Por Nico Barabasqui
Cuando uno es chico se cree Gardel, Lepera y los tres guitarristas juntos. No es cuestión de agrande, solo de ganas, en fin, a mi se me daba por el fútbol. Veía pelotas por todos lados, horas y horas pateando contra el paredón de la casa de mi abuela; “…encara Benavides punta derecha, llega al fondo, levanta el centro: arremete Montero de cabeza, gol, gooooool de San Lorenzo de Almagro, golaaazoo: un cabezazo impresionante para dejar mudo al estadio, un atrevido el pibe para ganar en lo alto y decir presente…”, sí, Jacinto Montero, “el Chueco” para quien tenga confianza, cuervo de alma y devoto de los santos de Boedo, ese era yo; imaginando el frentazo a la red todos los santos días.
Soñaba ser un 9 como los de antes, de esos que encaran con la cabeza gacha y el lomo erguido, que se bancan las patadas y no gruñen por un simple topetazo, si, un centrodelantero guapo, potente, con el arco entre ceja y ceja y un cañón en la pierna derecha que me hacía trepar al alambrado con la boca llena de gol, mirando de cara a la gente que coreaba mi nombre. Cuando la abuela me servía la compota de la tardecita... qué fea era!..., pobre, era buena la nona: me decía que eso me iba a hacer más fuerte (porque yo era petiso, vió, petiso pero fortachón, de esos bajitos robustos que parecen inflados, si hasta las remeras me quedaban largas pero angostas de espalda) y que nadie me iba a poder derribar, y yo le entraba contento!, le creía el cuento por si las dudas. “La Tata”, así la llamé siempre, desde que empecé a patear en la pared por aquel entonces blanca, cuando le gritaba a lo lejos: “Tata, mira donde la puse, la clave en el ángulo” (entre el balconcito de Don Tito y la maceta), y ella venía sonriente y me frotaba la cabeza: “Ay Chueco, hasta que no se te pinche esa pelota no vas a parar, mira como la dejaste, ya ni gajos tiene, ahora te vas a comer toda la compota, pero antes te lavas la cara que parecés salido de limpiar chimeneas”, y yo la seguía, hasta cuando me ardía el alcohol en la rodilla raspada. Igual, no siempre me malcriaba eh! No, no era de esas que a todo le dicen que sí, de esas que ven las travesuras como juegos de chicos y a los chicos como criaturitas de Dios. A mi cada tanto me pegaba un buen chirlo; me acuerdo de aquella vez cuando se vino el sodero con el caballo rengo ese, el pobre entró a la casa porque a la abuela le temblaban los brazos al hacer fuerza, y yo, con el sinvergüenza del Ruso, le dimos de a chancletazos al animal que salió disparado con carreta y todo, es el día de hoy que no uso cinturón porque le tome rechazo, como dolió el cuero aquella vez, pero mejor cuero que hebilla y hasta en eso era buena la nona, mamita la cara del sodero que por suerte alcanzó al caballo solo por rengo.
Es así, la Tata era conciente de que la que me tenía que aguantar después era mi santa madre, laburando todo el día para seguir trabajando en casa y limpiar las manchas de barro del piso mientras papá esperaba el sanguche en la fábrica. Ahí iba yo, todos los días a las siete, con un termo de Fanta y los panes de salame y queso, diez cuadras ida, diez cuadras vuelta pateando la bola engrasada, porque yo la cuidaba; todas las noches le pasaba la grasa que papá sacaba de las máquinas, me la traía en un balde de lata y yo, con la mano, frotaba y frotaba para ablandar el cuero mientras los zapatos se secaban con papel de diario, esa se la copié a Pinino de un reportaje que vi por tele en el almacén de Juanita.
Por eso todo el día con la nona, que me educó siempre para ser buenito en casa y poner la mesa que era sagrada, sin pan no se comía, claro y, si, eso si, la familia sobre todo, la sangre tana vió, como los Corleone de El Padrino.
Todos los días a las dos, los pibes del barrio pasaban por la casa de la abuela para ir al potrero, yo agarraba los botines todavía húmedos y salía corriendo a esperarlos en la puerta, la pelota no la llevaba, no por egoísta pero nadie la cuidaba como yo, era mi mejor amiga, a ver si todavía iba a dejar de compartir con ella los goles al paredón, además, no tenía un cobre para comprar otra y la mía era mía, tantos años juntos…, la cantidad de pelotas que colgamos en el baldío de al lado, siempre iba yo a buscarla entre el alambre de púa, era el más chico y me mandaban los grandes y, después, cerrar los ojos y morderme los labios para no gritar con el alcohol, para no morfarme las cargadas de la Tata. Que lindo bajarla de pecho y dejarla cerquita de la diestra igual que Sanfilippo! Sanfilippo.. . ese quería ser, goleador de raza, aunque de tanto darle y darle al muro, tenía más paredes tiradas que el Bocha y Bertoni. Más de una vez vino la nona a sacarme del partido de los pelos, me frenaba el carro por orden de mi vieja que rezongaba para que agarre un libro, si total veía pelotas por todos lados; ¿No entendés, mamá? Futbolista voy a ser, no abogado... y la vieja saltaba con los tapones de punta, como el Mariscal. Andá a estudiar! Son las cosas que te meten en la cabeza los pibes del barrio de tu abuela, ella y el fanático de tu padre que te hace el caldo gordo con el balde ese que un día de estos va a salir volando de casa, dale que te dale con la pelotita... ahora el nene quiere ser futbolista! Habrase visto, que lo tiró!
Y la nona, a veces no la entendía del todo... ¿Sabés cuántos chicos como vos quieren ser futbolistas? No tenés noción de eso... es imposible... muy difícil, hay que ser muy bueno!... Pero yo soy bue... No, hijito, vos sos bueno para otras cosas. Aparte los futbolistas vienen de otro tipo de familia, vos tenés que es-tu-diar. Todo el mundo quiere ser futbolista, y al final entran 10 jugadores a la cancha nomás. No, abuela! entran 11 por equipo, 22 en total! Te das cuenta! Sos demasiado listo como para ser futbolista, sabés sumar y restar tan rápido como lo hacía tu abuelo. Ser futbolista.. . creo que es más fácil que vuelvan a volar los pingüinos! Es imposible... Futbolista.. . es hora de que sepas que la vida no es color de rosa, que hay sueños que no se pueden cumplir, por eso son sueños, y es hermoso que así lo sean. Son las ilusiones que nos mantienen vivos…Yo de chiquita tenía muchos sueños como el tuyo, quería volar a la luna, quería ser escritora, quería conocer Europa y, hasta quería que cayera nieve en Buenos Aires.
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