martes, 2 de marzo de 2010

Marumba (por Cristina Occhipinti)

Por Cristina Occhipinti


Como la crisálida con su nombre, camina a ciegas por las calles de Libreville. La ciudad, ahora libre de franceses blancos pero esclava de dictadores negros, le sofoca la vida. Sus pasos empiezan a apurarlo. Marumba corre, las gotas de transpiración bajan por sus sienes. Lo zarandean los vientos tempestuosos de la decisión profunda. Se agita y para. Respira el olor del Atlántico. Y mira. La última mirada ya sueña el regreso. Y ve. A la madre lavando en el río, muriendo en el lavado. Viviendo con su alegría, muriendo con su partida. Ella duda de un país de blancos. El volará de Gabón a la Argentina. Las fotos de Buenos Aires le deslumbraron el corazón y los años le pasaron para seguir jugando en el Wongosport. Su madre podrá dejar de lavar y el la vendrá a buscar.
Marumba se recuerda jugando descalzo en un claro de la selva. Su madre lo acompañaba. Era difícil jugar con ella, pero divertido. Armaba el arco casi pegado a su grueso cuerpo. Sólo diez centímetros quedaban de cada lado. Marumba, flaco movedizo, se le escurría por los costados y le hacía cientos de goles y miles de cosquillas. Ahí comenzó su amor por el fútbol.
Antes de irse, Marumba le cuenta que el Atlántico llega a la Argentina. Su madre le dice que cada gota de agua que lo bese en ese lejano país, será una que ella soplará aquí.
Marumba encuentra otros mares en Argentina. Y ríos. Hay uno cerca de la cancha de su nuevo equipo. Aprende enseguida a pronunciar Riachuelo. Entre concentraciones y partidos, sus ojos se llenan de casas de chapas, de botes rotos cruzando el río de agua negra, de mujeres niñas con niños en sus brazos. Y mientras en sus cartas le disfraza la realidad a su madre, y en el centro de la ciudad le piden sacarse fotos con él, como si fuera una mascota exótica, comprende la identidad universal y sin colores de la pobreza y de la discriminación.
Marumba se adapta rápido al estilo del fútbol argentino y hace goles en su nuevo club. Los hinchas lo aman. Él no entiende del todo sus cantitos, pero le contagian la alegría. Se ha convertido en la figura principal. Ha impuesto en cada partido una suerte de hacka. Pero no al inicio, sino en el comienzo del segundo tiempo. La música tribal vuelve a su cuerpo, lo posee, y son sus cinco minutos de encontrarse con Gabón. Sus compañeros lo rodean y aplauden en silencio. Luego Marumba juega con los recuerdos y los goles son cosquillas que manda por correo a su madre.
Este domingo es especial. Han hecho una buena campaña y si ganan serán campeones. Como siempre, Marumba habla poco y mira mucho. Hoy también es especial para él, por eso mira el suelo.
La hinchada se está poniendo nerviosa. Empatan cero a cero. Ninguna pelota llega a Marumba. Ninguna es peleada por él. Cuando faltan dos minutos para terminar, Damiani le pone una pelota en los pies. Se escucha el silencio en la tribuna, el murmullo de los trapos rozándose. Luego, la explosión del grito contenido y el aliento, vuelven con fervor.
Ubicado en el área chica, levanta los ojos. El parante superior del arco le sonríe con la sonrisa grande de su madre. Los brazos de los costados se desprenden de la tierra. Se estiran hacia él y casi le acarician la cara.
Y Marumba vuelve a ser la Marumba, mariposa grande que vuela hacia Gabón, hacia los abrazos cálidos. Gambetea al viento y corre hacia el arco con su cuerpo en flecos, con sus pedazos de aquí y de allá, con sus negros y sus blancos. Lo para la red y ahí se queda.
Su compañero lo arrastra fuera del arco. Ha aprendido algo de francés y le habla. Marumba, con toda el agua del Atlántico Riachuelo en la cara, le cuenta que ya jamás podrá traer a su madre. Ha muerto en el río.
Los gritos de aliento de la hinchada, hace rato que se convirtieron en aullidos de bronca.
La pelota impasible, ajena, quedó atrás, en el mismo lugar donde la puso Damiani, a dos metros del arco.


Siempre me apasionó leer. A principios del dos mil nueve, buscando un taller de lectura, me anoté por equivocación, en el Borges, en el taller del Zaiper. Pensé que me iría a los dos días, pero cada vez me fui enganchando más y aquí estoy, contenta de poner en la hoja las palabras que antes se perdían en el aire, o se quedaban adentro mío. Y feliz de tener un profesor talentoso, que nos exige, nos alienta y nos entrega el corazón.
Me gusta el fútbol. Mi padre me enseñó a jugarlo y a quererlo, tanto como a los libros. Y me interesa mucho la historia. He hecho cursos y he escrito algunos textos cortos, críticos de la historia oficial. Son muchos los años que tengo y mucho el camino recorrido. Espero algún día escribir mejor y transmitir parte de ese camino.
Todavía, estoy en la vida en proceso de aprendizaje. Y eso me hace muy feliz.

9 comentarios:

Sebastián Zaiper Barrasa dijo...

Genial!!!!!!!!

Y eso que (como todos saben) a mi no me gusta el fobal. De hecho no tengo idea de que se trata ni porque 10 tipos de cada bando y uno de negro persiguen una sola pelota.

¿No había para todos?

Sonia Cautiva dijo...

Cristina
Me gustó mucho tu cuento. Porque está bien escrito, poque me llegó al alma,porque te gusta el fútbol, porque lo traés de la mano de tu padre.
Me gustó Marumba. se merecía un cuento bien hechito.
A mí también me gusta ese deporte juego, lo recuerdo a través de mi padre que estuvo inmerso en el ambiente desde el amateurismo, y porque también incursioné en algunas disciplinas,cuando no pasaban las cosas que alejan a muchos. Y con razón.
Muchas gracias por lo lindo que acabo de leer.
Un abrazo
Sonia

Cristina Occhipinti dijo...

Gracias Zaiper, aunque no te guste el fútbol, esto salió gracias a vos.
Cristina (La occhi)

Cristina dijo...

Sonia, muchísimas gracias por tus palabras. Me encanta lo que decís, porque realmente lo escribí desde el alma. Y sí, amo el fútbol y muchas veces me sirve de pretexto para decir otras cosas. Entraré a tu blog a leer tus textos y nos estaremos comunicando.
Besos
Cristina (La occhi)

Flor de Ceibo dijo...

CRISTI:¡POR FIN TE ANIMASTE A COMPARTIR TUS TEXTOS!
Mostrás el doloroso proceso de readaptación de los obligados a exiliarse.
¿Y para cuándo tu blog?
UN FUERTE ABRAZO, con lazo.

Anónimo dijo...

Hermoso tu cuento, Cristi!
Yo no soy fana del futbol, pero tuve un padre y ahora marido y cuatro hijos varones... imaginate!
Me alegra haberte conocido en el San Martin, me dijiste "soy La occhi"
Abrazo

la occhi dijo...

Hola Irene, recién veo que anduviste por aquí. Y sí,poco a poco me voy animando.Qué alegría leerte. Muchas gracias por tus palabras. Espero verte pronto. Un beso

la occhi dijo...

Hola Beatriz, muchas gracias. Es un honor que la autora de La priscante se haya detenido en mi texto. Sé que estás lejos, pero nos estaremos viendo. Daré un paseo por tu blog y me comunicáré.
Un beso grande.
Cristina

Sebastián Zaiper Barrasa dijo...

Qué bueno que se armen estas redes