos unas capas y representar una escena donde el que metió el gol se viste de príncipe y conversa con dos de los que construyeron la jugada, disfrazados éstos de enterradores con todo y palas. Si alguien marcaba un gol que era su hat-trick, su tripleta, teníamos que ir los once a juntarnos con los del banco y aplaudir a la hinchada. Si uno de los muchachos marcaba un gol olímpico debíamos organizar en el área rival una pequeña vuelta olímpica.
De locales teníamos que ir a hacer coreografías individuales o grupales frente al cartel del sponsor. De visitantes, como no era seguro que hubiera carteles de nuestros auspiciantes, la onda era ir frente a la cámara y hacer algún gesto que recordara a algún comercial de nuestros patrocinadores.
Hasta la hinchada había entrado en el juego. La empresa había organizado una reunión con los jefes de la barra brava. Y llegaron a un acuerdo (bondades de las entradas gratis y la provisión de bomba y alcohol a cacharratas). Entonces, cada domingo, se tenían cantos personalizados para dar aliento a cada jugador. Era lo máximo escuchar a la mitad del estadio corear tu nombre, hablar de tu mágica derecha o de la entrega de gladiador o que pidieran para vos la selección nacional. Y nos provocaba un sentimiento extraño saber que los que ahora cantaban para apoyarnos eran los que en varias ocasiones nos habían insultado por los malos resultados, los mismos que alguna vez visitaron el vestuario con fines poco amistosos, los mismos que rompían los parabrisas y sacaban el aire de las cubiertas de nuestros autos. Pero era así, a todo uno se acostumbra.
Todos, de repente, empezamos a tener motes o marcantes. Yo era «El escudo». A otro compañero le decían «El elefante blanco», él siempre imaginó que ello se debía a que era un baluarte defensivo, un muro frente al arquero. Los animales abundaban. El dueño de la punta derecha era «Anguila Acevedo». Al volante de creación, Acosta, le decían «El dragón de Laurelty». «Felino Aranda» era otro.
Los periodistas habían sido comprados para la labor de propagación. Mi viejo me grababa siempre los partidos y al verlos yo podía comprobar que los relatores repetían religiosamente nuestros motes. Además empezaban los comentaristas a ver en nosotros cualidades que ni sabíamos que teníamos. De ser bastante malo en el juego aéreo, mi compañero de zaga empezó a ser a ojos de los periodistas un bastión inexpugnable, una batería antiaérea que ya hubiera querido tener Sadam en lugar de sus misiles tierra-aire, esos que llaman SAM.
Aranda, que era zurdo y tenía la pierna derecha sólo por una cuestión de simetría, pasó a ser para la prensa deportiva paraguaya el ambidextro por antonomasia, «un jugador con amplio desarrollo de los dos hemisferios cerebrales que marca la diferencia con ambas piernas, un exquisito del control de balón». El público presta demasiado crédito a las palabras que salen de un altavoz o que están salpicadas de tinta.
«O Rei» Sports, la empresa de Pelé estaba gerenciando varios clubes de Sudamérica y al Sportivo Luqueño le tocó en suerte ser uno de ellos. Los del plantel quedamos un tanto desconfiados en un principio, estábamos con la incertidumbre, queríamos ver lo que pasaría. Pero contra todo pronóstico la cosa fue muy bien, al menos al principio. Cobrábamos siempre a fin de mes, recibíamos los premios y las primas con una puntualidad que desconocíamos.
De Pelé muchos dicen que fue el mejor jugador del mundo. Mi viejo era uno de los que lo afirmaban. Yo, para contrariarle, adhería a la corriente que otorga a Maradona ese título.
––Pelé jugó cuando los defensores no tenían idea de nada. Cuando jugaba Maradona los zagueros ya estaban más despiertos, había evolucionado el fútbol, se había profesionalizado. Además, Maradona jugó en Italia, donde a uno lo descomponen a patadas.
Eso solía decirle y el viejo me recordaba ––invariablemente–– cosas acerca de más de mil goles, y tres campeonatos mundiales ganados. También me hablaba de una jugada magistral hilada contra el arquero uruguayo Ladislao Mazurkiewicz y un gran gol ––previo sombrerito al defensor sueco–– en alguna lejana final de campeonato mundial. Yo le escuchaba, tranquilo. Y después arremetía con furia hablándole de la mojada de oreja que significó aquel gol con la mano que hizo a los ingleses en México ‘86 y luego aquella verdadera joya que fue su segundo gol en ese mismo partido, donde barrió él solito desde el círculo central a la mitad del equipo de la reina.
Nunca llegábamos a un acuerdo al respecto. Lo único cierto y real era que la empresa de Pelé estaba gerenciando al club cuyos colores nos tocaba defender a mis compañeros y a mí. Él era nuestro jefe. Ahora éramos empleados de una empresa, éramos casi oficinistas (marcábamos entrada y salida pero no debíamos llevar corbata). Era raro aquello de ser empleado del que muchos consideran el mejor jugador que dio el fútbol.
Pelé jamás apareció por Luque. Comandaba la empresa un hombre designado por él, un brasileño llamado Lucio Viega. Era a la vez el presidente de la empresa y el director técnico del club. Era un individuo entrado en carnes y en años, pero que manejaba un despampanante Porsche. Debe ser el único Porsche que llegó a transitar por los baches y sintió el roce de las legendarias e incisivas lomadas luqueñas. Lucio Viega hablaba un portugués levemente infectado de español.
Poco a poco empezaron a aparecer los cambios en la empresa, en el club. El primer cambio tenía que ver con la imagen, unas mujeres contratadas para cada partido nos maquillaban antes de salir al campo de juego. La estética ante todo, parecía ser la consigna. Nada de camisetas sobre el short, ni medias desajustadas. Todo tenía que estar en orden, debíamos mostrar una homogeneidad sin mácula.
Luego vino lo de las coreografías ensayadas. El primero al que adoctrinaron fue el centro-delantero titular. Cada vez que marcaba un gol iba a lanzarse cerca del letrero de uno de los auspiciantes. Tenía que ir ––apenas logrado el gol–– a abrazarse al cartel, pero sin cubrir sus letras, de modo que la cámara pudiera tomarlo en su totalidad. Ese gol recorrería luego los noticiarios deportivos del continente y la publicidad del sponsor sería vista entonces a nivel continental y si el gol era realmente bonito seguramente lo mostrarían los noticiarios deportivos de todo el planeta.
Fue nada más el principio. Luego cada uno fue recibiendo su rutina. Yo jugaba de segundo marcador central y casi no marcaba goles. Pero en caso de que pudiera carroñear alguna pelota que lloviera de un mal despeje o que pudiera conectar el balón de un tiro de esquina mi misión era la de ir ante la cámara, unir los dedos pulgar e índice y cruzarlos ante mi boca, así como lo hacía el protagonista de la publicidad de uno de nuestros auspiciantes, una pasta dental. Entre las celebraciones que teníamos destinadas había de todo. Y la mayoría de ellas apuntaban al campo publicitario. Nada parecido a los festejos de antes. Nada de inhalar la línea del área grande a la manera de Fowler. Ni de dar un salto atlético y levantar el puño o el hamacar al bebé de Bebeto. Lo de treparse a la alambrada para festejar con la hinchada o ponerse una máscara eran parte de la historia.
Todo, absolutamente todo estaba pensado. La idea era hacer un espectáculo del equipo. Todo estaba guionado por ellos. Teníamos coreografías grupales. En una, si el gol era el empate de dos a dos de visitantes teníamos que ponernos en fila india y arrojarnos al unísono sobre el círculo central. Algunos de los festejos eran francamente delirantes. Si alguien metía un gol de apertura del marcador en calidad de visitante teníamos que acudir rápidamente a la banca, ponernos unas capas y representar una escena donde el que metió el gol se viste de príncipe y conversa con dos de los que construyeron la jugada, disfrazados éstos de enterradores con todo y palas. Si alguien marcaba un gol que era su hat-trick, su tripleta, teníamos que ir los once a juntarnos con los del banco y aplaudir a la hinchada. Si uno de los muchachos marcaba un gol olímpico debíamos organizar en el área rival una pequeña vuelta olímpica.
De locales teníamos que ir a hacer coreografías individuales o grupales frente al cartel del sponsor. De visitantes, como no era seguro que hubiera carteles de nuestros auspiciantes, la onda era ir frente a la cámara y hacer algún gesto que recordara a algún comercial de nuestros patrocinadores.
Hasta la hinchada había entrado en el juego. La empresa había organizado una reunión con los jefes de la barra brava. Y llegaron a un acuerdo (bondades de las entradas gratis y la provisión de bomba y alcohol a cacharratas). Entonces, cada domingo, se tenían cantos personalizados para dar aliento a cada jugador. Era lo máximo escuchar a la mitad del estadio corear tu nombre, hablar de tu mágica derecha o de la entrega de gladiador o que pidieran para vos la selección nacional. Y nos provocaba un sentimiento extraño saber que los que ahora cantaban para apoyarnos eran los que en varias ocasiones nos habían insultado por los malos resultados, los mismos que alguna vez visitaron el vestuario con fines poco amistosos, los mismos que rompían los parabrisas y sacaban el aire de las cubiertas de nuestros autos. Pero era así, a todo uno se acostumbra.
Todos, de repente, empezamos a tener motes o marcantes. Yo era «El escudo». A otro compañero le decían «El elefante blanco», él siempre imaginó que ello se debía a que era un baluarte defensivo, un muro frente al arquero. Los animales abundaban. El dueño de la punta derecha era «Anguila Acevedo». Al volante de creación, Acosta, le decían «El dragón de Laurelty». «Felino Aranda» era otro.
Los periodistas habían sido comprados para la labor de propagación. Mi viejo me grababa siempre los partidos y al verlos yo podía comprobar que los relatores repetían religiosamente nuestros motes. Además empezaban los comentaristas a ver en nosotros cualidades que ni sabíamos que teníamos. De ser bastante malo en el juego aéreo, mi compañero de zaga empezó a ser a ojos de los periodistas un bastión inexpugnable, una batería antiaérea que ya hubiera querido tener Sadam en lugar de sus misiles tierra-aire, esos que llaman SAM.
Aranda, que era zurdo y tenía la pierna derecha sólo por una cuestión de simetría, pasó a ser para la prensa deportiva paraguaya el ambidextro por antonomasia, «un jugador con amplio desarrollo de los dos hemisferios cerebrales que marca la diferencia con ambas piernas, un exquisito del control de balón». El público presta demasiado crédito a las palabras que salen de un altavoz o que están salpicadas de tinta.
III
––Buenas tardes señoras y señores, amable audiencia seguidora de Radio «Catorce de Marzo». Nos encontramos en el Mbusu Stadium prestos para iniciar la transmisión del partido entre el Sportivo Luqueño y el Deportivo Mbusu en esta penúltima fecha del Campeonato Clausura. El ambiente es de pura fiesta, Beatricio.
––Muy buenas tardes, Arturo y por tu intermedio a la ínclita audiencia que nos acompaña siempre a través de las ondas hertzianas que atraviesan el éter. Sí, un ambiente de júbilo. Intuyo que este será un partidazo por la ubicación de ambos equipos en la tabla de posiciones. Imagino que los jugadores del Deportivo Mbusu saldrán como pitbulls rabiosos a hacer frente al adversario de la vecina ciudad de Luque.
––Todo está preparado para vivir un encuentro emocionante. El árbitro ya realiza el sorteo. Lo gana el capitán del equipo local, que escoge el arco donde se encuentra su arquero. Esto va a dar inicio, señores.
(...)
––Los jugadores del Deportivo Mbusu están en plan ofensivo. Leite golpea la pelota y su pase se cuela como una cuchillada en las espaldas de la línea defensiva luqueña, entra Caldera para rematar, un zaguero lo traba de atrás y esto es penal, Beatricio, penal para el Deportivo.
––Así es, Arturo. Se durmió por un segundo la esforzada defensa luqueña, salió el pase con precisión de cirujano, se inmiscuyó el jugador en el área, lo rozaron y en una de fregar cayó Caldera.
––Leite se dispone a rematar. El árbitro amonesta verbalmente a unos jugadores luqueños que estaban intentando perpetrar la invasión de área. Suena el silbato y... ataja el arquero. Leite se acomoda las medias y pisa el pasto del punto penal, Beatricio.
––Ha perdonado, Leite ha desperdiciado una ocasión inmejorable. Si bien fue un remate deficiente del jugador del Deportivo, también hay que darle mérito al arquero, que intuyó la dirección del balón y se arrojó para embolsarla sin complicaciones. Este arquero que desde hace un buen tiempo viene demostrando su alto nivel y la utilización de la Navaja de Occam y cuando digo Occam no me refiero al alemán O. Kahn, al arquero Oliver Kahn sino a la navaja del fraile franciscano Guillermo de Occam, la que permite cortar siempre las cosas y escoger la salida más sencilla, tomar la salida más fácil sin multiplicar las entidades ni los problemas. Eso es lo que ha hecho aquí el magnífico golero auriazul.
(...)
––Vamos pisando los quince minutos de esta primera etapa con el marcador en blanco, Acosta, ‘El dragón de Laurelty’ se mueve sobre la zona medular, es la manija, el verdadero motor del equipo luqueño, acelera, pone caja quinta, se muestra Núñez para marcarlo, Acosta aplica el freno, se hace un auto-pase y el jugador rival lo golpea abajo y luego le tira el camión encima. Falta para Luqueño, Beatricio.
––Sabemos que «El dragón de Laurelty» es un futbolista que se come la cancha, un todo-terreno con una entrega de soldado espartano, también sabemos que es un jugador de una hermenéutica precisa, que marca el ritmo y cuya acertada lectura del juego es uno de los puntos altos de este equipo. Y aquí el jugador del Deportivo tuvo que recurrir a una entrada fortísima, una violenta acción que amerita no una tarjeta amarilla sino una anaranjada.
––Se prepara para cobrar la falta el jugador luqueño, el portador de la camiseta número diez. Pelota al área, la peina Andrade, la recibe «La Cobra» Alvarenga en soledad y saca un remate débil directamente a las manos del arquero. Un regalito, Beatricio.
––Estupenda la jugada luqueña, la peinada atrás como lo establece el manual, pero «La Cobra» Alvarenga no picó, el jugador de Luque saca un remate tibio, ni platónico ni aristotélico, muy malo lo suyo, ni cóncavo ni convexo, ni centro ni remate al arco, se la regaló al cancerbero. Un arquero muy atento que la atrapó con seguridad, sin permitir segundas pelotas, sin manotearla al corner, la atenazó hasta que el esférico no fue más que un ligero ronroneo entre sus guantes, Arturo.
(...)
––Acosta se puso el equipo al hombro, de tres dedos mete un cambio de frente elevado, la mata con el pecho su compañero Arévalos que es habilidoso y puede pegarle con las dos piernas, se hamaca en la zona de los dieciséis cincuenta, amaga un pase, le quiebra la cintura a su marcador y remata con la pierna cambiada, la coloca como con la mano a un costado del arquero. ¡Gooooool! ¡Gooooooooool! Luque. Luque. Luque. Gooooool de Sportivo Luqueño.
––Un espléndido gol de los luqueños, que la armaron muy bien, primero con «El dragón de Laurelty» y su guante blanco que coloca la pelota en la medallita que porta su compañero Arévalos, y éste que frota la lámpara, se arma una bonita jugada y saca un remate lento como Balzac pero que traspone la línea de sentencia y se convierte en el gol que rompe la paridad a favor del equipo de la ciudad de Luque.
––¿Pero qué es esto, Beatricio? ¿Qué es esa ropa de palacio que usan para celebrar? Están representando una escena teatral. ¿Y eso que lleva Arévalos en la mano? Parece un cráneo de los que tienen los estudiantes de Medicina. Es la belleza y la locura del fútbol. ¡Deportivo Mbusu 0, Sportivo Luqueño 1!
(...)
––Vamos por la mitad del primer tiempo, los jugadores locales se mueven, tocan y avanzan hacia el arco contrario, Núñez contempla el horizonte ofensivo, lanza un pase en medio de un bosque de piernas, la pelota es controlada por Noguera, hace la pared con un compañero, gira, caño, ¡qué jugada!, peligro de gol… pelota afuera. Beatricio.
––Estuvo muy cerca del empate el Deportivo Mbusu. Noguera entró al área chica, recibió la pared de su compañero, le hizo el túnel al marcador central y ante el arquero giró en una baldosa, quebrando así el muro defensivo pero define con la del pirata, con la pata de palo y su remate se pierde a un costado del poste derecho. Una verdadera lástima que esta jugada de treinta y ocho quilates no haya terminado en gol. Una jugada de otro partido.
(...)
––Se produce un cambio en el Deportivo Mbusu. Se retira Leite en medio de una silbatina generalizada y toma su lugar Otazú, joven jugador de la cantera. ¿Qué le puede dar al equipo esta variante, Beatricio?
––Ésa es todavía una incógnita casi algebraica. Es la segunda vez que ingresa Otazú al campo de juego en un partido de la división de honor, porque el partido pasado, el empate de visitante, fue el de su debut. Allí pudimos ver que tiene condiciones, es un jugador joven pero de una gran técnica y temible especialmente en el mano a mano donde exhibe unas gambetas endiabladas capaces de enloquecer a cualquier defensa. El público silba a Leite por su trabajo insuficiente, éste se dirige directo a las duchas, no sabemos si molesto por el cambio, por el resultado del encuentro, por la reacción del público o por todo eso junto.
(...)
––El partido parece haber caído en un pozo. Los delanteros están absorbidos por la marca. Avanza el Deportivo Mbusu, Otazú la lleva, dribla, la tiene atada, engancha, parece llevarla cosida al botín izquierdo. Llega a la cabecera del área, dispara, la pelota impacta en un zaguero luqueño, el rebote lo toma un jugador del Deportivo, remata de nuevo, el arquero despeja al medio, Otazú toma el rebote y le entra con furia. ¡Gooooool! ¿Qué digo gol? Gooo-laaaa-zo de media distancia. Otazú empareja el encuentro. Deportivo 1, Luqueño 1.
––Notable la reacción del Deportivo, rompieron de repente la modorra del statu quo, al ritmo de Otazú, el recién ingresado, el chiquilín, el cara sucia a quien no le pesó la camiseta, sí señores, fue desparramando rivales en el césped y a su ritmo se deshicieron de la legaña tediosa que los envolvía, buscaron la portería y tras una serie de rebotes Otazú tomó la pelota y definió con clase, como los dioses, con un inapelable zapatazo desde fuera del área.
(...)
––Es el minuto final, para mantener el resultado los luqueños montan una jaula de pájaro en el mediocampo, la meten en el refrigerador. Y el árbitro marca el final del primer tiempo del cotejo. Los jugadores se dirigen a los vestuarios para oír la charla técnica. Durante la mayor parte del partido, el cuadro luqueño ha dominado las acciones, jugando como si estuviera en su estadio, en el Feliciano Cáceres.
––Efectivamente, lo veo muy mal al Deportivo Mbusu. Rifan la pelota, están allí colgados del travesaño, se mueven con parsimonia, pasan el balón con displicencia, llevan las luces apagadas. Se los ve cansados a los jugadores, parecen tener un solo pulmón como M. Merlo. Aparte del gol de la paridad no han dado absolutamente nada. El equipo no es tal, es más bien una sombra, para graficar el concepto diría que se muestra como un montón de voluntades inconexas. A este ritmo y con este empate transitorio, Arturo, los luqueños seguirán formando parte de la máxima categoría del fútbol paraguayo.
Continuará...
***
***
2 comentarios:
Amigo Javier Viveros, estoy ansiosa por conocer el resultado del partido.
Tu relato lleva hasta el final con su suspenso y su resultado.
Gracias. Muchas emociones en cada descripción de las jugadas.
Un abrazo
Sonia
Hola Sonia! Gracias por la buena onda. Tengo entendido que este jueves sale publicada la última parte :)
Un abrazo desde Asunción.
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